La suegra que me complica la existencia

La ex suegra no me deja vivir

Mi exmarido hace tiempo que sigue con su vida y cría a un nuevo hijo, mientras su madre todavía no me permite respirar. Según ella, es su manera de preocuparse por la nieta. Sería mejor que vigilase que su hijo cumpliese con la pensión alimenticia a tiempo.

Viví con Álvaro seis años. Fue un infierno. Huyendo de él, ni siquiera me asustó la idea de quedarme sola con mi hija. Por mucho que mis familiares me repitiesen que una niña necesita a su padre, yo sabía que no soportaría más sus borracheras y sus aventuras.

Doña Carmen nunca me respetó. Pero después del divorcio, empezó a prestarme demasiada atención, usando a mi hija como excusa. Seguro temía que, sin su nuera, nadie le daría ni un vaso de agua en su vejez.

—¿Por qué te quejas? Si no te pega, trae el sueldo a casa. Es un hombre normal —gemía mi suegra.

Claro, hay que aguantar a un tipo solo porque no usa los puños. Como si eso bastase. Sabía que discutir era inútil, así que ignoraba sus sermones. Tampoco reclamé la pensión, para que mi ex no exigiese nada a cambio después. Prometió ayudarme por su cuenta… Ya ves cómo acabó.

A los seis meses, mi ex se casó de nuevo. La noticia del nuevo bebé no pareció alegrar a Doña Carmen. En vez de eso, me vigilaba más que nunca, intentando empujarme de nuevo hacia su hijo. Se presentaba en mi casa sin avisar, entrometiéndose en mi vida privada.

—Tengo derecho a ver a mi nieta —decía, como si fuese una excusa válida para todo.

¿Por qué antes no mostraba tanto interés? Me di cuenta enseguida: solo quería espiar mi situación.

Tras el divorcio, empecé de cero. Antes no me apartaba de la cocina y la fregona, ni salía más allá del parque infantil. Ahora me cuido más. Los fines de semana visito a mis padres, vamos al cine, al zoo, a la casa rural…

—Basta de llevar a la niña de aquí para allá. Que aprenda a ayudar en casa —me reprochó un día mi ex suegra.

—Los domingos son para descansar. A ella le divierte, y tus cacerolas y fregonas pueden esperar.

Ella esperaba que me pasase los días llorando por su hijo. ¿Y que enseñase a una niña de ocho años a cocinar y limpiar? ¿Para qué? Creo que los niños deben disfrutar su infancia; ya tendrán preocupaciones de adultas. Ella recoge sus juguetes, pone la mesa… Es suficiente para su edad.

—Eres una desastre como ama de casa, y tu hija acabará igual —soltaba Doña Carmen.

Una vez olvidé tirar un cepillo de dientes viejo y puse uno nuevo en el vaso. Ahí la parió: decidió que traía hombres a casa y «me divertía» delante de mi hija. No me justifiqué. Soy una mujer adulta.

—No tienes derecho a tener vida privada, eres madre. Ocúpate de tu hija, no de buscar hombre —me gritó en el rellano.

—¿Y a tu hijo sí se le permite? ¡Ya está esperando otro bebé!

—Tú lo abandonaste, y los hombres buenos no crecen en los árboles.

Le dije que no volviese a aparecer por casa. Si quiere ver a su nieta, quedamos en el parque. Pero aquí no pisa más. Ahora amenaza con denunciarme a servicios sociales. No me asusta: sé que soy una buena madre, por mucho que ella invente.

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