**Diario de Lucía**
Sostenía la invitación de boda entre mis manos, sin poder creer lo que leía. Letras doradas sobre papel marfil anunciaban el matrimonio de mi padre, Javier Alonso, con una tal Sofía Ramírez. La ceremonia era dentro de una semana.
—Una semana— murmuré, dándole la vuelta a la tarjeta—. Ni siquiera tuvo la decencia de avisarnos con tiempo.
El teléfono sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Era mi hermana pequeña, Marta.
—Lucía, ¿has recibido esa… invitación?— su voz sonaba perdida.
—Sí. ¿Tú sabías algo?
—¡Nada! Absolutamente nada. Pensaba que papá solo salía con alguien, pero esto… ¡una boda!
Fui a la cocina y puse la tetera. Afuera, una llovizna fina caía, y mi ánimo era tan gris como el cielo.
—Martita, ¿la has visto alguna vez? ¿A esa Sofía?
—Una vez, por casualidad. Salían de una cafetería en el centro, y yo pasaba por ahí. Joven, unos treinta y cinco años máximo. Rubia teñida, llena de joyas y ropa cara.
No pude evitar torcer el gesto. Mi padre tiene sesenta y ocho. Más de treinta años de diferencia.
—¿Será por el dinero?— sugirió Marta—. ¿Recuerdas que papá vendió la casa de la sierra? Y el piso en el centro, de dos habitaciones…
—No sé— suspiré—. Hay que hablar con él.
—Vamos juntas. Mañana salgo antes del trabajo.
Al día siguiente, nos encontramos frente al edificio donde vivía papá. Se había mudado hacía poco tras vender el piso de siempre, donde crecimos. Dijo que quería estar más cerca del centro, pero ahora sospechaba otros motivos.
—¡Mis niñas!— nos recibió con los brazos abiertos—. ¡Qué bien que hayáis venido! Os presento a Sofía.
Se veía rejuvenecido, feliz. Corte de pelo nuevo, camisa a la moda, hasta su paso era más ligero.
—Papá, necesitamos hablar— dije en serio.
—Claro, claro. Sofía está preparando la cena. Cocina de maravilla, ya veréis.
De la cocina llegó el tintineo de platos y una voz femenina tarareando. Papá nos llevó al salón y nos hizo sentar en el sofá.
—Queridas mías, estoy tan feliz de que conozcáis a Sofía. Es una mujer maravillosa, dulce, atenta. Nunca pensé que a mi edad volvería a enamorarme.
Marta y yo intercambiamos miradas. La palabra “enamorarse” en boca de un hombre de casi setenta sonaba forzada.
—Papá— empezó Marta—, ¿cuánto hace que se conocen?
—Cuatro meses. Nos vimos en la consulta del cardiólogo. Su madre estaba enferma, y ella estaba preocupada. La acompañé a casa…
—¿Cuatro meses y ya boda?— no pude contenerme—. ¿No es demasiado pronto?
—A nuestra edad, no hay tiempo que perder— frunció un poco el ceño—. Sabemos lo que queremos.
En ese momento, entró una mujer. Sofía. No pasaba de los treinta y cinco, alta, delgada, melena rubia y maquillaje llamativo. Vestía un ajustado vestido y joyas brillantes.
—Niñas, ¡ésta es mi Sofía!— papá se levantó de un salto—. Y estas son mis hijas, Lucía y Marta.
—Encantada— extendió la mano con uñas largas y pintadas—. Javier habla tanto de vosotras.
Su voz era dulce, pero algo en ese tono empalagoso me desagradó al instante.
—La cena está lista— anunció—. Pasen a la mesa.
La cocina estaba decorada como para una fiesta: vajilla fina, velas, flores. Todo bonito, pero artificial.
—Sofía, cuéntales un poco de ti— pidió papá mientras servía vino.
—No hay mucho que contar— rio—. Trabajo en un salón de belleza, soy manicurista. Sin hijos. Estuve casada, pero mi ex era… complicado.
—¿Complicado?— preguntó Marta.
—Bebía, levantaba la mano. Me divorcié. Desde entonces, temía comprometerme… hasta que conocí a vuestro padre.
Miró a papá con tanta devoción que me estremecí.
—¿Y tus padres?— continuó Marta.
—Mi madre vive. Mi padre murió hace años. Mamá está enferma, la cuido. Javier me ayuda muchísimo, hasta con el dinero para las medicinas. ¡Es tan bueno!
Papá brillaba de orgullo.
—Papá— no pude aguantar más—, ¿podemos hablar un momento?
Salimos al pasillo. Sofía se quedó recogiendo.
—¿Qué pasa?— su tono se volvió defensivo.
—Papá, ¿te das cuenta de que es joven? Tiene mi edad.
—¿Y qué? ¿Acaso la obligo? Ella quiere casarse conmigo.
—¿Y no te preguntas por qué?— intervino Marta—. Papá, mira la realidad. Una mujer joven y guapa se casa con un hombre que podría ser su padre…
—¡Basta!— alzó la voz—. ¡Estáis celosas! Vosotras con vidas amorosas fracasadas, y yo…
Me ardieron las mejillas. Él sabía que mi divorcio era reciente.
—¿Celosas?— repetí—. ¡Nos preocupamos por ti!
—No hace falta. Sé lo que hago.
Volvió a la cocina. Nosotras lo seguimos, incomodas.
El resto de la noche fue tenso. Sofía habló de sus planes de boda, mostró fotos de su vestido. Papá asentía a todo, mirándola con adoración.
—¿Dónde vivirán después?— pregunté.
—Aquí— respondió ella—. Javier ya hizo espacio en el armario para mis cosas.
—¿Y tu madre? Dijiste que la cuidas.
Vaciló un segundo.
—Tiene una cuidadora… no necesito estar todos los días.
De vuelta a casa, Marta y yo guardamos silencio. Hasta que ella explotó:
—Miente.
—¿En qué?
—No lo sé… pero algo no cuadra.
Al día siguiente, Marta llamó a una amiga que trabajaba en otro salón de belleza.
—¿Sofía Ramírez? Sí, la conozco. Trabaja en el salón de la Calle Mayor. ¿Qué pasa?
—Cuéntame algo de ella.
—Es buena profesional, pero dicen que le gustan los hombres con dinero. Antes salió con un empresario veinte años mayor. Iba llena de marcas, hasta se compró un coche. Luego se separaron, y volvió al metro.
—¿Y lo del ex marido?
—Dijo algo, pero no sé si es cierto. A veces inventa historias.
—¿Y su madre? ¿Está enferma?
—Creo que falleció hace años…
Colgué y respiré hondo. Todo era mentira.
Pero papá no quiso escuchar.
—Tal vez no quiso hablar de su madre muerta. O quizá miente en otras cosas… pero me da igual.
—¿Cómo que te da igual?
—Tengo sesenta y ocho años. VuestDespués del entierro, mientras ordenaba sus cosas en el piso vacío, encontré una foto de mamá escondida en un cajón, y supe que al menos él, en secreto, nunca la olvidó.