«La joven embarazada sin marido: mi encuentro con los chismes del pueblo»

Oye, tengo que contarte esta historia…

Cada vez que iba al pueblo de mis abuelos, empujando el carrito, escuchaba a mis espaldas: «Mira, es esa Martita, la que se quedó embarazada sin marido, la nieta de Rosa y Esteban, ¡qué vergüenza! ¡Sola y sin hombre!». Los cotilleos del pueblo volaban más rápido que el viento. Me sacaba de quicio, pero yo callaba. Mi abuela siempre me decía: «No les hagas caso, cariño. La gente habla porque envidia que tengas agallas para vivir como te dé la gana».

La decisión que lo cambió todo
Tenía 24 años cuando supe que estaba embarazada. El padre, mi novio en ese momento, me dejó claro de entrada que «no estaba preparado para esto». No insistí, sabía que podría sola. En Madrid, donde vivía y trabajaba, a nadie le importaba mucho mi vida. Pero en el pueblo, adonde fui para descansar y pensar, empezó el circo. Las vecinas cuchicheaban, las señoras del banco de la plaza se miraban mal, y hasta alguna me soltó: «Martita, ¿y tu marido? ¿O esto ha sido sin boda?».

No quería dar explicaciones. Sí, no estaba casada. Sí, decidí tenerlo sola. Y no, no me daba vergüenza. Pero en el pueblo mandan otras reglas: todos saben todo de todos, y si no encajas en su idea de «vida correcta», prepárate para el qué dirán. Por suerte, mis abuelos me apoyaron. «Un niño es una bendición, lo demás son tonterías», decía mi abuelo, y mi abuela añadía: «Lo importante es que seas feliz, que la gente siempre tendrá algo de qué chismorrear».

Una vida nueva y nuevos retos
Cuando nació mi hijo, volví a Madrid. La vida de madre soltera no fue fácil: trabajo, guardería, facturas, noches en vela. Pero nunca me arrepentí. Mi Lucas es mi luz, mi razón. Está creciendo alegre y curioso, y yo hago lo imposible para que no le falte nada. Ahora voy menos al pueblo, pero cuando vuelvo, siguen las miradas. Solo que ya aprendí a ignorarlas. Hasta me río cuando alguien suelta: «Ay, Martita, ¿sigues solita?».

Mi abuela una vez me dijo: «Mira, en mi época también pasaba de todo. Yo también tuve a tu madre sin marido, y aquí estamos. Lo importante es no dejar que los otros te hundan». Esas palabras son ahora mi lema. Entendí que no tengo que demostrarle nada a nadie. Mi vida es mía, y yo elijo cómo vivirla.

Lo que quiero decirte
Ahora tengo 27 años y soy feliz. Sí, hay días duros, sí, a veces estoy agotada, pero me enorgullezco de criar a mi hijo sola. Si a ti también te juzgan, recuerda: las opiniones ajenas son solo ruido. No definen quién eres ni lo que vales. Vive para ti y para los que amas. ¿Y los cotilleos? Se callarán cuando encuentren otro tema.

Si has pasado por algo similar, cuéntame cómo lo llevaste. ¿O tienes algún consejo para responder a preguntas impertinentes? ¡Compártelo, de verdad me interesa!

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