Mi esposa y yo nos divorciamos cuando nuestros hijos ya eran independientes: mi hijo tenía un trabajo y vivía con su novia en un apartamento alquilado, mientras que mi hija estudiaba en la universidad y residía en una residencia estudiantil.
En aquel tiempo, vivíamos en un apartamento que mi esposa había heredado de su abuela. Después del divorcio, regresé al pueblo, a la casa de mis padres. Allí aún vivían mi madre anciana y mi hermano, quien, al igual que yo, llevaba mucho tiempo divorciado. Me recibieron con cariño, pero encontrar trabajo en el pueblo resultó ser extremadamente difícil.
Me divorcié a finales del otoño y durante todo el invierno sobreviví realizando trabajos ocasionales. Pero ese estilo de vida no era para mí. Tenía que ayudar a mis hijos y no podía permitirme ser una carga para mi madre y mi hermano.
Así que, cuando llegó la primavera, decidí irme al extranjero a trabajar. Trabajé sin descanso y regresaba a casa rara vez. Cuando mi hijo se casó, le compré un apartamento. Unos años después, compré una vivienda también para mi hija.
Cada vez que volvía a casa, dejaba grandes sumas de dinero a mi madre y a mi hermano, para el mantenimiento de la casa, el hogar y las reformas. Estaba convencido de que algún día regresaría definitivamente y viviría en mi pueblo natal. Gracias a mis ingresos, la casa de mis padres fue completamente renovada: se instalaron gas y agua corriente, y se realizaron todas las obras de construcción y mejoras interiores necesarias.
Pasé diez años trabajando en el extranjero. El trabajo duro me agotó tanto física como mentalmente. Además, ya no era joven: me di cuenta de que simplemente no tenía más fuerzas para seguir.
Cuando finalmente regresé, mi familia me recibió con alegría. Me instalé en la casa de mis padres, me ocupé de la casa y encontré un trabajo como conserje en una escuela. El sueldo era bajo, pero al menos estable, y todavía tenía algunos ahorros.
Un día, cuando mi madre y mi hermano no estaban en casa, encontré por casualidad unos documentos. Cuando los leí, me quedé en shock al descubrir que toda la propiedad estaba a nombre de mi hermano.
Cuando regresaron, les pregunté: “¿Y yo?”
Mi hermano simplemente se encogió de hombros y dijo que solo era un trámite. Mi madre me explicó que siempre había esperado que encontrara una mujer en el extranjero, formara una nueva familia y construyera mi vida en otro lugar.
Esas palabras me hirieron profundamente.
¿Qué debería hacer ahora?
¿Regresar al extranjero? Pero mi salud ya no me lo permite. ¿Mudarme con mis hijos? Tienen su propia vida y sus propias responsabilidades.
No sé qué hacer.