Esfuerzo silencioso para mantener la alegría en un día especial.

Lucía intentaba contener las lágrimas para no arruinar la celebración. Se ajustó el jersey sobre su vientre ya prominente y, empujando la silla de ruedas de su hijo, abrió la puerta de la cafetería.

Era un domingo cualquiera, el día en que las madres de niños con discapacidad de Valladolid se reunían en el café para respirar un poco, lejos de las terapias y luchas diarias. Ellas mismas organizaban estos momentos de descanso, sin patrocinadores ni fundaciones. El local, llamado “La Alubia”, cerraba para atenderlas. La dueña les ofrecía té, pasteles y hasta ponía karaoke gratis. Y así, esas madres se convertían otra vez en mujeres jóvenes que reían, cantaban y se contaban chistes.

Lucía siempre iba, incluso cuando apenas tenía ganas de moverse. Era su refugio, donde la comprendían. Pero hoy se quedó callada, sin saber cómo explicar a sus amigas que estaba embarazada y que su marido la había abandonado, diciendo que no podía cargar con otro bebé, pues su primer hijo tenía parálisis cerebral. Pero Lucía se negó a abortar, y tres meses después, su ex ya vivía con otra mujer, mientras ella apenas tenía para la gasolina del coche para llevar a su hijo al café.

—Vamos, suelta, ¿qué te pasa?— le preguntó Elena Moreno, una mujer fuerte y llena de vida. Su hija, Sofía López, también iba en silla de ruedas, pero gracias a su madre, ganaba premios de canto por toda España y vivía una vida llena de alegría.

Lucía estaba a punto de llorar, pero Elena la interrumpió:
—Ya lo sé. Se fue, ¿no? Pues mala suerte la suya. Ahora dime, ¿qué recursos tienes? ¿Qué te puede ayudar a salir adelante con tus hijos?
—Nada— murmuró Lucía.

—¡Eso no es verdad! Dios no te ha abandonado, ¿verdad? Él ayuda a través de la gente, ¿no lo sabías? Toma, agarra el micrófono, vamos a cantar, a beber té y olvidarnos de todo. Luego en casa piensas bien las cosas. Y busca ese artículo de la psicóloga Ruiz sobre los recursos. Siempre hay una salida, Lucía. No vamos a dejar que se pierda este milagro.

Y así, Lucía cantó y rió, mientras unos voluntarios de una ONG cuidaban de su hijo. Le envolvieron pasteles para llevar, y esa noche, por primera vez, no le dolió el silencio de su casa vacía.

*Recursos, recursos…* Esa noche, después de acostar a su hijo y escuchar su “Mamá, te quiero y juntos podemos con todo”, Lucía se sentó a escribir lo que tenía.

Ahí estaba, el primero… bueno, el segundo: Dios, que la amaba. Su hijo de once años, aunque en silla de ruedas, con una mente brillante y un corazón enorme. Él la inspiraba. Pero después, la lista se quedaba corta, y Lucía no durmió en toda la noche.

A la mañana siguiente, agotada, fue a misa. No podía faltar, sobre todo ahora.
—¡Señor, Señor!— susurró durante toda la ceremonia en su parroquia favorita, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. El párroco, que soñaba con construir un centro de rehabilitación para niños con discapacidad, se acercó después y le dio comida que los feligreses habían donado.

—Esto es para ti y tu hijo, Lucía— dijo el cura. —La abuela Carmen te llevará más cuando nazca la niña. Vive cerca y puede cuidar a los niños. Dime, ¿en qué más podemos ayudarte?

Lucía solo podía mirarlo, sin palabras.

—No te calles, Lucía. La gente no ayuda porque no sabe cómo. Piensa y luego ven a tomar un café.

Así entendió Lucía que había más gente buena que mala. Solo había que pedir. Y tuvo que tragarse su orgullo cuando empezó a pedir a sus amigos que cuidaran de su hijo unas horas. Para su sorpresa, todos ayudaron, llevándole comida y ropa. El orgullo se convirtió en humildad y agradecimiento a Dios.

Añadió a su lista: Dios, su hijo, la parroquia, sus amigos.

Pero la ansiedad seguía ahí. La fecha del parto se acercaba, y no tenía ingresos ni seguridad.

Al día siguiente, llegó un paquete enorme: ropa nueva para la bebé, un cochecito y sábanas. En Facebook, un mensaje de una mujer llamada Olivia decía:

*«Querida Lucía, espero que te sirva. Un amigo en común me contó de tu situación. Aunque no es una desgracia, son solo dificultades pasajeras. Trabajo en una empresa de Madrid y puedo enviarte 500 euros al mes a tu cuenta. Rezo por ti y por tus hijos. Por favor, reza también por mí y por mi madre difunta, que se llamaba Felisa.»*

Las manos de Lucía temblaban. Las lágrimas le nublaban la vista. En ese momento, sonó el timbre. Era un amigo que venía a pasear con su hijo. Habían organizado turnos para ayudarla.

Esta vez, fue su excompañero Pablo quien llegó con un hombre tímido.
—Lucía, nadie le entiende. Es francés y habla fatal, pero es un genio. Está aquí de trabajo un mes. Tú tienes tres meses hasta el parto, ¿verdad? Pues ayúdanos con unas traducciones. Le dije lo buena que eras con los idiomas. Así que, pasa, Antoine, conoce a nuestra Lucía y disfruta del estilo de vida español mientras ayudas a una mujer increíble.

Esa noche, después de hablar con Antoine y Pablo, Lucía sirvió té y puso un video de Sofía López cantando.
—Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. ¿Verdad, Antoine?— dijo en perfecto francés, sin saber que acababa de conseguir un trabajo estable traduciendo durante su baja maternal.

Al entrar en su habitación, tachó toda su lista de recursos excepto una palabra: *Dios*. Porque Él cuida de todos. Y si le dio un hijo, también le dará lo necesario para criarlo.

Rate article
MagistrUm
Esfuerzo silencioso para mantener la alegría en un día especial.