Envié a mi marido a ayudar a una amiga y me arrepentí

¡Ya no vuelvo a la casa de Begoña! ¡Que la inmobiliaria mande a sus técnicos!
¿Qué ha pasado? preguntó Valentina, desconcertada. ¿Algo no va bien?
¡Todo está patas arriba! se ruborizó Ignacio. Ella bueno, en fin

¿Qué ocurre? exclamó Valentina, mientras Ignacio no lograba terminar la frase.
¿Y por qué no trajiste a tu marido? indagó Ana Vázquez, la jefa de contabilidad. Se ha pagado por dos personas.

No es que esté a dieta sonrió Valentina. ¡Me lo puedo permitir!

No lo digo en plan de dieta replicó Ana, mirando por encima de sus gafas. Se suponía que todos vendrían en pareja.

¡Que Valentina le está ocultando el marido! soltó Luz con una sonrisa pícara.

Nada de eso contestó Valentina. ¡Se ha enfermado!

¿Ya está celebrando la Nochevieja antes de tiempo? se rió Luz. ¡Le hubiéramos dado mil gramos de jamón y ya estaría recuperado!

Claro, o me quedarías viuda refunfuñó Nuria, negando con la cabeza.

¡Nos habríamos ahogado! despidió Luz. ¡Este piso es un jardín de flores, cualquiera revive!

Y a bailar también sonrió Nuria.

Begoña, ¿seguro que no tienes ya a otro marido? preguntó Luz con aire juguetón. Tal vez llevas anillo por las razones equivocadas, ¿no?

Tengo marido, sí respondió Valentina, seca.

¡Claro que sí! confirmó Nuria. Me trajo el departamento de recursos humanos el certificado de matrimonio: Ignacio Pérez, si no me falla la memoria.

Begoña, ¿no nos vas a presentar a tu marido? inquirió Luz, sospechosa. Se nota algo raro.

Hace dos meses organizamos una feria del sector y solo ibas con el hijo. Hoy es la comida de empresa y tú, solitaria como una llama. ¡Ni el trabajo te recoge!

Trabaja, contestó Valentina con economía.

Vale, ¿por qué le están pegando la oreja a Valentina? gesticuló Ana Vázquez. ¡Tiene marido! ¡Valentina está contenta! ¡Nadie les pide nada!

Ana Vázquez, la directora de contabilidad, representaba la autoridad en la comida de empresa. El jefe, como había prometido, se había ido de vacaciones, quedando en una posición ambigua. Cuando llegó el segundo brindis, ya estaba listo para bailar.

Me parece que Valentina nos está ocultando a su marido reflexionó Verónica, compañera de trabajo. Nos llevamos bien, somos amigas, y yo incluso he estado en su casa.

¡Exacto! intervino Luz, mirando fijamente a su colega.

¿Y qué? preguntó Valentina.

Pues Verónica fingió reflexión Cuántas veces he ido a casa de Valentina y nunca he visto a Ignacio. ¡Aunque juraría que al menos dos veces estuvo allí!

Él aparece en el baño o en el balcón replicó Valentina. ¡Y no se mete en mis asuntos!

La explicación parecía razonable, pero la voz de Valentina tembló tanto que todos sospecharon una trampa.

Engañar, Valentina, no es elegante dijo Nuria, que trabajaba en recursos humanos y detectaba mentiras al instante.

¡Dios mío! exclamó Valentina. ¿Por qué nos lo han traído?

Queremos saber qué tipo de persona es, cómo es de marido y de padre. ¡Tal vez necesite un curso de educación! propuso Nurio, el encargado de formación.

No hay que educarle se tensó Valentina. ¡Yo puedo con él!

Pues cuéntanos cómo es insistió Luz. Eres nueva en la empresa, solo medio año, y nadie te conoce.

Ignacio, mi marido, es un tipo normal, medio average. Trabaja, paga sus cuentas, y hay muchos como él encogió los hombros Valentina.

¡Estás encubriendo! dijo Nuria con una sonrisa astuta. ¡No confías! ¡Seguro que lo tienes escondido de nosotras, tus amigas y compañeras!

¿Y si tengo razones objetivas? preguntó Valentina.

Cuéntanos y lo evaluaremos respondió Luz, lista para escuchar.

Sí, Valentina apoyó Ana Vázquez. Mientras nuestro jefe se toma un respiro, el programa está en pausa y nos entretenemos con historias de vida.

No hay mucho interesante admitió Valentina, insegura.

¡Pues vamos a escucharte! animó Luz, animándola.

La vida anterior de Valentina y su familia transcurría en un pequeño pueblo a dos mil kilómetros de aquí, en la provincia de León. Allí habían ocurrido los momentos más importantes, y la nueva vida en Madrid era tranquila, ordenada y sin sobresaltos. Las lecciones de la vida ya las había aprendido en aquel pueblo, así que ahora podía disfrutar de la paz.

Valentina conoció a Ignacio en la fábrica donde trabajaban después del instituto. Él era un poco mayor y llevaba más antigüedad, pero eso no impidió que surgiera el flechazo laboral, que con el tiempo se convirtió en un matrimonio sólido. El colectivo se alegró por los jóvenes, aunque la alegría era algo torcida.

La empresa donde nació la nueva familia de Valentina e Ignacio estaba compuesta mayoritariamente por mujeres; los hombres escaseaban, sobre todo en el departamento de ingeniería, donde trabajaba Ignacio. Por eso muchos ojos codiciaban a Ignacio, y veinte compañeros en la oficina lo rondaban. En los talleres, todos le tiraban indirectas.

Cuando Ignacio se oficializó como marido, el personal femenino se alimentó de limones, y pronto empezaron a odiar a Valentina por privarles de un posible candidato. Pero sabían que solo ella podía elegir a Ignacio, y eso les molestaba.

¿Valentina cocina bien? ¿Limpia bien? ¿No rechaza nada en casa? le preguntaban, como broma, pero con una chispa de verdad que hacía difícil reír.

Cuando nació el hijo de Valentina e Ignacio, la cosecha de limones se intensificó: los más persistentes no podían aceptar que Ignacio les fuera arrebatado. Incluso estaban dispuestos a ayudar a que volviera a estar libre. Todo se mantenía bajo estricta confidencialidad, pero la sonrisa de Valentina siempre parecía complice.

Antes del permiso de maternidad, Valentina ya era capataz; con la titulación en mano, al volver se convirtió en maestra y, unos años después, en subdirectora de su sección. Tanto la amistad como el rencor coexistían, una mezcla explosiva, y el objetivo de separarla de su marido seguía latente.

Sin embargo, la que más avanzó en sus mañas fue Begoña, maestra de obra y, como Valentina, salida de obrera. Begoña se esforzaba por estrechar lazos con Valentina, pero Valentina sólo respondía con honestidad, ayudándola cuando podía: prestándole dinero, compartiendo conocimientos o enviando a su marido a pequeños arreglos en la casa de Begoña.

Un día, Ignacio volvió de la casa de Begoña con la tensión de quien ha cambiado los enchufes de un piso y ha escapado de una embestida.

¡Ya no vuelvo a la casa de Begoña! soltó, rojo como un tomate. ¡Que la inmobiliaria mande a los técnicos!

¿Qué ha pasado? preguntó Valentina, perpleja. ¿Algo no va bien?

¡Todo está patas arriba! se ruborizó Ignacio. Ella en plan, ¡me arrebató la enchufe! ¡Casi me quedo sin aire!

¿Estás bromeando? quedó boquiabierta Valentina.

Por la salud de nuestro hijo lo juro tembló Ignacio. Llegué en bata, pensando que estaba en casa. ¡Pero ella se lanzó como una tormenta! Yo apenas escapé.

¡No me digas! replicó Valentina. ¡Yo no me meto en sus cosas!

La explicación parecía lógica y a todos les bastaba, pero la voz temblorosa de Valentina despertó sospechas al instante.

Engañar, Valentina, no es agradable intervino Nuria, experta en detectar mentiras.

¡Dios mío! exclamó Valentina. ¿Por qué nos lo han traído?

Queremos saber qué tipo de hombre es, cómo es de padre propuso Luz, sugiriendo incluso un curso de educación.

No hay que educarle se defendió Valentina. Yo misma puedo con él.

Pues cuéntanos un poco de él insistió Luz, curiosa. Eres nueva, solo medio año, y nadie te conoce.

Ignacio es un tipo normal, medio promedio. Trabaja, paga sus cuentas, y hay muchos como él encogió los hombros Valentina.

¡Estás encubriendo! soltó Nuria con una sonrisa mordaz. ¡Seguro que lo tienes escondido de nosotras, tus amigas y compañeras!

¿Y si tengo razones objetivas? preguntó Valentina.

Cuéntanos y lo evaluaremos respondió Luz, preparada para escuchar.

La comida de empresa siguió. Valentina y su marido se habían quedado sin sitio; en la ronda de hombres su marido no aparecía.

Valentina se levantó para ir al baño y, al volver, buscó a Ignacio por los pasillos oscuros y los salones con sillas volteadas. Tras media hora, encontró al marido rodeado de tres compañeros que le arrancaban la ropa. Ignacio no se resistía.

Valentina se lanzó como una furia, arrancando a los hombres del vestuario y dándoles una paliza digna de una telenovela, hasta que los echó por la puerta. El marido, aturdido, estaba en un estado de completa desorientación, baboseando como un niño con fiebre.

Al mirar alrededor, Valentina vio una cámara en un trípode. Dos y dos dieron la talla: los tres compañeros, Begoña y dos de sus amigas del plan de producción, la habían grabado.

Después de la fiesta, Valentina e Ignacio presentaron la dimisión. Venganza era una opción, pero el frío de la razón los había llevado a renunciar. El humo del escándalo se disipó y, mejor, se marcharon.

¡No tener amigas es mejor! concluyó Valentina.

Tras conversar, decidieron que Valentina no presentaría a su marido a sus amigas ni a sus compañeras de trabajo.

Si no lo ven, no se entrometen afirmó Ignacio. Si vienen de visita, o me escapo o me quedo quieto.

Y así, en su nuevo entorno, Valentina separó su vida personal de la laboral, y ninguno de sus colegas, amigas o conocidos volvió a saber nada del marido.

¡Qué previsión tan acertada! comentó Ana Vázquez, admirando la frialdad del plan. Si nadie sabe del marido, nadie se lo llevará.

Eso sí suspiró Luz. Mirad a Nuria, que también perdió a su esposo. ¡Y su mejor amiga lo llevó!

Yo también lo pensé intervino Valentina. Pero en una ciudad nueva, con gente nueva, hay que socializar.

Mejor no tener amigas aconsejó Verónica, mientras todos asentían.

A mí me parece razonable dijo Inés, del departamento de marketing. Pero, ¿y si alguien se entromete?

No nos metamos advirtió Ana Vázquez. Cuanto menos sepan nuestras amigas de nuestros hombres, menos posibilidades hay de que los lleven.

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Envié a mi marido a ayudar a una amiga y me arrepentí