El Último Vagón

El último vagón

María caminaba sin prisa hacia el supermercado, observando el ajetreo a su alrededor, especialmente de los hombres, pues al día siguiente era el Día de la Mujer. Siempre le había gustado esa fecha; su marido le traía un ramo de flores y hacían algo especial. Pero desde hacía años, tras su viudez, vivía sola.

A sus cincuenta y ocho años, y después de ver los fracasos amorosos de sus amigas, no tenía interés en buscar compañía.

Los hombres decentes ya están casados. Y no quiero líos con cualquiera. Sí, a veces es aburrido, pero mis hijos y nietos me visitan le decía a su amiga Carmen mientras tomaban un café. Ya me acostumbré a esta vida sin mi Antonio.

Carmen, felizmente casada, sentía pena por ella. María era una buena mujer, pero se había quedado viuda demasiado pronto.

Quién sabe, quizá aún encuentres a alguien intentaba animarla.

Ay, Carmen, ¿dónde voy a encontrar un buen hombre a estas alturas? Mejor hablemos de otra cosa.

Y así pasaban horas charlando de sus hijos, nietos y asuntos femeninos.

María estaba cansada del bullicio, pero necesitaba hacer la compra. Era temprano en la tarde, una primavera húmeda con copos de nieve derritiéndose en el aire. Su hijo había pasado por la mañana para felicitarla.

Mamá, aquí tienes unas flores. Mañana no podré venir, vamos a la casa rural con unos amigos Si quieres, únete.

Gracias, hijo, pero prefiero quedarme en casa. Además, me duele un poco la cabeza con este tiempo contestó educadamente.

Entró en el supermercado, llenó su cesta y se sumó a la larga cola de la caja, observando con indiferencia el frenesí festivo. Le resultaba gracioso ver a los hombres:

De repente, todos se acuerdan de que tienen mujeres en sus vidas pensó, viéndolos cargados con ramos de tulipanes o mimosa. Qué suerte tienen, solo un día al año de estrés. Nosotras siempre estamos corriendo: compras, comidas, qué ponerse

Un aroma a colonia cara llamó su atención. Provenía de un hombre alto y canoso que estaba delante, con el carrito lleno.

Con ese perfume, seguro que es guapo imaginó, avanzando lentamente en la fila.

Mientras esperaba, no podía evitar fijarse en él.

Bien vestido pensó, observándolo de reojo. Alguna mujer afortunada tiene un marido así.

El hombre hablaba por teléfono con monosílabos:

Sí, lo compré. Sí, eso también. Llego pronto.

Hablando con su mujer, sin duda supuso María.

Al guardar el móvil, se le resbaló de las manos. María reaccionó al instante, atrapándolo antes de que cayera al suelo de baldosas.

El hombre se giró bruscamente, y al cruzar sus miradas, algo le recorrió el cuerpo como una chispa.

Justo lo que me faltaba, a mis casi sesenta pensó, sorprendida por su propia reacción.

Muchas gracias dijo él, recuperando el teléfono con una sonrisa. Ahora le debo un favor.

No es nada respondió María.

Al llegar su turno, él pagó y salió apresuradamente.

Bueno, ya pasó pensó ella, pagando sus compras.

Al salir del supermercado, se encontró con el desconocido otra vez. Llevaba la capucha puesta y parecía estar esperándola.

Javier se presentó.

María contestó, sintiendo de nuevo ese nerviosismo.

Le agradezco mucho lo del móvil sonrió. ¿Me daría su número?

Como en trance, se lo dio. Él la agradeció, se despidió y se marchó hacia su coche.

¿Qué acaba de pasar? pensó, caminando hacia casa. Le he dado mi número sin pensarlo.

Ya en casa, mientras preparaba la cena, encendió la televisión. Le gustaban esos programas donde la gente cantaba con el alma y compartía historias de vida.

En medio del programa, sonó su móvil.

Buenas noches, soy Javier. ¿Puedo pasar a visitarla? preguntó con esa voz profunda que casi le hizo soltar el teléfono.

Sí, claro contestó sin pensarlo, luego asustada por su propia impulsividad.

Gracias, pero no vendré solo.

Vale dijo, y él colgó.

¿No vendrá solo? ¿Traerá a su mujer para agradecerme?

Se imaginó a una esposa joven y elegante.

Debería cambiarme pensó. Pero ¿para qué? A mi edad, no competiré.

No tuvo tiempo. El timbre sonó, y al abrir, un perro peludo saltó sobre ella.

¡Ay, casi me caigo! exclamó.

No se asuste, es Thor dijo Javier, cubierto de nieve y con un ramo de rosas rojas. Le dije que no vendría solo.

Pensé que vendría con su esposa.

No tengo esposa sonrió. La tuve, pero se fue a lugares más cálidos con un chico joven.

¿Y para quién eran las compras?

Para mi madre. Vive sola, y a veces ayudo a mi hermana con sus nietos.

María lo invitó a pasar, sintiéndose ridícula en su bata y calcetines gruesos.

Pondré el hervidor. Compré un pastel de cerezas, como si supiera que tendría visita.

El té con pastel es perfecto dijo Javier. ¿Tiene familia aquí?

Mi hijo me trajo flores hoy. Mi hija vive lejos, pero viene cuando puede.

Él la miraba fijamente, y ella se sentía cada vez más incómoda.

Perdone cómo voy vestida, no esperaba

Javier se acercó, tomó sus manos y le dijo en voz baja:

Eres aún más hermosa así. María, hoy entendí que eres mi último vagón. Me alegro de haberlo alcanzado.

Ella sintió que se derretía.

Tú también eres el mío susurró.

Bebieron té mientras Thor los observaba, como si también sonriera.

Mañana celebramos tu día en un café propuso Javier. Hoy es solo el ensayo.

María se mudó con él a una casa grande en las afueras. Thor corretea feliz, y ahora reciben a menudo a Carmen y otros amigos. Cada año, el 8 de marzo, lo celebran juntos.

Rate article
MagistrUm
El Último Vagón