Hace tiempo, recuerdo cómo el tío de mi marido, don Valeriano Suárez, ejercía una influencia nefasta en nuestras vidas. Mi esposo, Alejandro, siempre lo había admirado. Lo consideraba un ejemplo, confiaba en su juicio. Pero yo, desde el principio, jamás entendí qué virtud podía encontrarse en aquel hombre. Arisco, irascible, siempre enemistado con todo el mundo—vecinos, compañeros, incluso su propia familia. En su antiguo trabajo solo lo soportaban por antigüedad, aunque había peleado con medio equipo.
Todo cambió cuando don Valeriano llevó a Alejandro a su cuadrilla. Antes, nadie aguantaba más de seis meses bajo su mando. Criticaba todo, presionaba sin razón, echaba culpas ajenas. Pero Alejandro, de carácter dócil, soportaba en silencio. Corregía los errores, calmaba sus arrebatos. A veces reaccionaba, claro, pero luego hacían las paces. Incluso le gustaba el trabajo, aunque la repartición del sueldo—mitad para el tío, mitad para él—a mí siempre me pareció injusta.
Tras la boda, descubrí algo terrible: Alejandro no podía beber. El alcohol lo transformaba en un extraño, violento e impredecible. Esperé que don Valeriano, a quien tanto respetaba, lo guiara. Pero fue peor. En vez de ayudarlo, lo arrastró. Empezaron a ir juntos a la taberna, a embriagarse. Las mañanas después eran un infierno. Si yo protestaba, Alejandro soltaba frases como «el hombre manda en casa, la mujer debe obedecer». Palabras que, estoy segura, le sembró su tío.
Después, en una discusión, Alejandro repitió absurdos sobre mi madre. Decía que era una intrigante, que conspiraba contra él. ¡Y apenas se habían visto dos veces, siempre con cortesía! Ahí entendí: su tío no solo influía, sino que envenenaba su mente contra mi familia. Contra mí.
Antes, Alejandro y yo decidíamos todo juntos. Ahora se distanciaba. Mis consejos caían en oídos sordos; cualquier crítica la tomaba a mal. Como si yo amenazara a su tío, no a su esposa. Lo veía cambiar, sabiendo que la raíz del mal era Valeriano. Pero ¿cómo luchar contra alguien a quien mi marido veneraba?
Entonces ocurrió lo inesperado: despidieron a don Valeriano. Otro escándalo, la paciencia de sus superiores se agotó. En cambio, ascendieron a Alejandro. Lo pusieron al mando, por encima de su tío. Fue un golpe para el orgullo de Valeriano. Huyó del pueblo, diciendo que era «temporal», aunque supe que no soportaba estar por debajo.
Hace poco, Alejandro me anunció su regreso. Le ofrecieron ser su ayudante, bajo sus órdenes. Sentí pánico. Le rogué que hablara con los jefes, que buscara a otro. Pero no quiso escuchar. Dijo que necesitaba ayuda, que antes habían trabajado bien.
Pero yo sé cómo terminará. Valeriano no aceptará ser inferior. Buscará grietas, trampas, saboteará. Tiene experiencia en eso. Envidia. No sabe ser igual. Siempre quiere dominar.
Ya no reconozco a mi marido. Es una marioneta en manos de su tío. Si esto sigue así… temo que no resistiremos. Quizá él pierda el trabajo. O yo pierda mi familia. O todo a la vez. No sé cómo vivir con este miedo constante. Cómo salvar lo poco que nos queda.