El destino no preguntó: la historia de un amor que intentaron destruir

El destino no preguntó: una historia de amor que intentaron destruir

Alicia estaba en el séptimo cielo de felicidad. Por fin, su amado Javier le había pedido matrimonio—de forma sencilla, sincera, sin aspavientos, con esa ternura en la voz que le hacía latir el corazón con fuerza. Ella, por supuesto, aceptó—y en cuestión de días comenzó el ajetreo: listas de invitados, pruebas de vestido, discusiones sobre el menú. Todo parecía un cuento de hadas.

—Alicia, creo que es hora de que conozcas a mis padres—dijo Javier un día—. Mamá nos ha invitado a cenar el sábado.

—Ya era hora—rió ella, dejándole un beso en la mejilla.

El sábado, al caer la tarde, llegaron a casa de sus padres. Alicia abrió la puerta con nerviosismo—y se quedó paralizada. En el sillón estaba el padre de Javier, un hombre de mirada severa y manos cansadas. Alzó la vista… y su expresión cambió de golpe. Alicia sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

Aquel hombre era el enemigo de su familia.

Cuando Alicia solo tenía once años, una tragedia destrozó su infancia. Los padres de su mejor amigo, Alejandro, murieron en un accidente de moto al volver de Valencia. Fue un día horrible. Su madre, Isabel, lloró en el porche, mientras su padre, Manuel, apretaba los labios sin decir nada. Siempre había odiado al padre de Alejandro, Antonio, su antiguo rival desde la escuela. Ambos estuvieron enamorados de la misma mujer, Marina. Ella eligió a otro, y Manuel nunca lo superó.

Tras la muerte de sus padres, Alejandro vivió un tiempo con ellos, pero Manuel no lo soportó. Llegó a llevarlo él mismo a un orfanato y exigió que se quedara allí. Le dijo a Isabel:

—No quiero que mi hija se junte con el hijo de ese hombre.

Incluso le prohibió llamar a Alicia. Un mes después, la familia se mudó a otra ciudad.

El contacto se perdió.

Pasaron catorce años. Alicia terminó la universidad y consiguió trabajo en una importante empresa de ventas. El equipo era joven, pero frío. La recibieron sin entusiasmo—algunos envidiaban su belleza, otros creían que no duraría. El primer día de trabajo se le hizo eterno.

Al cuarto día, mientras llevaba documentos a una oficina, chocó con un joven en el pasillo. Los papeles se esparcieron, ambos se agacharon al mismo tiempo—y Alicia se quedó helada. El corazón le dio un vuelco.

—¿Alejandro?—susurró.

Él alzó la mirada. Y la reconoció al instante.

—Alicia… Dios mío, ¿eres tú?

Se abrazaron ahí mismo, sin importarles las miradas de sus compañeros.

Después del trabajo, Alejandro la esperó a la salida. Fueron a una cafetería y hablaron durante horas. Le contó que lo habían adoptado, que trabajaba en la misma empresa. Alicia lo invitó a su casa para presentárselo a sus padres. Su madre se alegró, pero su padre… Manuel ni siquiera intentó disimular su frialdad. Preguntó bruscamente:

—¿En qué trabajas?

—De mensajero—respondió Alejandro sin pestañear. Aunque Alicia sabía que mentía por modestia.

Pronto comenzaron a salir. Eran felices. Alicia brillaba, Alejandro la cuidaba. Volvieron a ser uno. Y un día, él la tomó de la mano y le dijo:

—Cásate conmigo, Alicia.

—¡Claro que sí, Alejandro! ¡Claro que sí!

Corrió a contárselo a sus padres. Su madre lloró de emoción. Su padre solo dijo:

—Haz lo que quieras. Pero a mí nunca me caerá bien.

—¿Por qué lo odias tanto?—gritó Alicia.

—No tengo que explicarme. Eres adulta. Decide tú.

Fue Alejandro quien los invitó a cenar—quería que conociera a sus padres adoptivos. Alicia llegó… y se quedó petrificada en la puerta. El padre de Alejandro no era otro que Don Ricardo, el director general de la empresa. El hombre al que todos en la oficina trataban como a un rey. Y Alejandro no era mensajero, sino su mano derecha. Y copropietario del negocio.

—¿Por qué no me lo dijiste?—susurró ella.

—Tú nunca preguntaste—sonrió él.

Los compañeros, al parecer, lo sabían. Por eso la miraban con envidia. Y su padre… su padre no podía articular palabra. Entendió que no solo se había equivocado. Había destruido una amistad de la infancia. Casi los separa para siempre.

La boda fue espléndida. Los padres de Alejandro les regalaron un piso lujoso. Manuel seguía sin poder creerlo. Más tarde, le confesó a su hija que fue él quien llevó a Alejandro al orfanato y le prohibió llamarla, planeó la mudanza, creyendo que engañaría al destino.

—Perdóname, hija—dijo—. Creí que era lo mejor.

—Solo te vengabas de un hombre que ya no está. Y pagamos nosotros. Pero el destino nos encontró. Porque el amor lo vence todo. Incluso tu rencor.

Ahora, Alicia y Alejandro están bien. Construyen su futuro juntos, y el pasado queda solo como recuerdo—una prueba de que el amor verdadero siempre abrirá camino. A pesar de prohibiciones, distancias y años.

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