Destino solitario y triste en Navidad y Año Nuevo.

Lo que me toca vivir: solo y triste en Navidad y Año Nuevo

Tengo un amigo de la infancia que se llama Jorge. Fuimos juntos al colegio, y aunque la vida nos llevó por caminos diferentes, nunca perdimos el contacto.

Jorge es una persona reservada. No le gustan las grandes reuniones, no suele visitar a nadie ni invita a su casa.

Año tras año, cuando se acercan las festividades, le invito a celebrar la Navidad con nosotros, a brindar juntos mientras suenan las campanadas en Año Nuevo. Pero siempre declina amablemente.

— No son mis fiestas, — dice él. — No siento ninguna alegría en ellas.

Me costaba entender cómo alguien podía no amar el Año Nuevo, un tiempo lleno de magia, regalos, risas y encuentros con seres queridos.

Pero un día, después de muchos años de silencio, me reveló la verdad.

La verdad que había intentado acallar durante tanto tiempo.

Una infancia marcada por el miedo y el alcohol
En su infancia, Jorge no conoció lo que eran unas cálidas festividades familiares.

Su padre bebía.

No, no era solo una persona que tomaba una copa por las noches. Era un alcohólico, alguien que gastaba todo su dinero en alcohol y que regresaba tarde a casa cualquier día, ya fuera un martes cualquiera o la víspera de Navidad, y comenzaba a maltratar a su familia.

Cada noche se convertía en una tortura.

— ¡Levantaos! — ordenaba al entrar en casa. — ¡Debéis ver cómo el señor de la casa cena!

Jorge y su madre se levantaban y permanecían de pie mientras el padre comía con aires de superioridad.

Después comenzaba su monólogo favorito:

— ¡El dinero es polvo! Se necesita para disfrutar. ¿Qué zapatos nuevos? ¿Qué libros? ¡Ya vas al colegio, no hace falta gastar en tonterías!

Gastaba todo hasta el último céntimo.

Cuando no quedaba nada, pasaba al siguiente paso:

— ¡Trae eso que escondes! ¡Sé que tienes algo!

La madre de Jorge intentaba guardar algo de dinero —para los cuadernos del hijo, para comida, para un pequeño regalo de Año Nuevo.

Pero él se lo quitaba todo.

Bebía hasta dejar el bolsillo vacío.

Navidad sin milagros, Año Nuevo sin esperanzas
Cada fiesta en casa de Jorge siempre era igual.

En la mesa, unas pocas manzanas secas, un par de bocadillos, un tarro de aceitunas.

La madre y el hijo se sentaban en silencio.

Esperaban.

Esperaban que, tal vez, el padre regresara sobrio.

Que tal vez trajera algo para la cena navideña.

Que tal vez dijera: «Feliz Navidad» o «Feliz Año Nuevo».

Pero volvía tarde.

Siempre borracho.

Siempre apestando a alcohol.

Siempre con los bolsillos vacíos.

Todo lo que ganaba con el aguinaldo navideño se lo dejaba en el bar.

Así pasaron los años.

Y cuando él falleció, nada cambió.

Un hombre solitario con un corazón pesado
Cuando Jorge se fue, su madre vivió algunos años más.

Y luego también se fue ella.

Él se quedó solo.

Y comprendió que no quería una familia.

No quería celebraciones.

No quería ninguna alegría.

No quería repetir el destino de su padre.

No quería ser alguien que arruinara la vida de otro.

Cada año, cuando todos preparaban las mesas, sacaban las copas y se intercambiaban regalos, Jorge se marchaba.

Compraba un billete para otra ciudad, alquilaba una habitación de hotel y se quedaba solo.

O se iba a la montaña, donde podía escuchar el crepitar de la leña en la chimenea y mirar el fuego.

Allí, junto al fuego, encontraba el calor que no conoció en su infancia.

Allí, en soledad, se sentía al menos un poco libre.

Solo allí podía respirar.

Rate article
MagistrUm
Destino solitario y triste en Navidad y Año Nuevo.