**Desenmascarado en la Cocina: La Verdad que Destrozó un Compromiso**
Aquella noche, cuando el amigo de la infancia de Adrián, Rubén, llegó de visita, todo comenzó como un reencuentro cálido entre viejos camaradas. Estaban en la cocina, recordando sus años en el instituto, riendo, sirviéndose una copa de vino. El ambiente era acogedor, como en casa.
De repente, la puerta de entrada se cerró de golpe.
—¡Es mi prometida! Ahora os presento —anunció Adrián con alegría.
Una chica esbelta asomó en la cocina. Rubén se quedó petrificado. Y ella, al verlo, pareció paralizarse por un instante.
—Te presento a Rubén, ¡mi amigo de toda la vida! —dijo Adrián, animado.
—Mucho gusto —murmuró la chica. Se llamaba Lucía. Y sin decir nada más, salió de la habitación.
Apenas se cerró la puerta, Rubén sacó el móvil:
—Adrián… hay algo que debes ver.
Encendió un vídeo y giró la pantalla hacia su amigo. En un segundo, Adrián palideció como si hubiera visto un fantasma.
**Una semana antes.**
—Oye, ¿estás libre ahora? —preguntó una voz conocida desde la infancia.
Aunque habían pasado años desde que Rubén se mudó a trabajar en Santander, Adrián reconocería su voz en cualquier situación, incluso si lo despertaran a medianoche.
—¡Rubén! ¿En serio? ¡Claro que sí, ven! Tengo el cuarto de invitados libre. Te quedas mientras buscas piso. Además, te presentaré a Lucía, mi prometida. Por cierto, ella es de tu ciudad.
—Vaya coincidencia —rió Rubén—. Vale, en una semana estaré ahí.
Cuando Adrián le contó a Lucía sobre la visita de su amigo, ella pareció inquietarse.
—¿Y quién va a cocinar para él? ¿Y limpiar? —preguntó con tono caprichoso, mostrando sus uñas impecables.
—Entre los dos lo hacemos todo. Platos, lavadoras… Rubén es un adulto, no un niño. No habrá problema.
—Ya veremos —murmuró Lucía, frunciendo el ceño.
El encuentro fue cálido. De camino a casa desde la estación, charlaron, rieron, hablaron de la vida. Adrián sacó una botella de Rioja —”por el reencuentro”—.
—Solo un poco, mañana tengo una reunión de trabajo —advirtió Rubén.
Por la noche, cuando Lucía llegó del trabajo, los hombres ya habían recogido la cocina, preparado té y puesto un partido de fútbol.
—Lucía, te presento a Rubén.
Al verlo, su expresión cambió. Pero se recompuso rápido:
—Nos conocemos. Santander. Hola, Rubén. No me lo esperaba.
—Yo tampoco —respondió él con media sonrisa.
—¿Qué hay para cenar? —cambió abruptamente de tema, yéndose al dormitorio.
Más tarde, a solas, Adrián preguntó:
—¿Qué pasa, Lucía? No eres tú esta noche.
—No me creerías —susurró ella.
Pero tras insistir, confesó: en el pasado, había salido brevemente con Rubén. Según ella, él fue obsesivo, y cuando lo rechazó, difamó su nombre.
—Ahora te contará algo, seguro.
—¿Rubén? No parece capaz de eso…
Lucía rompió a llorar, se levantó y comenzó a empacar.
—Si no me crees, esto se acabó. O yo, o él. Elige.
—Espera… Hablaré con él mañana. Si es verdad, se va.
—¿O sea que todavía dudas? —gritó, cerrando la maleta con fuerza y saliendo.
Cuando Adrián entró en la cocina, Rubén ya lo esperaba.
—¿Se fue? Lo escuché todo, estas paredes son de papel —dijo con calma.
—Rubén, dime la verdad… ¿Lucía dijo algo cierto?
En silencio, Rubén sacó el móvil, buscó en la galería y le mostró la pantalla.
En el vídeo, una chica muy parecida a Lucía, con maquillaje provocativo, bailaba sobre una mesa en una discoteca. Una voz ebria le gritaba piropos. Al final, acababa en brazos de un desconocido.
—Hay más vídeos como este, créeme. Lucía salía con un grupo que… digamos, tenía mala reputación.
—¿Qué más sabes?
—No quiero decirlo, pero…
—No es a ti a quien le debería dar vergüenza. Tú no me mentiste. Ella sí, mirándome a los ojos, fingiendo ser quien no es.
Pensé en casarme con ella. En formar una familia. ¿Lo habría descubierto sin tu visita?
Esa misma noche, rompió con Lucía. Cuando sus amigas comenzaron a acusar a Rubén de arruinar su amor, Adrián lo aclaró todo.
—No conocía su pasado. Ahora, no puedo confiar. Con una mujer así, no se construye nada. Así que… que se vaya.
Nadie “se la llevó”. Pronto se mudó a otra ciudad, como si su pasado no la alcanzara.
O quizás, finalmente entendió: ocultar la verdad solo retrasa lo inevitable. Y las consecuencias… son irreversibles.







