¿Debo decirle que mi hijo realmente no la ama?
Me llamo Carmen Sánchez y vivo en Segovia, donde Castilla y León respira tranquilidad cerca del río Eresma. Escribo porque mi alma está rota por la preocupación, y no encuentro descanso. Compartí mi angustia con mi mejor amiga, pero en lugar de apoyo, recibí solo ojos en blanco y un tajante: “¿Pero te has vuelto loca? ¡No te metas donde te atrape el dolor ajeno!” Sus palabras me afectaron, pero no ayudaron; necesito encontrar una salida o me asfixiaré con este peso.
Todo gira alrededor de mi hijo, Javier. Tiene 25 años y vive con su novia, Alba, en nuestra casa. No hay motivo de queja: ocupan su habitación, ambos trabajan, no viven a nuestras expensas. Alba es un tesoro: educada, amable y de buen corazón. Pero conozco a mi hijo como nadie más, y veo la verdad que esconde tras su sonrisa: él no la ama. Javier la cuida con esmero y diligencia, siempre está dispuesto a ayudarla. Cumple sus deseos como un caballero de cuento: en cada fiesta le regala flores y obsequios, después de sus largas jornadas la recoge del trabajo, incluso si es tarde en la noche. Cuando coinciden sus días libres, se van de escapada, ya sea a visitar amigos en el pueblo, a esquiar en la montaña, o a relajarse en aguas termales.
Recientemente, Alba tuvo una mala caída mientras esquiaba, con estrépito, casi rompiéndose todo. Javier la llevó en brazos desde la montaña hasta el hotel, y por la noche fue corriendo al hospital en Madrid. Mientras ella estaba con la pierna enyesada, él la cuidó como a una niña: la alimentaba, la consolaba, no se apartaba de su lado. Desde fuera parece el hombre perfecto, locamente enamorado. Pero yo sé que es un disfraz. Él no la ama. Su corazón está en silencio, y eso destroza el mío.
Antes de Alba, Javier estaba con otra chica — Marta. Su amor era una tormenta: aristas afiladas, gritos, lágrimas, rupturas y reconciliaciones. Discutían hasta quedarse sin voz, para luego hacer las paces con tal pasión que las paredes temblaban. Marta fue su primer amor verdadero, de esos que lo consumen todo por dentro. Esperaba que calmaran sus espíritus y se amoldaran mutuamente, pero ella de repente se fue a Alemania, dejándole solo. Javier fue una sombra durante seis meses: deambulaba perdido, sin comer ni dormir. Yo lo seguía, lo persuadía, vigilaba como a un bebé, temerosa de que no soportara el golpe. Luego apareció Alba, el completo opuesto de la anterior. Tranquila, como un lago en calma, escucha, consuela, nunca alza la voz. Es una luz en nuestro hogar, pero veo que para él no es amor, sino obligación, gratitud, cualquier cosa menos un sentimiento genuino.
Entonces surge mi angustiosa pregunta: ¿debo decirle la verdad? Pueden llamarme loca, pero no puedo vivir con este conocimiento. Tarde o temprano esta verdad estallará como un volcán, arrasándolo todo. Me imagino el infierno que espera a esta chica — dulce, pura, no merece tal dolor. Su decepción será devastadora, la aplastará como una flor frágil bajo una bota. No ha hecho nada para merecerlo, y yo estoy aquí, viendo cómo camina hacia el abismo, sin saber lo que la espera.
Mi amiga tiene razón, me estoy metiendo donde puedo quemarme. Pero, ¿cómo callar? Mi instinto maternal grita: ¡sálvala, adviértele, no dejes que se rompa! Veo cómo Alba mira a Javier, con tanta fe, con tanta ternura que el corazón se me encoge. ¿Y él? Desempeña su papel, y lo hace magníficamente, pero yo conozco sus ojos: no tienen la chispa, no es lo que fue con Marta. Él es amable con ella, pero no es amor, y no puedo fingir que no lo veo.
A veces pienso: ¿estaré equivocada? ¿Habrá sido una invención mía, fruto de mis miedos por él? Sin embargo, lo siento en mi piel, en cada célula. Javier vive con ella porque es cómodo, porque ella es buena, no porque no pueda vivir sin ella. Esta idea me carcome día y noche. ¿Decírselo a Alba? ¿Romper su mundo, que ella considera su felicidad? ¿O quedarme callada hasta que él tome la decisión que la destruirá? Temo que si callo, seré cómplice de su dolor. Pero si hablo, lo romperé todo, y ella me odiará, y mi hijo me maldecirá.
Por favor, ayúdenme con un consejo. No estoy loca, solo soy una madre que ve más de lo que quisiera. Me duele por ambos, por Alba, que entrega su corazón a quien no lo tomará, y por Javier, que vive en esta mentira. ¿Qué hago con esta verdad que me quema por dentro? ¿Cómo protegerla sin perder a mi hijo? Estoy en una encrucijada, y cada decisión es como un puñal en el pecho. Ruego, díganme cómo encontrar la paz en este infierno que he creado con mis pensamientos.