**De vacaciones por felicidad**
Todo el año soñamos con las vacaciones, las planeamos, esperamos volver felices… Pero a veces pasa todo lo contrario.
Desde mayo, Sergio y Alba empezaron a organizar el viaje. Elegían destino, buscaban alojamiento. Alba quería las playas de arena de Almería, con aguas poco profundas y cálidas, perfectas para el pequeño Pablo.
—¿Quieres ir con el niño? —preguntó Sergio, sin entusiasmo.
—Lo dices como si solo fuera mi hijo. Claro que sí. ¿Qué pasa? La gente viaja hasta con bebés.
—Si no hay con quién dejarlo, vale. Pero tenemos a mi madre. Pídele que se quede con él, verás cómo no le importa. Dormir mal, pañales, rabietas… ¿Qué clase de vacaciones serían?
Alba sabía que tenía razón, pero no imaginaba separarse de Pablo diez días enteros.
Su madre apoyó a Sergio:
—Id los dos, descansad. Con un niño pequeño solo os cansaréis, y él ni se enterará.
—Mira el hotel que elegí. ¡Y esa vista! Desde las habitaciones altas se ve el mar —dijo Sergio, girando la laptop hacia Alba.
—¿Qué más da la vista? Si vas a la playa, no a mirarla desde la ventana —contestó ella—. Además, es de piedras, no se puede estar tirado.
—Para eso están las hamacas. Y así no traemos arena a la habitación.
Sergio siempre tenía argumentos, y Alba cedía porque lo quería con locura. No importaba el destino, la playa… Solo estar con él. En dos años y medio de matrimonio, nada había cambiado.
—Mejor ir en avión. Más caro, pero más rápido —dijo Sergio.
Alba pensaba en Pablo. Aunque pequeño, notaría su ausencia, lloraría… ¿Podría su madre con él?
—¿Reservo el hotel? —la sacó de sus dudas.
—Sí, claro.
Sus ideas sobre la familia eran distintas. Sergio creció sin padres, criado por sus abuelos. Su abuelo murió cuando él terminaba el instituto; su abuela, dos años después.
Cuando se conocieron, Sergio ya vivía solo. Pronto, Alba se mudó con él. Hicieron reformas, prepararon su nidito. Todos la envidiaban.
—Qué suerte, Albita. Novio guapo y con piso, sin suegra pesada. No seas tonta, que te lo quitan —bromeaba su amiga.
—¿Tú, por ejemplo? —se reía Alba.
—¡Claro! Yo también soy guapa.
La primera decepción llegó un mes después de la boda, antes del cumpleaños de Alba, cuando Sergio le dijo que no invitara a su madre.
—Vendrán mis amigos, se aburrirá.
—Es su día también. Me trajo al mundo, me crió… ¿Cómo le digo que no venga?
—Que venga al día—Que venga al día siguiente, tomaremos café y pastel —propuso Sergio, y Alba, aunque molesta, no quiso discutir, porque lo amaba demasiado para arruinar su felicidad.