Corre antes de que sea tarde…

**Diario de un hombre**

Todas las chicas sueñan con un amor grande y puro. Que les haga sentir mariposas, que el corazón se les acelere con un abrazo tierno. Que su chico les haga una propuesta bonita e inesperada, delante de todos, para que las demás mueran de envidia. Una boda hermosa, con el novio de traje elegante y ella, delicada, en un vestido blanco de ensueño, radiante de felicidad. Desde pequeñas, muchas ya fantasean con ese día. Lucía no era la excepción.

En pleno curso escolar, llegó un nuevo alumno a la clase de 3º ESO: Álvaro Mendoza. En el recreo, todos lo rodearon con preguntas: de dónde venía, por qué se cambiaba de colegio a mitad de año.

—Mi padre es militar. Lo trasladaron aquí, así que nos mudamos— explicó Álvaro.

—¿Sabes disparar? —preguntó alguien.

—Algo.

—¿Con qué pistola? —se escuchó desde el grupo.

—La reglamentaria— respondió él, mientras su mirada se posaba en Lucía, quien, indiferente, se mantenía apartada.

Al salir de clase, la acompañó a casa. Resultó que vivían cerca. Ella le habló del instituto, él de las ciudades donde su padre había estado destinado.

El día de su cumpleaños, Álvaro trajo una rosa y se la dedicó delante de toda la clase. A cualquiera otro le habrían soltado burlas, pero él se ganó el respeto de los chicos y la envidia de las chicas.

Lucía aceptó la rosa como si fuera algo cotidiano. Su mirada decía: *¿Ven cómo el nuevo anda detrás de mí? ¿Celosas? Esto solo empieza*. Lo trataba con indiferencia, aunque le gustaba.

Antes de los exámenes finales, Lucía conoció a un chico mayor, deportista, durante unas regatas en el río Guadalquivir. Ella y una amiga se detuvieron a mirar.

—Chicas, acérquense. Desde aquí se ve mejor —les llamó un muchacho atractivo.

—¿Tú también compites? —preguntó Lucía, abriéndose paso entre la gente.

—No, yo hago lucha libre. Es mi amigo el que compite. —Señaló al agua, pero sus ojos no se apartaban de ella.

Víctor, así se llamaba, la acompañó a casa.

—¿Sabes qué significa mi nombre?

Lucía lo sabía, pero en ese momento su mente estaba en blanco.

—Significa “vencedor”. Yo siempre gano.

Le gustaba. Lucía sentía algo nuevo, emocionante, que la atraía y a la vez asustaba. Su cabeza era un lío. Álvaro quedó olvidado. ¿Qué era él comparado con Víctor Ríos? Todo el camino pensó si la besaría y cómo debía reaccionar. Pero al llegar a la puerta, él solo le deseó buenas noches. Algo dentro de ella se desinfló.

Al día siguiente, cuando salió del instituto, Víctor la esperaba en un coche aparcado frente a la acera. Abrió la puerta del copiloto. Lucía miró disimuladamente si sus amigas la veían. Las chicas, desde la entrada, boquiabiertas. Y Álvaro, no muy lejos, con el ceño fruncido. Entró al coche con aire triunfal. Pero al alejarse, el miedo la invadió: ¿a dónde la llevaba?

Solo dio un paseo por la ciudad, hablándole de países visitados en competiciones. La atención de un chico mayor la halagaba. Se comportó correctamente, sin pasarse. De sus viajes, le traía perfumes y bisutería. La humilde rosa quedó atrás. Sus amigas morían de envidia al ver los regalos. Y Álvaro… dejó de existir para ella.

Tras el examen de selectividad, entró en la universidad. Casi cada día, Víctor la recogía en coche.

—¿Dónde está tu Romeo? —le preguntaban cuando la veían volver a pie.

—Está en un entrenamiento —respondía con una sonrisa.

La propuesta de matrimonio fue inesperada: en mitad de la plaza, de rodillas, con un anillo de brillantes diminutos, como en una película. Casi los multan por alterar el orden público.

Ella solo lamentó que ninguna amiga lo hubiera visto.

En el registro civil, Lucía resplandecía entre encajes, hermosa, feliz. Él, a su lado, musculoso, atractivo, un vencedor. La chaqueta a punto de reventar sobre sus brazos. ¿Qué más podía desear?

De la boda, la llevó directo a su piso.

Un mes después, supo que estaba embarazada. ¿Y los estudios?

—Piensa en nuestro hijo. Ya terminarás después, si quieres. Quédate en casa. El dinero no falta —dijo Víctor.

—¿Y si es niña?

—Será un niño. Yo siempre gano, ¿recuerdas?

Nació un varón. Se acabaron las felicitaciones. Víctor entrenaba, viajaba, y ella se quedaba en casa. Las amigas desaparecieron. Su madre le insinuó que llamaría, pero visitas… Su yerno no quería intromisiones.

Lucía no estaba triste, pero la felicidad se disfruta más con testigos. Ahora, nadie la veía, nadie la admiraba. Se sentía aislada, como apestada. Poco a poco, despertó del sueño.

Cuando el niño creció, se alivió algo. Lo llevaba a clases extraescolares, mayormente deportivas. En la espera, hablaba con otras madres. Pero siempre notaba la presencia de Víctor, aunque no estuviera. En la calle, miraba atrás, como si alguien la siguiera. Un día se lo comentó.

—Paranoica. ¿Crees que no tengo nada mejor que hacer? —respondió él molesto.

—Víctor, quiero trabajar, terminar la carrera. —Estoy harta de estar en casa.

—¿En serio? Miles matarían por tu vida. ¿Quieres hacer lo que te dé la gana mientras yo trabajo? —Su mirada la atravesó. No esperaba esa reacción. No volvió a tocar el tema.

Una tarde, mientras el niño jugaba en el parque, visitó a una amiga. Entre café y quejas, confesó su cansancio, que su marido no la dejaba trabajar.

—Estás loca, Luisa. Yo firmaría por tu vida. Sin jefes, sin lunes. Todo servido, y tú quejándote.

—¿Dónde estabas? —le gritó Víctor al volver.

—Con una amiga, tomando café… —No terminó la frase. La bofetada la hizo ver estrellas.

—¿No te gusta estar en casa? Ten una niña, y no te aburrirás —dijo, empujándola a la cama…

Desde entonces, evitó salir, no provocarlo. Pero en su corazón anidó el miedo. ¿Qué le pasaba? Ya no lo conocía.

Un día, volviendo del parque con su hijo, vio un puesto de sandías.

—Mamá, cómprame —pidió Adrián.

El vendedor, un joven marroquí amable, les eligió una enorme.

—¡Es gigante! ¿Cómo la llevo?

—Pero muy rica —dijo él, ofreciéndose a ayudarla.

Esa noche, Adrián le contó a su padre lo ocurrido. Lucía lamentó no haberle advertido que callara.

—A tu habitación —ordenó Víctor. Cuando el niño salió, la golpeó con tanta fuerza que perdió el conocimiento. Despertó en el suelo. Él comía sandía, indiferente.

—¿Rebajándote con moros? —escupió las pepitas—. La próxima vez, te mato.

Al día siguiente, en el puesto había un hombre mayor, taciturno. Supo que Víctor tenía que ver.

Su ojo hinchado la obligó a usar gafas oscuras. En el parque, una antigua compañera deAl ver su rostro marcado, la amiga le susurró: “Huye antes de que sea tarde, Luisa, antes de que te mate como a las otras”.

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MagistrUm
Corre antes de que sea tarde…