En el bullicioso Madrid, donde la vida hierve como el café en una taza mañanera, mi existencia a los 27 años parecía perfecta solo desde fuera. Me llamo Alba, soy especialista en marketing para una gran empresa, casada con Sergio, sin hijos pero con muchos sueños por cumplir. Ayer, al salir del trabajo, me subí al coche, paré en una gasolinera, cogí mi bolso y fui al baño. Allí me cambié de ropa, me maquillé y salí tan arreglada que todos se volvían a mirarme. Pero detrás de esa imagen impecable se escondía el cansancio: estaba harta de ser la esposa, hija y nuera perfecta, y necesitaba aprender a vivir para mí.
### Una vida que parece de ensueño
Siempre fui «la niña buena». En el colegio, estudiante ejemplar; en la universidad, becada; en el trabajo, la que entregaba los proyectos antes de tiempo. Sergio, mi marido, es informático y me adora. Llevamos tres años casados, vivimos en un piso acogedor y viajamos dos veces al año. Mis padres y mi suegra, Carmen López, nos ven como la pareja ideal. «Alba, eres una prodigio, lo haces todo», dice mi madre. «Sergio, has tenido suerte con ella», comenta mi suegra. Pero nadie ve cómo me ahogo bajo tanta presión.
Mi vida es una lista interminable: por las mañanas, preparo el desayuno para que Sergio esté contento; en el trabajo, doy el cien por cien; por la tarde, limpio y cocino para evitar que mi suegra diga que «no valgo para ama de casa». Hasta en la gasolinera me cambié y me maquillé porque iba a una cena familiar y debía estar «presentable». Todos me miraban, pero yo me sentía como una actriz interpretando el papel de Alba, la perfecta.
### La máscara que se rompió
Aquella cena fue el punto de inflexión. Como siempre, ayudé en la cocina, sonreí y participé en la conversación. Pero cuando Carmen dijo: «Alba, deberíais pensar en tener hijos, no te haces más joven», algo se quebró dentro de mí. No estoy preparada para ser madre, quiero tiempo para mí, pero todos esperan que siga el guión. Sergio guardó silencio, y entendí: no me defendería. Después, mi madre llamó: «Alba, no lo dejes pasar, ya tienes 27 y yo quiero nietos». Hasta mis compañeras de trabajo bromean: «¿Cuándo te pillamos de baja maternal?».
Estoy agotada. Cansada de que mi valía dependa de cumplir expectativas ajenas. Harta de cambiarme en gasolineras para parecer «perfecta». Harta de sonreír cuando quiero gritar. Quiero a Sergio, pero su silencio cuando mi suegra o mi madre me presionan me duele. Necesito ser yo misma, no la Alba que complace a todos.
### El miedo a ser auténtica
Mi amiga Lucía me dice: «Alba, díles que necesitas tiempo». Pero ¿cómo? Si dejo de cocinar, mi suegra pensará que soy mala esposa. Si le digo a mi madre que no quiero hijos aún, se ofenderá. Si le confieso a Sergio que estoy agotada, dirá: «Pero si siempre lo has llevado bien, ¿qué ha cambiado?». Temo que, si me quito la máscara, me quedaré sola: sin aprobación familiar, sin halagos en el trabajo, sin esa imagen que todos esperan.
Ayer, frente al espejo de la gasolinera, me vi hermosa pero desconocida. Esa Alba de vestido y maquillaje impecable no era yo. Quiero llevar zapatillas, no tacones; quiero cenar sin cocinar; quiero decir: «No estoy lista para ser madre, y es mi decisión». Pero ¿cómo hacerlo sin romperlo todo?
### ¿Qué camino tomar?
No sé por dónde empezar. ¿Hablar con Sergio y pedirle apoyo? Él cree que «exagero». ¿Poner límites a mi suegra y a mi madre? Temo herirlas. ¿Tomarme un descanso sola para reflexionar? Parecería egoísta. ¿O seguir fingiendo hasta que no pueda más? Quiero vivir sin disfraces, pero no sé si tendré el valor.
A los 27 años, anhelo ser auténtica, no perfecta. Mi suegra quizá quiera lo mejor para su hijo, pero su presión me asfixia. Mi madre sueña con nietos, pero sus sueños no son los míos. Sergio me quiere, pero su silencio me hace sentir sola. ¿Cómo encontrarme a mí misma? ¿Cómo dejar de vivir para los demás?
### Un grito de libertad
Esta historia es mi rebelión. Estoy harta de la máscara que llevo para contentar a otros. Quiero un hogar donde pueda ir en zapatillas, sin maquillaje, donde mis deseos importen. A los 27, merezco vivir para mí, no para cumplir con nadie.
Soy Alba, y encontraré la manera de quitarme esta máscara, aunque eso signifique pelearme con los míos. Que dé miedo, pero no volveré a esconderme en un baño de gasolinera para convertirme en quien los demás quieren que sea.







