**Alas rotas del amor: cuando el pasado llama a la puerta**
Lucía llegó a casa antes de lo habitual. El proyecto en el que había trabajado sin descanso estaba finalmente terminado, y decidió darse un capricho, así como a su marido, Álvaro. Entró en el supermercado, compró sus favoritos: queso, fruta, mariscos, y subió las escaleras tarareando.
—¿Álvaro, estás en casa? —llamó al ver sus zapatos y chaqueta en el recibidor.
Silencio. Ni la televisión encendida, ni pasos, ni el habitual: «¡Oh, ya estás aquí! ¿Qué has traído?»
Lucía se sintió inquieta. Dejó las bolsas en el suelo y avanzó por el piso. Había ropa de Álvaro esparcida por todas partes: camisas, calcetines, un cinturón. En el dormitorio, por fin lo encontró. Estaba de espaldas, frente al armario abierto, con una maleta en una mano y camisas en la otra.
—¡Ahí estás! Prepararé la cena —dijo con voz alegre, pero tembló ligeramente—. ¿Otra vez de viaje?
Álvaro se giró. Su rostro estaba extrañamente sereno. Se acercó, le tomó las manos.
—Lucía, ve a la cocina. Prepáralo. Ahora bajo y te lo explico.
Ella no entendía, pero obedeció.
Sus manos temblaban al encender el horno. Preparó el pescado al horno que tanto le gustaba a Álvaro, cortó una ensalada fresca, dispuso el queso. Intentó calmarse: «Seguro que estoy imaginando cosas».
Pero en lo más profundo, algo le advertía de la tormenta.
Pasaron veinte minutos. Desde el dormitorio, solo silencio. Entonces abrió la ventana, y una brisa cálida entró en la habitación. Casi sin ruido, Álvaro apareció a sus espaldas. La abrazó por detrás.
—La cena está lista —susurró ella, intentando girarse, pero él no la soltó. Al contrario, la apretó con más fuerza.
—Lucía… Siempre has sido inteligente. Comprensiva. Espero que lo entiendas ahora. Me voy.
El tiempo se detuvo.
—Es más fuerte que yo… Perdón.
Había dudado, sufrido, luchado durante meses entre el pasado y el presente. Pero hoy todo quedó decidido.
—Eres maravillosa. Cariñosa. Inteligente. Pero no te amo. Quizá nunca lo hice. O creí que sí…
Se separó bruscamente, cogió la maleta y salió corriendo, dejándola paralizada. Detrás de ella, la comida que había preparado con amor se enfriaba.
Permaneció de pie, con la mirada vacía, en un silencio que solo intensificaba el vacío.
No durmió esa noche. Lloró, gritó en la almohada, miró fijamente el techo. Al amanecer, cuando por fin el sueño la vencía, alguien llamó a la puerta.
Era Álvaro. Vestido igual que cuando se fue. A su lado, una rubia alta, de ojos azules fríos.
—Esta es Claudia —dijo él—. ¿Recuerdas que te hablé de mi primer amor?
Sí, lo recordaba. Fue Claudia quien lo destrozó. Fue después de su traición cuando Lucía lo recogió en pedazos, cuando se conocieron en el estacionamiento del supermercado. Él casi chocó con su coche.
Lo acogió, le dio amor, un hogar. Y él… volvió con quien una vez lo abandonó.
—Nos reencontramos —continuó Álvaro—. Claudia se divorció. Empezamos a hablar. Los viajes de trabajo… eran para verla.
—¿Y por qué vienen?
—Para que lo escuches de mí, no de otros. Claudia quería agradecerte. Por cuidarme cuando más lo necesité. Claudia asintió en silencio.
—Querrás que sea feliz, ¿verdad? —preguntó él, mirándola a los ojos.
Lucía cerró la puerta sin decir nada.
—¿En qué es mejor que yo? —lloraba en brazos de su amiga Carolina—. Sí, es guapa. Elegante. ¡Pero lo traicionó! Y ahora él lo perdona todo.
Carolina quiso recordarle: «Te lo advertí. No te enredes con un hombre que sigue atrapado en el pasado». Pero no dijo nada. Solo le acarició el hombro y murmuró:
—Todo pasará. Tú también serás feliz. Te lo prometo.
—Pero yo ya encontré al mío. Era mi príncipe…
Dos semanas sin salir de casa. Luego, volvió al trabajo. Caminaba como un espectro, ajena a los murmullos. Vacía por dentro.
—Esto no puede seguir —dijo Carolina meses después—. Prepárate. Nos vamos a la playa.
Lucía se resistió. Miraba el teléfono, las fotos de Álvaro y Claudia, su vientre redondeado.
—Van a tener un bebé, Carolina… A ellos les va bien…
—¡Y a ti también te irá! ¡Pero solo si dejas de mirar atrás! —replicó su amiga.
Poco a poco, todo cambió. Lucía revivió. Sonrió de nuevo. Se abrió a un compañero cariñoso que siempre la admiró. Y entonces, la boda.
Carolina, con su propia barriguita, comía su tercer helado en la tienda de vestidos mientras Lucía se probaba el suyo.
—¡Serás la más bella! —reía—. Verás, todo saldrá bien.
Pero el destino ama las ironías.
Al volver a casa, Álvaro estaba sentado frente a su puerta. Con una niña de tres años en brazos.
—Es mi hija, Valeria. Claudia nos dejó. Dice que quiere empezar de cero. Sin nosotros.
—¿Y vienes… a mí? —su voz tembló.
—No tengo a nadie más. Ayúdame…
—Me caso en cuatro días, Álvaro.
Él asintió. Bajó la mirada.
—Lo sé. Pero… no puedo solo. No sé ser padre. No sé qué hacer.
Lucía miró a la niña dormida. Su manita reposaba bajo la mejilla.
—Te ayudaré como pueda. Pero entre nosotros, todo terminó. Para siempre.
El pasado puede regresar en cualquier momento. Pero solo nosotros decidimos si volver a abrirle la puerta.







