¿Por qué acepté que mi hijo y mi nuera se mudaran a casa? Aún no lo sé.

**Diario de un padre agotado**

No sé por qué acepté que mi hijo y mi nuera se mudaran conmigo. Aún no lo entiendo.

Soy Fernando López, vivo en un piso de dos habitaciones en un barrio residencial de Toledo. Tengo sesenta y tres años, soy viudo. Mi pensión es modesta, pero me basta. Cuando mi hijo Javier se casó hace dos años, me alegré, como cualquier padre. Él es joventiene treinta y uno, y mi nuera Lucía es un poco más joven. Se casaron, juraron amor eterno, pero no tenían donde vivir. No tenían casa propia. Me dijeron: “Padre, vamos a quedarnos contigo un tiempo. Pronto ahorraremos para la entrada de una hipoteca y nos iremos.”

Yo, como un iluso, me emocioné: pensé que cuidaría de mis nietos. Y les dejé quedarse. Pero ahora no sé cómo salir de esto. Porque ese “un tiempo” ya son dos años, y todos vivimos agobiados.

Al principio, intenté no entrometerme. Son jóvenes, se adaptan a la vida de casados. No les molesté, cocinaba para ellos, lavaba su ropa, lo hacía todo bien. Luego Lucía quedó embarazada. Fue pronto, pensési Dios lo quiso así, habrá una razón. Nació mi nieto, Álvaro. Un encanto de niño. Pero con su llegada, los ahorros se esfumaron. Todos saben lo que cuesta un hijo: pañales, leche, potitostodo caro, y Lucía solo quiere marcas buenas, siempre frescos, todo importado.

Estoy dispuesto a ayudar. Pero no soy un criado. Y, sin embargo, terminé siendo niñera, cocinero y limpiador en uno. La joven madre está “agotadísima”. Dice que Álvaro no la deja dormir. Así que se queda en la cama hasta el mediodía, pegada al móvil. El niño en el parque. Ella en el sofá. La tele encendida, la comida hecha por mí, el suelo fregado, el niño bañado. Y Lucía se queja de estar “hecha polvo”.

¿Y mi hijo? Javier va al trabajo y vuelve cabizbajo, sin hablar. Si intento conversar, se esquiva. Dice: “Padre, no te metas.” Y Lucía actúa como si mandara aquí. Digo una palabra, ella suelta tres. Y siempre subiendo el tono. Luego Javier me dice que “oprimo” a su mujer. ¿Oprimir? ¡Vaya broma, con lo que hago por ellos!

No sé qué hacer. Le digo a Javier: “Hijo, buscad un piso de alquiler. Estoy cansado.” Y él responde: “No tenemos dinero, padre.” Les propuse cambiar de piso: yo me iría a un estudio pequeño y ellos ahorrarían para su vida. Serían adultos responsables. Ayudaría con el nieto, dentro de lo posible. Pero no, mi hijo asiente, y nada cambia.

Entiendo que son jóvenes, que es difícil. Pero yo tampoco soy de piedra. Tengo la tensión alta, dolores en las articulaciones, insomnio. Y si me necesitan, corro al hospital, a las citas, cuido a Álvaro días enteros. Si digo que estoy cansado, me miran como si les hubiera fallado.

Hace poco hubo una discusión fuerte. Me levanté, limpié la cocina, hice puré para Álvaro, como siempre. Lucía se levantó y dijo: “¿Otra vez este puré? ¡Te dije que quiero el de bote!” No pude aguantar. Le dije que era abuelo, no un robot de cocina. Que debían valerse por sí mismos. Ella lloró, Javier la defendió, salieron dando un portazo. Volvieron como si nada. Ni siquiera se disculparon.

Ahora me despierto cada día preguntándome: ¿por qué los dejé quedarse? ¿Por qué no puse límites al principio? Quizá porque soy padre. Porque quiero a mi hijo. Pero cada vez pienso máslo quiero, pero estoy exhausto. Y cuando tomo las pastillas para la tensión, me digo: ¿no será hora de echarlos? Dolerá, pero al menos no perderé la cordura.

Y dime¿soy el único tan inocente? ¿O habrá más gente de mi edad metida en este lío?

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MagistrUm
¿Por qué acepté que mi hijo y mi nuera se mudaran a casa? Aún no lo sé.