Mira, te cuento algo que me ha pasado últimamente y que aún me tiene dándole vueltas a todo. Aquí se suele oír que la gente acoge niños de los centros de menores, ¿no? Pues yo, después de pensarlo mucho, decidí sacar a una abuela de la residencia.
La verdad es que ni mis amigos ni mis vecinos entendieron mi decisión. Me señalaban y decían, Con los tiempos que corren, ¡y tú llevas alguien así a tu casa! Pero, te soy sincera, tengo la paz de saber que he hecho lo correcto. Vamos, que no me cabe duda.
Antes éramos cuatro en casa: yo, mis dos hijas Lucía y Carmen y mi madre. Pero hace unos ocho meses que falleció mi madre y desde entonces hemos sido solo las tres. En ese tiempo, mis hijas y yo nos dimos cuenta de que aún teníamos ganas y energía para cuidar a alguien más, para acompañar. Verás, tenía un buen amigo de la época del instituto, Diego, que en vez de construir una vida y una familia, acabó bebiendo demasiado desde los 30. Lo más triste fue que, para seguir con la bebida, gastaba la pensión de su madre. Cuando ya no pudo, la metió en una residencia, se quedó con el piso y siguió con lo suyo.
A esa mujer la conozco casi desde que tengo uso de razón, y ella a mí igual. Así que mis hijas y yo la íbamos a visitar una vez al mes, llevándole dulces y cosas ricas de nuestra parte. Cuando les propuse traerla a casa, las dos, pero sobre todo Valeria, que solo tiene cuatro años y medio, saltó de alegría diciendo: ¡Vamos a tener abuela otra vez!
Pero es que no te imaginas lo que lloró de alegría cuando se lo propuse. Lloró tanto, de emoción, que tuve que tranquilizarla. Llevamos casi dos meses compartiendo la vida con la abuela Teresa, y te juro que estamos encantadas. Ella nos quiere y nosotras a ella.
Te juro que no entendemos de dónde saca tanta energía, ¡si ya tiene más de 70 años! Cada mañana se levanta a las seis, ¡y nos despierta el olor a tortitas o crêpes recién hechas! La casa se ha llenado de vida.







