Te he dado un hijo, pero no necesitamos nada de ti le dijo por teléfono la amante.
Manuel miró a Clara con la mirada de un perro apaleado.
Sí, no has oído mal. Clara, hace medio año tuve una aventura con otra mujer.
Fueron solo unos encuentros, un mero pasatiempo.
Y ahora ha tenido un hijo mío. Hace nada…
A Clara le dio vueltas la cabeza. ¡Vaya notición!
¡Su fiel y cariñoso marido tenía un hijo fuera de casa!
A Clara le costaba asimilar lo que Manuel acababa de confesarle.
Durante unos minutos, intentó entender qué quería decir su marido.
Manuel estaba sentado enfrente. Los hombros caídos, las manos entre las rodillas.
Parecía más pequeño de lo habitual, como si lo hubieran desinflado por dentro.
Así que un hijo repitió Clara. Tú, hombre casado, has tenido un hijo fuera de tu matrimonio.
Y la que te ha dado ese hijo no soy yo.
Clara, te juro que no lo sabía. De verdad.
¿No sabías cómo se hacen los niños? Tienes cuarenta, Manuel.
No sabía que ella que iba a tenerlo.
Hace tiempo que lo dejamos, volvió con su marido.
Pensaba que todo estaba en calma.
Y ayer llama: Tienes un hijo. Tres kilos doscientos. Saludable.
Y colgó.
Clara se puso en pie. Las piernas le flaqueaban, como si acabase de correr una maratón.
Fuera, el otoño arremetía contra Madrid.
Clara se quedó mirando el paisaje desde la ventanale resultó hermoso, casi reconfortante.
¿Y ahora qué? preguntó, sin volverse.
No lo sé.
Buenísima respuesta. Eso sí es lo que se espera de un verdadero jefe de familia. No lo sé.
Se giró bruscamente.
¿Irás allí? ¿A verle?
Manuel, asustado, levantó la vista.
Clara, me ha escrito la dirección del hospital, dice que le dan el alta pasado mañana.
Lo ha dejado claro:
Si quieres venir, bien. Si no, no pasa nada. No necesito nada de ti.
Orgullosa…
Nada quiere de mí…
Nada quiere repitió Clara, con ironía. ¡Qué ingenuidad!
La puerta de entrada sonó con un golpe en el pasillo: habían llegado los mayores.
Clara, automáticamente, dibujó una sonrisa.
Se le daba de maravillaaños envuelta en negocios le habían enseñado a mantener la compostura, incluso cuando todo se desmoronaba.
Se asomó el hijo mayor: un joven alto, ancho de hombros, de veinte años.
¡Hola, padres! ¿Qué pasa con esas caras largas?
Mamá, ¿tenemos algo para comer? Venimos de entrenar y estamos que nos comemos un toro.
Hay empanadillas en el frigorífico, calentadlas dijo Clara.
Papá, ¿no ibas a mirar el embrague del coche viejo? el segundo hijo, más joven, le dio una palmada a su padre.
Clara miraba la escena, y el pensamiento se le clavó en el pecho.
Le llaman papá. El padre biológico desapareció hace mucho, se limitó a enviar la pensión y alguna postal.
Manuel los crió. Les enseñó a conducir, curó raspaduras, fue a las reuniones del instituto, solucionó líos.
Era su padre. Su verdadero padre.
Manuel forzó una sonrisa:
Lo miro luego, Javi. Dejad a vuestra madre y a mí charlar un poco.
Se marcharon los chicos, haciendo ruido con los platos.
Te quieren mucho murmuró Clara. Y tú
Clara, no sigas. Yo también los quiero. Son mis hijos. No voy a irme.
Te lo confesé todo de una vez, porque fue un desliz, un fallo.
Con ella no fue nada serio.
Solo una aventura.
Solo una aventura, que ahora implica cambiar pañales
En ese momento, irrumpió en la habitación Lucía, la niña de seis años. Entonces se resquebrajó la coraza de Clara. La pequeña saltó en el regazo de su padre.
¡Papá! ¿Por qué estás triste? ¿Te ha regañado mamá?
Manuel la abrazó, hundiendo la cara en su cabecita rubia.
Vivía solo para ella.
Clara lo sabía: por Lucía, él lo daría todo. Era una locura irresistible de amor paternal.
No, princesa. Solo hablamos cosas de mayores. Ve a ponerte los dibujos, ahora voy contigo.
Cuando Lucía se fue, la cocina recuperó su silencio.
Sabes que todo cambia, ¿verdad? dijo Clara.
Se sentó de nuevo.
No me voy a ir, Clara. Os quiero, a ti, a los niños No podría vivir sin vosotros.
Son solo palabras, Manuel. Los hechos son estos: tienes un hijo fuera. Necesitará un padre.
Esa mujer ahora dice no necesito nada. ¿Es el subidón hormonal, euforia o un plan bien calculado?
Pasará un mes, medio año, el niño enfermará, lloverán gastos.
Volverá a llamar: Manu, nos falta abrigo de invierno.
O Manu, hay que llevarle al médico.
Y tú irás. Que eres blando y buena persona.
Manuel callaba.
¿Y el dinero, Manuel? Clara bajó la voz. ¿De dónde vas a sacarlo?
Él se estremeció. Clara había tocado el punto débil.
Su negocio cayó hace dos años, las deudas se pagaron con los ahorros de Clara.
Ahora trabajaba, rebuscaba ingresos, pero era poca cosa comparado con lo que aportaba ella.
Casa, coches, vacaciones, la universidad de los niñostodo era gracias a ella.
Él ni tarjeta propia tenía; los bancos se la habían embargado, solo usaba efectivo o una tarjeta asociada a las cuentas de Clara.
Buscaré la manera murmuró.
¿Trabajarás de taxista por las noches? ¿O me cogerás dinero de la mesilla para mantener a esa familia?
¿Te das cuenta del absurdo? Yo mantengo a la familia, y tú usas mi dinero para mantener a la otra con un niño de por medio.
¡No la llames así! saltó Manuel. Se acabó hace seis meses
Un hijo une más que una boda.
¿Irás a recogerle al hospital?
La pregunta flotaba en el aire. Manuel se frotó la cara con las manos.
No lo sé, Clara. De verdad. Humanamente debería. El niño no tiene culpa.
Humanamente, sí sonrió con amargura Clara. ¿Y con nosotros? ¿Con Lucía? ¿Con los chicos?
Irás, verás al bebé. Lo cogerás en brazos. Y ya está.
Te engancharás. Te conozcoeres blando de corazón.
Empezarás yendo una vez por semana, luego dos, el fin de semana.
Nos mentirás diciendo que tienes mucho trabajo. Y nosotros aquí, esperando.
Clara se levantó, fue al grifo. Abrió, miró el chorro de agua, lo cerró.
Ella es ocho años más joven, Manuel. Tiene treinta y dos. Te ha dado un hijo. De tu sangre.
Mis hijos no son biológicamente tuyos, aunque los críes. Pero ese niño sí es tuyo.
¿Crees que eso no va a cambiar algo?
Eso no es verdad. Los chicos son míos porque los he criado.
Eso lo dices ahora… Pero los hombres queréis un heredero. Uno propio.
¡Tenemos a Lucía!
Lucía es una niña…
Manuel se levantó de un salto.
¡Basta! ¿Por qué me echas ya? Digo que me quedo en casa. Pero tampoco puedo ser un desalmado.
Ha nacido un niño. Es mío, sí.
Te fallo a ti y a todo el mundo.
¿Quieres que me vaya? Ahora mismo cojo mis cosas y me largo.
Me iré a casa de mi madre, a un piso compartido, donde sea. ¡Pero no me chantajees!
Clara se quedó inmóvil, de pronto asustada.
Si decía “vete”, él se iría.
Orgulloso. Tonto, pero orgulloso. Se iría de casa, sin dinero, sin techo, y se acabaría enganchando a la otra.
Allí lo acogerían, sería el salvador, el padre, aunque fuera pobre pero suyo. Y entonces lo perdería para siempre.
Y ella no quería perderle. Por mucho dolor, y rabia, le quería. Y los niños también.
Destruir es fácil, echar a alguien dura un segundo. Pero después… ¿cómo vivir en una casa vacía, llena de su recuerdo?
Siéntate susurró. Nadie te echa.
Manuel dudó un segundo, resollando, y se sentó.
Clara, perdóname. He sido un idiota…
Un idiota, sí aceptó ella pero nuestro idiota al fin y al cabo…
Esa noche pasó como en una nube.
Clara hacía los deberes con Lucía, revisaba informes de trabajo, pero la cabeza la tenía lejos.
Imaginaba a la otra mujer. ¿Cómo sería? Guapa, joven, seguro.
Tal vez ahora mismo mira a su bebé y se siente vencedora.
Nada necesita de él, claro. Es la jugada perfecta.
No exigir, no hacer escenas, solo mostrar: aquí tienen un hijo, lo hacemos solas, somos fuertes.
Eso toca la hombría. Al hombre le despierta el héroe interior.
Manuel daba vueltas, suspiraba, dormitaba mal; Clara, en cambio, permanecía en la cama con los ojos abiertos en la oscuridad.
Ella tenía cuarenta y cinco años, era guapa, arreglada, exitosa, pero ya no era joven.
Y allí, en la otra historia, estaba la juventud…
***
Por la mañana todo era aún más cuesta arribaClara se sentía incapaz de reaccionar.
Los chicos desayunaron rápido y salieron pitando, y Lucía, de pronto, tuvo uno de sus caprichos.
Papá, hazme la trenza tú. Mamá no sabe.
Manuel cogió el peine. Sus grandes manos, acostumbradas al volante y a la herramienta, movían con ternura los finos mechones de la niña.
Trenzaba con cuidado, tan concentrado que sacaba la punta de la lengua.
Clara, tomando café, observaba la escena.
Aquel era su marido. Íntimo, cálido, de casa. Y sin embargo al otro lado estaba ese otro niño, que también tenía derecho sobre él.
¿Cómo se puede así?
Manu dijo cuando Lucía fue a vestirse Hay que decidir pronto. Ahora.
Él dejó el peine.
He estado dándole vueltas toda la noche.
¿Y?
No iré al hospital a recogerle.
A Clara se le encogió algo dentro, pero no dijo nada.
¿Por qué?
Porque si voy, me hago ilusiones. Ella, yo y el niño.
No puedo ser padre en dos casas. No quiero, Clara. No quiero mentirte, ni robarle tiempo a Lucía o a los chicos.
Hace once años elegí. Tú eres mi mujer y aquí está mi familia.
¿Y el niño? ella se sorprendió al formular la pregunta.
Le ayudaré económicamente. Legalmente, con pensión o abriendo una cuenta.
Pero visitas, no. Mejor que crezca sin saber de mí, antes que esperarme los fines de semana.
Y yo mirando el reloj, deseando volver a mi auténtica familia.
Eso me parece más justo.
Clara callaba, girando su alianza en el dedo.
¿Estás seguro? ¿No te arrepentirás?
Me arrepentiré admitió Manuel. Claro que pensaré cómo le va. Pero si empiezo a ir, os perderé a vosotros.
Lo sé, porque tú no lo aguantarías. Eres fuerte, pero no de hierro.
Acabarías odiándome, y no quiero que me odies.
Dios, qué torpe soy explicando
Se levantó, le puso las manos en los hombros, desde atrás.
Clara, no quiero otra vida. Te tengo a ti y a los niños.
Eso otro es el precio de mi error.
Estoy dispuesto a pagarlo en euros, solo con dinero.
No con tiempo, ni cuidados, ni cariño.
Clara posó su mano sobre la de Manuel.
¿Solo con dinero? esbozó una sonrisa torcida.
Lo conseguiré. Aunque reviente, lo lograré. No te pediré un euro para mis errores.
Esto es asunto mío.
Clara respiró aliviada.
Sí, quizá su marido no había sido justo con ella, pero al final eran esas palabras las que necesitaba oír.
No iba a compartir a su marido con nadie, le importaba poco la otra.
¿Tuvo un hijo de un hombre casado? Que apechugue.
***
Manuel no fue al hospital.
Después, la otra le acribilló el móvilgritó, insultó, le preguntó por qué no había venido.
Manuel fue franco: solo recibiría ayuda económica, no habría visitas.
Ella colgó, y en seis meses jamás volvió a llamar. Cambió de número. Y a Clara, aquello, le supo a gloria.
***
La vida, a veces, te pone a prueba de formas dolorosas y no previstas. Pero al final, hay que elegir dónde poner el corazón y la lealtad. No siempre se pueden arreglar los errores, pero sí se puede decidir a qué familia entregar el alma. Ser valiente es saber dónde está tu casa… y no equivocarse de puerta.







