El Padre la Obligó a Casarse con un Mendigo por ser Ciega Lo que Pasó Después Dejó a Todos Impactados
El padre de Lucía la casó con un hombre que parecía un mendigo, solo porque ella era ciega de nacimiento. Pero lo que sucedió después dejó a todo el mundo sin palabras.
Lucía nunca había visto la luz del día, ni el cielo ni los rostros de quienes la rodeaban. Aunque no podía ver, sentía la dureza del mundo con cada respiro. La vida nunca había sido amable con ella.
Nació en una familia que adoraba la belleza por encima de todo. Sus dos hermanas eran constantemente elogiadas por sus ojos cautivadores, su piel impecable y sus figuras esbeltas. Las visitas venían a admirarlas, los vecinos las ponían como ejemplo, y hasta los desconocidos se detenían para mirarlas.
Pero Lucía era diferente. Era ciega desde pequeña. Para su padre, no era una hija a la que amar, sino una carga, una vergüenza que esconder. Mientras sus hermanas eran exhibidas, ella permanecía encerrada, como un secreto del que nadie quería hablar.
Cuando su madre murió de enfermedad siendo Lucía solo una niña, todo empeoró. Su padre, antes severo pero equilibrado, se volvió cruel. Su dolor se convirtió en amargura, y esa amargura, en maldad. Y, sin que Lucía lo entendiera, gran parte de esa maldad la dirigía hacia ella.
Nunca la llamaba por su nombre. Decía “esa”. No la dejaba sentarse a la mesa cuando había familiares. Si llegaban visitas, la encerraba en su cuarto, convencido de que su simple presencia era una maldición.
Los años pasaron así. Lucía creció siendo una joven de voz dulce y corazón noble, pero su padre se volvió más frío. El día que cumplió veintiún años, en lugar de alegría o esperanza, le dio la peor noticia de su vida.
El Matrimonio
Una mañana, su padre entró en su pequeño cuarto, donde ella leía con los dedos las páginas de un viejo libro en braille. Le arrojó una tela doblada al regazo.
Te casas mañana dijo con voz fría.
Lucía se quedó inmóvil, las manos apretando la tela. Las palabras no tenían sentido. ¿Casarse? ¿Con quién? Casi sin aliento, susurró:
¿Con quién?
Con un mendigo de la iglesia respondió su padre sin mirarla. Tú eres ciega. Él es pobre. Se merecen.
Sus labios temblaron. Quería gritar, suplicar, pero no salió sonido alguno. Sabía que la decisión de su padre era inapelable. Nunca le había dado opciones, y esta vez no sería diferente.
Al día siguiente, la llevaron a una ceremonia apresurada. Nunca vio el rostro del hombre, ni nadie se lo describió. Su padre la agarró del brazo y la empujó hacia adelante.
Toma su brazo ordenó.
Ella obedeció como un fantasma. A su alrededor, se oían risas y murmullos.
La chica ciega y el mendigo comentaban, burlándose.
Tras los votos, su padre le arrojó una bolsa de ropa.
Ahora es tu problema le dijo al hombre. Y se marchó sin mirar atrás.
La Choza
El hombre se llamaba Mateo. No habló durante mucho rato mientras la guiaba por un camino polvoriento. Sus pasos eran firmes, pero su silencio le pesaba a Lucía.
Finalmente, llegaron a una humilde choza en las afueras del pueblo. Las paredes estaban agrietadas, el techo inclinado, y el olor a tierra húmeda y humo llenaba el aire.
No es mucho dijo Mateo con suavidad, pero estarás segura aquí.
Lucía se sentó en una estera vieja, conteniendo las lágrimas. ¿Era esta su vida ahora? Una muchacha ciega atrapada en una choza, unida a un mendigo que apenas conocía?
Pero entonces ocurrió algo inesperado.
La Primera Noche
Esa noche, Mateo preparó té con movimientos cuidadosos. Le puso su propio abrigo sobre los hombros para protegerla del frío. Cuando llegó la hora de dormir, no la obligó a compartir la estera. En su lugar, se acostó cerca de la puerta, como un guardián.
Su voz era cálida y amable. Le preguntó por sus historias favoritas, sus sueños, las pequeñas cosas que la hacían sonreír.
Nadie le había hecho esas preguntas antes.
Por primera vez en años, Lucía sintió algo latir en su corazón.
Semanas de Bondad
Los días se convirtieron en semanas. Mateo comenzó a llevarla al río cada mañana, describiéndole el mundo con tanta belleza que Lucía casi podía verlo.
El sol está saliendo decía él. Es dorado, derramándose sobre el agua como miel derretida.
Hay pájaros en los árboles continuaba. Sus alas parecen pinceladas, rojas y azules, mientras saltan entre las ramas.
A través de sus palabras, Lucía sentía que veía.
Él le cantaba mientras lavaba la ropa, y por las noches le contaba historias de estrellas y reinos lejanos. Poco a poco, la risa volvió a sus labios. Poco a poco, comenzó a sentirse viva otra vez.
Y una tarde, bajo la luz tenue del fuego, Lucía se dio cuenta de algo: se había enamorado del hombre al que todos llamaban mendigo.
La Pregunta
Un día, le tomó la mano y susurró:
Mateo ¿siempre fuiste pobre?
Él guardó silencio un momento, y luego respondió:
No siempre fui así.
No dijo más. Y aunque ella quería saber, no insistió.
Hasta que un día
El Encuentro
Lucía decidió ir sola al mercado. Mateo le había dado indicaciones, y las había memorizado. Pero a mitad del camino, alguien la agarró del brazo con brusquedad.
¡Rata ciega! escupió una voz cruel.
Era su hermana, Ana.
Vaya, vaya se burló Ana. ¿Sigues viva? ¿Haciéndote la esposa de un mendigo?
El corazón de Lucía se encogió, pero mantuvo la cabeza alta.
Soy feliz dijo con firmeza.
Ana rio con amargura.
¿Feliz? ¡Ni siquiera sabes cómo es él! Es basura. Como tú.
Luego, se acercó y susurró palabras que le rompieron el alma.
No es un mendigo. Te han mentido.
La Verdad
Lucía regresó a la choza tambaleándose, con la mente en blanco. Esa noche, cuando Mateo volvió, ya no pudo guardar silencio.
Dime la verdad exigió. ¿Quién eres realmente?
Mateo se arrodilló frente a ella, tomándole las manos temblorosas. Su voz también tembló.
No quería que lo supieras aún. Pero ya no puedo mentirte.
Respiró hondo.
No soy un mendigo. Soy el hijo del Duque.
El mundo de Lucía se desvaneció. Su bondad, sus historias, la manera en que se movía todo cobró sentido. Nunca había sido un mendigo. Había sido un noble disfrazado.
Un Príncipe en Harapos
¿Por qué? susurró ella. ¿Por qué dejaste que creyera que eras pobre?
Mateo respondió con emoción:
Porque quería que alguien me amara por quien soy, no por mi título ni mi riqueza. Quería ser visto como un hombre. Y tú, Lucía, me viste más claro que nadie.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
¿Pero por qué yo? ¿Por qué una chica ciega que todos rechazaban?
Él le apretó la mano.





