No voy a comer eso dijo la suegra, mirando el plato con asco. ¿Qué es esta porquería? Carmen frunció la nariz como si hubieran servido un cubo de basura en la mesa.
Un cocido madrileño explicó con una sonrisa su nuera, Lucía. Destapó la olla de barro y empezó a servir un caldo humeante y aromático. Es un placer cocinar con verduras de nuestra propia huerta.
No veo la diferencia comentó la suegra con desdén. Aunque supongo que trabajar en el jardín requiere mucho esfuerzo.
Sin duda rio Lucía, amable. Pero cuando es tu hobby, siempre vale la pena.
Tú hablas de “tu” hobby, no de una obligación resopló Carmen, apretando los labios. ¿Para quién has hecho todo esto?
Para nosotros. No es tanto, solo para un par de comidas.
No pienso comer este engrudo replicó la suegra, alejándose con gesto de repulsión. ¡No se distingue nada ahí dentro! Carmen fingió náuseas y se tapó la boca con la mano, apartando la vista de la mesa.
Lucía alzó los ojos al cielo y suspiró.
Había conocido a Javier, el hijo de Carmen, hace año y medio. Su flechazo fue tan intenso que se casaron al mes, sin ceremonia ostentosa. Con el dinero ahorrado, invirtieron en su sueño: una casa en el campo, que cuidaban con cariño.
En todo ese tiempo, Lucía solo había visto a Carmen cuatro veces. Las mismas que Javier. De hecho, en tres de esas ocasiones, fue ella quien convenció a su marido de visitar a su madre en Navidades.
Carmen siempre consideró el matrimonio de su hijo una locura. Pero no podía controlar a su hijo adulto e independiente, así que esperaba lo que veía como un final lógico.
Pero ese final no llegaba, y empezaba a exasperarla.
Carmen no entendía qué veía Javier en esa “chica tan vulgar” y se preguntaba cómo Lucía lo había hechizado. Él era un hombre atractivo, rodeado de mujeres más elegantes y refinadas.
Además, Carmen era urbanita hasta la médula y había criado a su hijo igual. Su instinto le decía que Javier ya estaría harto de esa vida rural, y que solo necesitaba un pequeño empujón para volver a la normalidad.
Tras esa amarga experiencia, estaría listo para encontrar una pareja que sí congeniara con ella.
Pero debía darse prisa antes de que la astuta Lucía lo atrapase con un hijo.
Carmen ideó un plan: llamó a su nuera para invitarse, alegando que no la habían convidado a la fiesta de la casa.
Lucía le recordó que la había llamado dos veces, pero Carmen siempre ponía excusas, diciendo que estaba ocupada. La suegra ignoró esos comentarios y exigió ver a su hijo.
Dos días después, estaba en un salón luminoso, incapaz de disimular su indignación.
¡Su hijo, igual que ella y su difunto marido, odiaba las sopas! En su familia, solo comían platos claramente reconocibles.
¿Cómo había permitido Javier que su mujer tomase el mando? ¿Sería una bruja?
Un escalofrío recorrió a Carmen. Descartó la idea vulgar de que Lucía retenía a Javier con trucos en la cama.
¿Lucía y trucos? ¡Jamás!
¡Tenía que ser magia!
De lo contrario, ¿cómo explicar que su hijo comiese esa mezcla?
Carmen lanzó una mirada cargada de odio a su nuera.
Fingía ser una santa mientras “envenenaba” lentamente a su marido.
¿Qué hay de incomprensible? dijo Lucía, ignorando la actuación de su suegra mientras llenaba otro plato. Es sencillo: repollo, cebolla, zanahoria, remolacha rallada como hacía mi abuela. Ah, no pude conseguir patatas, pero las pondré la próxima vez. Y luego, hierbas frescas de la huerta, con un toque de nata.
¡Pues tú cómete tu bazofia! se indignó Carmen, agitando las manos.
A su edad le vendrían bien las fibras. Ayudan al tránsito y mejoran la flora intestinal. ¡Y si la flora está sana, la persona también!
Carmen enrojeció ante la audacia de Lucía, pero no replicó y continuó:
¿Y por qué obligas a Javier a comer esto?
Lucía parpadeó, confundida.
Parece que le gusta.
¿Qué puede hacer un hombre si no hay otra cosa?
Cocinar lo que prefiera, pedir comida, ir a casa de un vecino o visitar a su madre respondió Lucía, sonriendo.
Ante el último comentario, Carmen enrojeció aún más.
¡No seas sarcástica! Al menos podrías preguntarme qué le gusta, por educación.
Carmen, se lo he preguntado directamente. Es mayor para hablar. Dice que le gusta todo.
¡Te miente! ¿No lo ves? Al principio no quería decepcionarte. ¡Ahora se fuerza!
¡Ay! Lucía puso cara larga y suspiró. El cocido está hecho, no lo vamos a tirar. Tendrá que esforzarse. ¿Usted también lo apoyará?
¿Qué? la suegra abrió los ojos como platos.
¿No? Qué pena. Estoy segura de que su hijo agradecería su solidaridad.
TCarmen masculló algo ininteligible bajo su respiración mientras el taxi arrancaba, jurándose que algún día rompería ese supuesto hechizo y recuperaría a su hijo, aunque para entonces, Javier y Lucía ya estaban sentados a la mesa, disfrutando del cocido entre risas y caricias a Louna, que ladraba feliz a sus pies.