A punto de dar a luz, mi esposa fue sola a comprar cosas para el bebé y, sin esperarlo, me vio en el mercado con mi amante. Solo me envió un mensaje… y me dejó petrificado.

A punto de dar a luz, mi esposa salió sola a comprar cosas para el bebé y, sin esperarlo, me vio en el mercado con mi amante. Solo me envió un mensaje y me dejó helado.

Ese día, el cielo de Madrid estaba gris, fresco y húmedo. Lucía, embarazada de ocho meses, se ajustó con cuidado un pañuelo en la cabeza y salió con su bolso hacia el mercado. Su marido, Javier, le había dicho que esa mañana tenía una reunión urgente, así que se marchó temprano. Ella no le dio importancia, aunque una punzada de tristeza la atravesó: a pesar de estar a punto de parir, seguía yendo sola a comprar cada pañal, cada toallita y el biberón para el bebé.

El mercado estaba abarrotado. Lucía caminaba despacio, tratando de mantener el equilibrio con su vientre prominente. Tras elegir lo necesario para el recién nacido, justo cuando iba a marcharse, escuchó una voz que le resultó demasiado familiar. Era la voz de Javier.

Al volverse, el corazón se le detuvo.

Javier caminaba de la mano con una chica de minifalda y tacones, riendo y susurrando. Llevaba una bolsa en la mano y le decía:
Dime qué quieres, cielo. Te lo compro todo.
No, no quiero comer mucho, que luego me quejo de la talla.
Aunque subas de peso, seguiré loco por ti.

Lucía se quedó clavada en el suelo, sin respirar. No dio un paso hacia ellos. Desde la distancia, veía a su marido, el hombre con quien había compartido su vida, ahora mimando a otra mientras ella, a punto de dar a luz, cargaba sola con las compras.

No lloró. No gritó. Solo sacó el móvil y escribió un mensaje:

*”Te he visto en el mercado. Estoy agotada, he cogido un taxi antes. Y tú sigue con tu función hasta el final.”*

Lo envió y apagó el teléfono. No quería réplica.

Javier reía cuando el móvil vibró. Al leer el mensaje, la sangre se le heló en las venas. Soltó la mano de la chica y escudriñó la multitud.
¿Qué pasa? preguntó ella.
Él no respondió. Salió corriendo, murmurando:
Lucía Lucía está aquí

Pero Lucía ya no estaba. Su vientre pesado, sus pasos lentos entre la gente, los ojos secos. El pecho vacío. Sin rabia, sin odio, solo un dolor que la ahogaba.

Al llegar a casa, evitó el dormitorio y fue directa a la cocina. Colocó sobre la mesa cada cosa comprada para el bebé: un body azul claro, calcetines de lana, colonia suave, pañales, un biberón. Uno tras otro, como puñaladas al alma.

Recordó las noches de embarazo en vela mientras él decía trabajar hasta tarde. Las citas con el ginecólogo a las que fue sola, esperando en el hospital. La frialdad en su mirada últimamente.

Todo, al final, tenía sentido.

Javier llegó una hora después, el rostro desencajado. Al verla sentada de espaldas, balbuceó:
Lucía lo siento
¿Lo sientes por qué? preguntó sin volverse. ¿Por la reunión?
Me equivoqué. Ella no significa nada. Nunca quise perderte. No pensé que
Si no me hubieras visto, ¿hasta cuándo seguirías mintiéndome?

Lucía se levantó y lo miró con una tranquilidad aterradora:
No te pido que la dejes. No te pido que elijas. Ya he elegido por los dos.

Lucía, por favor Fue un error
Este hijo no merece un padre mentiroso. Y yo no merezco un marido infiel.

Sacó del bolso unos papeles de divorcio ya firmados por ella.
Firma. Léelo bien y firma. No quiero nada, solo a mi hijo. Y paz.

Javier se desplomó en la silla, las manos en la cabeza. Nunca imaginó que Lucía, siempre tan dulce, sería tan firme. Esperaba lágrimas, súplicas, perdón. Pero no: sus ojos eran fríos como el acero.
¿Ya no me quieres? murmuró él.
Quizá te quise demasiado. Pero cuando te vi de la mano con ella, supe que mi corazón se cerró para siempre.

Aquella frase selló su matrimonio. Sin gritos, sin dramas. Solo una mujer que, por amor, aprendió a ser fuerte.

Meses después, Lucía dio a luz a un niño sano. Entre pañales y sonrisas, la alegría volvió a su vida. Una alegría serena, sin cadenas.

Javier, a veces, se plantaba en su puerta con juguetes y ojos suplicantes. Pero la puerta nunca se abrió.

La historia quedó atrás. Aquella mujer, antes frágil, aprendió a soltar y a vivir para quien de verdad importaba: ella y su hijo.

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MagistrUm
A punto de dar a luz, mi esposa fue sola a comprar cosas para el bebé y, sin esperarlo, me vio en el mercado con mi amante. Solo me envió un mensaje… y me dejó petrificado.