En esta familia no estás.

El portazo aún resonaba cuando Elena gritó con la voz temblando de rabia. “¡Que no cuentas aquí! ¿Entendido? ¡En esta familia ya no hay sitio para ti!”

“Elena, cálmate, por favor”, intentó apaciguarla Miguel, pero ella lo atajó con un gesto tajante.

“¡Cállete tú! ¡Tu silencio, año tras año, le ha dado permiso para hacer lo que le viniera en gana!”

Ana permanecía en la entrada del salón, agarrando su maleta de viaje. Su rostro estaba lívido, los labios le temblaban, pero mantenía una mirada altiva.

“Como digas, mamá.”

“¡No me llames mamá!” estalló Elena. “¡Yo tengo una sola hija, y no eres tú!”

Miguel se dejó caer pesadamente en el sillón, tapándose la cara con las manos. Ana miró a su padre, esperando una palabra en su defensa. El hombre callaba.

“¿Papá?”, lo llamó en voz baja.

“Ana, quizás no sea el momento…”, levantó por fin la cabeza Miguel. “Hablemos con calma.”

“¿Hablar de qué?” Elena cogió una foto del centro de mesa y la estrelló contra el suelo. El cristal se hizo añicos. “¡Ha puesto a toda la familia en ridículo! ¡Todo el pueblo nos señala con el dedo!”

Ana miró los fragmentos del marco. Era una foto familiar de la pasada Nochevieja: rostros sonrientes, felices. Ahora parecía una cruel burla.

“Mamá… Elena”, rectificó Ana, “no es culpa mía. Las cosas… pasaron así.”

“¿Que no es culpa tuya?” La madre dio un paso hacia ella. “¿Salir con un hombre casado? ¿Destrozar una familia ajena? ¡Y encima esperar un hijo suyo!”

Ana instintivamente llevó una mano al vientre. Aún era pronto, pero la noticia ya circulaba por su pequeño pueblo.

“Yo… lo quiero”, murmuró.

“¡Como si quisieras!” replicó con sorna Elena. “¡Un tío cuarentón con tres hijos! ¿Qué tendrás tú de especial para que abandone a su mujer?”

Ana palideció aún más.

“Él me quiere. Vamos a vivir juntos.”

“¿Dónde?”, espetó la madre. “¿Aquí? ¿En mi casa? ¿Piensas que voy a permitir que traigas aquí a ese… a ese…”

“Basta, Elena”, interrumpió Miguel. “Sigue siendo nuestra hija.”

“¿Nuestra?” La mujer se giró bruscamente hacia él. “¡Yo no parí hijas así! La criamos, pagamos su carrera, le conseguimos trabajo… ¿Y ella? ¡Ligándose al primero que pasó!”

Ana dejó la maleta en el suelo.

“Víctor no es cualquiera. Llevamos más de un año juntos.”

“¡Ah, un año entero! ¡Un año engañándome!” gritó Elena, elevando los brazos. “¡Decías que trabajabas hasta tarde y mientras tanto te ibas con él!”

“No… no mentía, solo…”

“¿Solo qué? ¿Solo ocultabas? ¡Que es lo mismo que mentir!”

Miguel se levantó del sillón y se acercó a la ventana. Fuera lloviznaba, nubes grises cubrían los tejados vecinos.

“Ana”, dijo sin volverse, “y este Víctor… ¿qué dice? ¿Se divorcia de verdad?”

“Claro que sí”, respondió ella. “Presentó los papeles en el juzgado.”

“Los presentó”, repitió Elena. “Pero ya ha roto la familia. Los niños se quedarán sin padre.”

“No había amor entre ellos”, intentó explicar Ana. “Vivían como compañeros de piso. Víctor dice que fue un matrimonio por conveniencia, no por amor.”

“¡Pues claro que lo dice!” Se rió burlona la madre. “¡Todos los casados cantan la misma canción! ¡Que no quieren a la mujer, que los hijos no fueron planeados, que los forzaron! ¡Y después, cuando se cansan de la querida, vuelven a su casa!”

“Víctor no es así”, replicó Ana, obstinada.

“¡Todos son iguales! ¿Crees que no sé de la vida? ¡He visto mil historias así! ¡Te prometen el oro y el moro y desaparecen como el humo cuando se enteran del crío!”

Ana se estremeció.

“Él sabe lo del bebé. Está contento.”

“¿Contento? Entonces, ¿dónde está ahora? ¿Por qué no viene a defenderte?”

“Está… de viaje de negocios. Vuelve la semana que viene.”

“Vaya casualidad”, apuntó Elena con voz agria. “Justo cuando todo sale a la luz.”

Ana bajó los ojos. También a ella le extrañó que Víctor hubiera tenido que salir justo el día que decidió contárselo a sus padres. Pero él dijo que el viaje ya estaba planeado.

“Elena, ¿y si esperamos un poco?”, pidió Miguel. “Demos tiempo a Ana para que lo solucione.”

“¿Solucionarlo?” Su mujer lo miró como a un lunático. “¡Ella ya decidió por todos! ¡Embarazarse de un casado! ¡Ahora sabe todo el pueblo que la hija del Miguel Sánchez vive con un hombre que no es su marido!”

“Todavía no vivimos juntos”, susurró Ana. “Por ahora.”

“¡Ah, por ahora! Pero el crío ya viene de camino. ¡Un hijo natural! ¿Entiendes lo que implica?”

Ana levantó la cabeza.

“Implica que voy a ser madre. Y me importa un comino lo que digan los vecinos.”

“¿Que te importa un comino?” Elena se llevó una mano al pecho. “¡A mí sí me importa! ¡Vivo aquí, trabajo aquí! ¡Ahora todos murmurarán de mí! ¡Dirán que no eduqué bien a mi hija!”

“Mamá, estamos en el siglo XXI…”

“¡Sí, en el siglo XXI!”, la interrumpió. “¿Crees que la gente ha cambiado? ¡Siguen hablando igual! ¡S
Con el corazón apretado por la incertidumbre, Ana apura su té mientras escucha cómo la lluvia goltea con más fuerza los cristales, sabiendo que mañana deberá enfrentar la realidad que determinará el rumbo de su vida.

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MagistrUm
En esta familia no estás.