El marido ajeno
—Alicia, lo siento, tengo que irme.
—¿Te ha llamado tu esposa? Vete, claro. Estoy acostumbrada.
A Alicia le dolía cada vez que Javier se marchaba con su mujer. Soñaba con que se quedara a pasar la noche. Podrían ir a una cafetería, luego ver una película envueltos en una manta cálida. Ella prepararía un café delicioso…
Pero todo eso solo existía en sus sueños. Javier nunca ocultó que estaba casado y que tenía un hijo. No amaba a su esposa, pero seguía con ella por el niño. Esperaba a que terminara el instituto; entonces, por fin, se iría con Alicia.
A Alicia le daba igual su esposa. ¿Por qué tenía que preocuparse por la felicidad de otra mujer? Si el marido ya no la quería —se notaba en su actitud—, que lo dejara ir. Javier solo era un buen padre, no quería herir a su hijo abandonando el hogar.
No importaba, su día llegaría. En dos años, el chico iría a la universidad, y entonces… Habría mantas, películas y felicidad. Alicia soñaba con tener una hija, su réplica exacta.
Los dos años pasaron rápido. Alicia esperaba que Javier cumpliera su promesa, pero siempre había excusas.
—Entiende, la madre de Elena está muy enferma, se ha venido a casa con nosotros. No puedo irme ahora, lo sabes…
Alicia suspiraba y asentía. ¿Hasta cuándo tendría que esperar? ¿Hasta la jubilación?
Un retraso. ¿Sería un fallo? Compró un test. Dos rayas. Quizá era lo mejor… Debía ir al médico para confirmarlo.
Alicia esperaba su turno al final del pasillo de la consulta ginecológica. La puerta se abrió y salió una mujer embarazada con un vientre enorme. Un hombre la sostenía del brazo. No podía ser… Era Javier. ¿Qué estaba pasando?
Salieron a la calle sin verla. Alicia entró a la consulta.
—Señorita, ¿se encuentra bien? Está muy pálida.
—Sí, creo que sí. Solo quiero hacerme una revisión.
El médico confirmó el embarazo y la felicitó.
—A su edad, tener el primer hijo con 35 años es un poco tarde, pero no pasa nada. Antes de usted había una paciente de 40, con un hijo a punto de terminar el instituto, y ahora van a tener una niña. Una familia estupenda, ¿por qué no?
Alicia esbozó una sonrisa amarga y no respondió. Su mente era un torbellino de preguntas. ¿Cómo era posible? ¿Por qué le mintió, prometiéndole que se iría, mientras engendraba un hijo con la esposa que “no amaba”? ¿Cuánto tiempo más habría fingido? ¿Qué debía hacer ahora?
—Zorrita, hoy no puedo ir, lo siento…
—Claro, yo también tengo planes.
—¿Qué planes?
—Salir de copas con Lucía. Estoy harta de quedarme en casa.
—¿De copas? ¿Qué edad tienes? No me gusta nada esa idea, Zorrita…
—No tengo familia, puedo hacer lo que quiera. Eres un marido ajeno, no tienes derecho a decirme nada.
Colgó el teléfono. Vaya, que no podía salir. Como si ella tuviera que esperarlo como una perra fiel, mientras él hacía hijos, los criaba y ocasionalmente la visitaba en busca de emociones nuevas. Así hasta que se aburriera.
Solo entonces entendió el papel humillante que había interpretado todos esos años. Lo mejor era para su esposa e hijo; ella solo era un “plan B”. Y a él no le importaba que el tiempo pasara, que ella necesitara ser madre antes de que fuera demasiado tarde. Bueno, ahora tendría su propio hijo.
Javier llegó sin avisar. Lloraba. Dijo que el bebé, una niña, había muerto durante el parto, aunque todo parecía ir bien. El dolor había nublado la mente de su esposa, y no sabía qué hacer.
—¿Qué hacer? Estar con tu esposa en un momento así, Javier. Es vuestro dolor. No entiendo por qué venías a verme si todo iba bien con ella, por qué me mentiste.
—Dios me castigó, me quitó a mi hija por culpa de ti…
—No digas tonterías. Solo tú tienes la culpa. Mentiste a tu esposa, a mí, a ti mismo… Sé hombre ahora y vete con ella.
—No lo entiendes, os quiero a las dos. A cada una de una manera. No puedo elegir…
—Basta, Javier. Vete y no vuelvas.
Alicia cerró la puerta y lloró. Sentía pena por sí misma y por la esposa de Javier, que había perdido a su hija. Pronto ella sería madre y podía imaginar ese dolor.
Javier llamó varias veces, llegó borracho, pero Alicia lo echó. Nunca supo que ella tuvo un hijo, su hijo. Lo registró con su apellido, con un guion en el espacio del padre. El niño, Marcos, era idéntico a Javier, el marido ajeno…
Según las estadísticas, un 10% de los hombres dejan a sus esposas por sus amantes. Y la mitad regresa después. Cuántas mujeres esperaron en vano que el hombre casado cumpliera su promesa de divorciarse y casarse con ellas…