Los niños dejaron de invitarme a ver a la nieta y contrataron una niñera a escondidas para evitarme.

Oye, qué fuerte esto que te voy a contar… Mis nietos ya no me llaman para ver a la niña, y encima han contratado a una niñera a escondidas para evitarme.

Mi hija, la muy suya, no quiere ni hablar conmigo. Ni siquiera coge el teléfono cuando llamo. Dice que yo tuve la culpa de que su matrimonio se fuera al traste, pero ¡si no hice nada malo! Ella misma me pidió ayuda en su momento.

Mira, Rocío se casó con 18 años. Conoció a Álvaro cuando él acababa de salir de la mili. Y claro, se lió la manta a la cabeza. Dejó la carrera tirada y se puso en plan rebelde, ni escuchaba mis consejos. Al final, tuve que dejar que se vinieran a vivir a mi casa porque, si no, se iban a un piso de alquiler y no tenían para pagarlo. Al principio, todo bien. Hasta nos llevábamos decente, pero luego Rocío se quedó embarazada y empezó con quejicas: “Mamá, es que me das asco con la comida”. Pues nada, les dije que se buscaran su propio sitio.

Los suegros y yo acordamos echarles una mano con el piso porque sabíamos que ellos solos no podían. Intenté hablar con el padre de mi hija, a ver si él también colaboraba, pero me soltó que ya había pagado la pensión y que no nos debía ni un euro.

Cuando nació la niña, Sofía, me partí el lomo ayudando. Pasaba el día entero cuidándola para que Rocío pudiera descansar. Pero luego la muy lista empezó a inventarse dolores y enfermedades solo para echarme más encima el marrón de la crianza.

Yo les dejaba salir a cenar, al cine, hasta se fueron diez días de vacaciones solos. A mí me encantaba estar con la niña, así que no me importaba. Claro, acababa reventada, pero ¿qué no harías por tu hija?

Cuando volvieron del viaje, le dije a Álvaro que ya tocaba hacer reformas en casa. El tío no hacía más que rascarse la barriga después del trabajo, y eso que tenía horario flexible. Les llevé materiales de construcción y me llevé a Sofía a mi casa dos semanas. Hasta les contraté unos albañiles para que Álvaro no se matara a trabajar. Y entonces ¡zas!, empezaron las quejas. Resulta que a Álvaro le sentó mal que yo “mandara demasiado”. Pero, ¡hombre!, si él no movía un dedo…

Después de las obras, dejaron de llamarme. Ni siquiera me avisaban para ver a la niña. Y descubrí que habían contratado a una canguro solo para no cruzarse conmigo. Me dolió, pero para mi cumpleños organicé una reunión familiar. Rocío vino con Sofía, pero Álvaro ni siquiera me llamó para felicitarme. ¿En serio? ¿Después de todo lo que hice por ellos? ¿Hasta pagarles la reforma?

Hasta se puso a gritarme que ya estaba harta de que me metiera en su vida. Que él mandaba en su casa y que no me quería ni ver.

No sé, igual me pasé de ayuda, pero solo quería lo mejor para ellos. Ahora Rocío y Álvaro no paran de pelearse, y ella me echa la culpa. Hasta me llama llorando, diciendo que por mi culpa él habla de divorcio. Y lo peor es que ni siquiera me dejan ver a Sofía… ni oír su voz por el teléfono.

Yo lo di todo por ellos. ¿Qué hago ahora? ¿Por qué me odian tanto?

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Los niños dejaron de invitarme a ver a la nieta y contrataron una niñera a escondidas para evitarme.