Vendemos la casa, ¡pero traemos a mamá con nosotros!

**Venderemos la casa, pero mamá se viene con nosotros**

Javier estaba sentado en la cocina con su esposa, Lucía. Ella cocinaba, moviéndose entre los fogones y hablando sin parar, mientras él, preparándose para ir al trabajo, bebía café y miraba por la ventana cómo el sol comenzaba a asomarse. Intentaba captar lo esencial de las palabras de su amada, pero no era fácil.

—Javi, ¿me estás escuchando? —Las uñas de Lucía se clavaron de pronto en su hombro.
—¡Claro que sí, cariño! —respondió él rápido, apartando suavemente aquellas uñas bien cuidadas.
—Entonces, ¿qué te acabo de decir? —Sus ojos brillaban fríos y exigentes.
Javier suspiró.
—Que querías hablar otra vez de vender la casa.
—Exacto. ¿Y sabes por qué?
—Porque si traemos a mamá con nosotros, todo será más fácil. No tendremos que apretarnos tanto.
—¿De verdad crees que aquello vale algo? No hay nada útil para nosotros allí. No tiene sentido que siga viviendo ahí, su pensión no le alcanza ni para pagar las facturas. ¿Por qué tenemos que ser nosotros quienes paguemos? ¿Por qué? —El tono de Lucía destilaba desprecio e indignación.

A sus casi cuarenta años, con una claridad implacable, sus palabras sonaban casi amenazantes. Aquella voz ronca y grave, aunque ya lejos del trino dulce de su juventud, todavía ejercía su fascinación.

Javier había pasado los cuarenta hacía tiempo, pero estaba acostumbrado a seguir las órdenes de Lucía. Hasta ahora, eso no le había traído más que beneficios.

—Mamá tiene que vivir en algún sitio —musitó él, sin convicción.
—Claro. Con nosotros. Y vendemos la casa. Así cerramos deudas, mejoramos nuestra situación y, de paso, será más alegre vivir todos juntos, ¿no? —insistió Lucía.

Javier asintió. Aunque su trabajo como ingeniero de construcción le daba un buen sueldo, nunca venía mal un ingreso extra. Además, la casa estaba a su nombre. ¿Para qué pagar por un lugar donde no vivían?

—Pues mañana mismo publicas el anuncio. Llama a tu madre y dile que se prepare. Se vendrá con nosotros y así encontraremos comprador rápido —Lucía sonrió, mostrando sus dientes como una depredadora que acababa de olfatear su presa.

***

María empezó el día como siempre. El sol ya estaba alto cuando la anciana despertó. Salió al jardín a revisar sus árboles cuando, de pronto, el viejo Nokia que llevaba en el bolsillo comenzó a sonar.

Las nuevas tecnologías no eran lo suyo. Hasta lo más básico, como aprender qué botones presionar en la lavadora, Javier había tenido que explicárselo mil veces. Pero aquí, en el campo, el tiempo parecía detenerse. Nada de complicaciones, solo sus queridas revistas, los vecinos, su pensión a los sesenta y cinco… La vida había sido buena.

Sin embargo, al escuchar la voz de su hijo al otro lado del teléfono, el corazón se le encogió.

—Hola, mamá. Mira, Lucía y yo hemos hablado y hemos decidido vender la casa.
—¿Qué? —María se dejó caer en el banco del porche, respirando con dificultad.
—¿Qué pasa? No tiene sentido que te quedes aquí perdiendo el tiempo. Será mejor que vivas con nosotros. Con el dinero de la venta podremos estabilizar nuestras finanzas.
—¿Me estás diciendo que me mude con vosotros? ¿No os molestaré?
—¡Mamá, por favor! Por supuesto que no. Tendrás tu habitación y lo que necesites. Viviremos como una gran familia. Será más fácil para ti, no tendrás que estirar tanto la pensión. Todo son ventajas.

María empezó a morderse los labios nerviosamente, pero Javier no le dio tregua.
—Ya he puesto el anuncio. Así que prepárate, mañana es sábado y pasaré a recogerte y por tus cosas. No traigas mucho, no quiero perder tiempo en viajes.

Así, una nueva vida se dibujó en el horizonte de María. Javier colgó rápidamente, como el hombre ocupado que era, y ella se quedó sentada en el banco, reflexionando.

Habían acordado hace tiempo que él le ayudaría con los gastos. Su pensión era escasa, pero jamás imaginó que él usaría eso para imponerle una decisión. No le dejaron opción.

Con un suspiro, frotándose la espalda adolorida, regresó a la casa pensando en el jardín de árboles frutales al que tanto esfuerzo había dedicado… Y que ahora jamás volvería a ver.

***

Lucía frunció el ceño.

—María Carmen, no puedo creer lo que haces. Te dije que no cocinaras esos guisos pesados. Toda la cocina huele fatal.

Con gesto disgustado y movimientos bruscos, abrió la ventana para ventilar. María se quedó paralizada unos segundos.

—¿Qué se supone que debo hacer entonces? No estoy acostumbrada a cómo vosotros coméis —respondió la anciana—. Necesito algo sustancioso.

—Pues cocina algo normal. Pasta con una salsa decente, por ejemplo. Algo que todos podamos comer y que, si vienen invitados, no se escandalicen.

—¿Me estás diciendo que cocine como si fuera un banquete?
—¡No! Cocina lo que quieras, pero que al menos huela bien y no parezca un revoltijo.

María, herida, dio media vuelta y se refugió en su habitación. Era evidente: Lucía buscaba conflicto, y esto era solo el principio.

Esa misma noche, durante la cena, el teléfono de Javier sonó.

—¿Sí? ¿Quieren ver la casa? Este fin de semana, perfecto. ¿Incluso podrían comprarla directamente? Mejor que la vean antes.

—¿Ya encontraron comprador? —María abrió los ojos desconcertada.
—Claro, puse un buen precio. No queremos aprovecharnos, y además hace falta reformarla —Javier se encogió de hombros.

—¿Y tú qué, Javi? —María lo miró con severidad.
—¿Qué pasa con Javier? ¿Es que ya no sabes resolver tus propios problemas? —intervino Lucía—. Deberías pensar menos en reformas y más en legados, María Carmen.

—¿Tengo acaso nietos a los que dejarles algo? —replicó la anciana con sorna.

Lucía se quedó callada, clavando la mirada en la pared.
—Justamente por eso, porque las condiciones nunca han sido las adecuadas —murmuró.

—¿Esta casa de tres habitaciones no es suficiente? —María levantó la voz—. ¡Cuando nació Javier ni siquiera teníamos nuestro propio cuarto en la pensión! Todo lo conseguí yo sola, ¡incluido este piso que os cedí!

—Los tiempos han cambiado. Ahora los niños necesitan más cuidados y mejores condiciones —contestó Lucía.

—Da igual, mamá. No podrías seguir viviendo allí sola —remató Javier.

***

María no lograba adaptarse. Todo le resultaba extraño: los olores, los muebles… Lucía adoraba el estilo moderno. Cristal por todas partes, encimeras de piedra, mesas de vidrio, suelos y paredes oscuros. Un ambiente frío, impersonal, casi opresivo.

Echaba de menos sus viejos papeles pintados. Alegres, verdes, rojos, rosas… Cada habitación tenía su propia paleta de colores. Aquí, en cambio, las paredes parecían una prisión.

Al día siguiente, al regresar del supermercado, escuchó ruidos extraños. Dejó las bolsas en la entrada y avanzó con cautela.

Su corazón se detuvo al verlo: bolsas llenas de sus pertenencias. Lucía estaba tirando sus cosas.

—¡¿Qué haces?! —gritó María.
—¡Ordenar! —respondió LucMaría, con lágrimas en los ojos, tomó una decisión firme, empacó lo poco que le quedaba y, sin mirar atrás, salió de esa casa para empezar de nuevo lejos de quienes solo le habían causado dolor.

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MagistrUm
Vendemos la casa, ¡pero traemos a mamá con nosotros!