**Su ex**
*”¡Gracias, Robertico! No sé qué haría sin ti”*, apareció en la pantalla del móvil un mensaje con un emoticono de corazón.
El teléfono de su marido vibró justo en sus manos. Laura miró instintivamente la notificación. La remitente decía *”Maripepa”*. Un emoji de corazón coronaba el mensaje, dándole un aire de complicidad.
Laura abrió los ojos como platos. *¿Maripepa? ¿Robertico?* Podría pensar que era una prima lejana o una compañera de trabajo, si no fuera por un pequeño detalle: su marido no conocía a ninguna Maripepa. ¿O sí?
Alzó la mirada bruscamente. Primero investigaría, luego sacaría conclusiones. Sin embargo, un pinchazo de celos ya le atravesaba el pecho.
—¿Quién es Maripepa? —preguntó Laura, intentando que su voz no temblara.
Roberto, que en ese momento bebía su café tranquilamente, ni siquiera entendió la pregunta al principio.
—¿Qué?
—*Maripepa* —recalcó ella, mostrándole el móvil—. ¿Quién es?
Su marido miró la pantalla, y una tensión fugaz cruzó su mirada. Luego se encogió de hombros con indiferencia.
—Ah… Es Marina.
Laura se quedó petrificada.
—¿Qué Marina?
—Bueno… Mi ex. No hay nada entre nosotros, ya te lo digo.
Ella dejó el teléfono sobre la mesa lentamente y cruzó los brazos.
—¿Tu ex te llama *”Robertico”*, te agradece algo y le pone corazones? ¿En serio?
Roberto volvió a encogerse de hombros, como si el tema no mereciera ni una discusión.
—Sí. Le presté un poco de dinero. Me lo pidió y se lo di.
Una ola de furia inundó a Laura.
—¿Le has dado dinero a tu ex?
—Pues sí, ¿y qué?
—¿Y qué? —lo imitó ella—. ¿De verdad crees que está bien? ¿Sacar dinero de nuestra cuenta para dárselo a tal Marina?
Finalmente, la miró a los ojos.
—Laura, estás montando un drama por nada. No somos enemigos, la conozco desde hace mil años. ¿No puedo ayudarla?
Ella soltó una risa amarga.
—Estás casado, Roberto. ¡Casado! Conmigo. Y ayudas a la que estuvo antes.
Él suspiró, irritado, como si hablara con una niña a la que tuviera que explicarle lo obvio.
—No terminamos mal. No es una desconocida para mí.
—¿Y yo sí lo soy?
Roberto guardó silencio. Laura negó con la cabeza y respiró hondo.
—¿Cuánto lleva esto pasando?
—¿El qué?
—Vuestra *adorable* amistad.
Él volvió a apartar la mirada.
—Siempre hemos hablado. Desde antes que tú. Solo que no lo mencionaba. No quería ponerte nerviosa.
Laura sintió un frío helado en el estómago.
—¿O sea que lo llevas ocultando dos años?
—¡No lo ocultaba! Simplemente no había necesidad de decírtelo. No te estoy engañando. No tienes por qué preocuparte.
Ella exhaló despacio, conteniendo un grito de rabia.
—¿Y con qué frecuencia la ayudas?
—A veces. Tonterías, normalmente. Montar un armario, arreglar el ordenador…
—¿O sea que tú, mi marido, vas corriendo a ayudar a otra como si fueras su *manitas* de confianza?
—¡¿Pero qué dices?! —estalló él—. ¡Solo la ayudo! ¿Eso es un crimen? ¡También te ayudo a ti!
Laura lo miró con frialdad.
—Si no ves nada raro en esto, es que tenemos ideas muy distintas sobre lo que es una familia.
Dio media vuelta y salió de la cocina. No quería ver su cara en ese momento.
Laura no recordó cómo pasó el día. Sentía rabia, dolor, confusión. Intentó analizarlo con calma, pero solo una pregunta daba vueltas en su cabeza: *”¿Cómo no me di cuenta antes?”*
Roberto no parecía arrepentido. Ahora que ya no lo escondía, seguía hablando con Marina como si no pasara nada.
En las siguientes semanas, el rompecabezas se completó. Cada dos días, él *”se retrasaba en el trabajo”*. Cada dos días, a su ex *”se le rompía algo”*.
—Voy a casa de Marina esta tarde —anunció Roberto en la cena, como si nada—. Tiene una fuga en la lavadora.
Laura dejó el tenedor y entrecerró los ojos.
—¿No hay fontaneros en toda la ciudad?
—Venga, ¿tanto cuesta echarla una mano?
—A ti no, pero a mí me cuesta tragármelo.
—Empiezas otra vez… ¿Siempre con lo mismo?
—Claro que sí —dijo ella con frialdad—. Porque tu ex siempre *”se queda sin suerte”* justo cuando te necesita. Menos mal que no tienen hijos, ¿no?
Roberto la miró irritado, pero siguió comiendo.
—¿Y si fuera otra persona? ¿La vecina o mi madre? ¿También le prohibirías ayudarlas?
—La diferencia es que *”otra persona”* no te llamaría cada dos por tres.
—Laura —dejó el tenedor, cansado—. Juro que hablas como si te estuviera engañando.
—No sé si me engañas o no, pero tu comportamiento es sospechoso. Y me pone de los nervios —respondió ella secamente.
Él torció la boca en una sonrisa irónica.
—No confías en mí.
—¿Tengo motivos para hacerlo?
El silencio fue la respuesta.
Tres días después, Marina volvió a aparecer.
—Ha llamado Marina —dijo Roberto, impasible—. Quiere comprar un frigorífico pero no tiene cómo llevarlo.
Laura se giró lentamente hacia él.
—¿Quieres decir que vas a dejarlo todo, coger el coche e ir a hacer de *mudanza* para ella?
—¿Y qué pasa?
—Roberto, ¿en serio no ves el problema?
—Yo veo que montas un número por nada.
—No, tú montas el circo y yo ya no quiero ser parte del espectáculo. Si tanto te gusta ayudar a Marina, ¿por qué no te mudas con ella directamente? Así ahorras en gasolina.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente.
—¿O sea que me echas?
—No, Roberto. Te doy a elegir. O estás en esta familia, o estás fuera. No quiero verte.
Se dio la vuelta y salió de la habitación. Ya no caería en sus manipulaciones. Quizás él creía que *”ser honesto”* sobre sus *”visitas caritativas”* la tranquilizaría. Pero para Laura era una puñalada.
Pasaron 24 horas desde su última conversación. Laura miraba el teléfono desde la cocina. Roberto no llamaba ni escribía. Se había ido. No con Marina, claro, *”con un amigo”*, pero el hecho seguía ahí. Esperaba. ¿Entendería? ¿Se daría cuenta de que había ido demasiado lejos? Pero no pasó nada.
Al segundo día, regresó como si nada.
—¿Ya se te ha pasado? —preguntó, entrando en el dormitorio.
Laura se volvió hacia él despacio.
—¿Así es como lo solucionas? ¿Desapareces dos días y vuelves como si nada?
Roberto respiró hondo, como si hablar con ella fuera un martirio.
—Laura, seamos sinceros. Estás exagerando.
Ella apretó los puños.
—No exagero, solo no quiero estar en una relación donde hay una tercera persona.
—No hay ninguna tercera —gruñó él—. Te lo estás imaginando.
—Vale —dijo, mirándolo fTras un silencio que se hizo eterno, Laura tomó aliento y pronunció las palabras que llevarían paz a su corazón: “Roberto, esto se acabó, y aunque duela, prefiero cerrar esta puerta para abrir una nueva con alguien que sí me elija sin dudas”.