**El Entrelazamiento de los Destinos en un Pueblo Pequeño**
En un pequeño pueblo junto al río, donde los viejos olivos susurraban con el viento, Isabel preparaba una cazuela de cocido. El aroma de especias llenaba la cocina, mientras el atardecer se desvanecía tras la ventana. De pronto, el timbre del teléfono cortó el silencio. Era su nieto, Adrián.
—Abuela, ¡hola! ¿Os importa a ti y al abuelo si paso mañana? Pero no vendré solo… —Su voz ocultaba un secreto, como si cargara algo que le hizo a Isabel sentir un pellizco en el pecho.
—Claro, ¡venid! ¿Con quién? —preguntó, mezclando curiosidad y una leve inquietud.
—Es una sorpresa —respondió Adrián, picarón, antes de colgar.
Al día siguiente, llamaron a la puerta. Isabel, secándose las manos en el delantal, corrió a abrir. En el umbral estaba Adrián, y a su lado, una chica desconocida con una sonrisa tímida.
—Abuela, te presento a Lucía —dijo su nieto, con una chispa en la mirada. Isabel, al escuchar el nombre, se quedó inmóvil, como si el tiempo se detuviera.
Las tardes solían traer a los nietos a casa de Isabel y su esposo, Francisco. La mayor, Marta, apenas cruzaba la puerta cuando gritaba:
—¡Abuelo, me estoy atascando con las ecuaciones! ¿Me ayudas?
Francisco, dejando el periódico, sonreía:
—Venga, ¿dónde está el lío? Trae el cuaderno, que lo miramos. Pero si es fácil, mira: aquí la incógnita, aquí pasamos esto al otro lado… ¿Lo ves? ¡Eres lista, Marta! Diciendo que no podías. Mi campeona, y encima guapa como su abuela.
Francisco la observaba con orgullo. ¡Qué parecida era a Isabel en su juventud! La misma mirada decidida, las mismas ganas de luchar incluso cuando las fuerzas menguaban. Las mejillas enrojecidas, la sonrisa… igual que la de Isabel cuando empezaron a salir.
—Bueno, ¿echamos una partida a las damas? —guiñó Francisco.
—Abuelo, la última vez me ganaste —respondió Marta, dubitativa.
—¿Y? ¿Por perder ya no se juega? Pues nada, como quieras —se burló él.
—¡No, vamos! ¿Dónde están las fichas? —Marta ya extendía el tablero—. ¡Elige, abuelo! ¡Ah, yo con las negras! Hoy te gano, y después tocamos la guitarra, ¿vale?
El pequeño, Adrián, siempre buscaba a Isabel. A Francisco le respetaba—su abuelo era estricto, pero justo.
—Abuela, ayúdame con lengua, que me han puesto un cinco por la letra —murmuraba Adrián, bajando la vista—. Al abuelo no se lo digas, ¿eh? Lo arreglo. ¿Qué hay para cenar? ¿Lentejas? ¡Me encantan! Abuela, mírame cómo escribo, así sale bien.
Isabel, sentándose a su lado, veía cómo Adrián trazaba las letras con cuidado. Era idéntico a Francisco—la misma mirada ágil, el mismo temple. A los cinco años ya sumaba y restaba como un adulto.
—¡Mira, abuela, ¡me ha salido bien! —Adrián levantó el cuaderno—. ¡Perfecto! ¡Gracias a ti! La abrazó—. ¿Sabes por qué he venido solo? ¡Porque tengo una sorpresa! Compré pastas de almendra para todos. Papá me dio dinero y lo ahorré.
—¡Ay, mi cielo! Llama al abuelo y a Marta, que cenamos y luego té con tus pastas.
—Espera, abuela, tengo otro secreto —susurró Adrián, acercándose—. Me gusta una chica de clase, Lucía. Quiero regalarle un perfume, lo lleva soñando. Ya estoy ahorrando.
—¿En serio, cariño? ¿Y Lucía habla contigo?
—No, abuela, aún soy pequeño —suspiró.
—¿Es mayor? Sois de la misma clase.
—No, yo tengo once, y ella diez y medio. Pero es más alta, abuela, mucho más. Si le doy el perfume, quizá se enamore de mí.
Isabel rió:
—¡Claro que sí! ¡Eres un chico estupendo! La altura no importa, ya crecerás. El abuelo y yo te ayudamos con el perfume. Ahora llama a todos, ¡que se enfría la cena!
El tiempo pasaba sin detenerse. Marta terminó el instituto y se fue a estudiar a otra ciudad. Adrián estaba en segundo de bachillerato, ocupado con exámenes y entrenamientos de baloncesto. Pero cada semana, sin falta, visitaba a sus abuelos. Ahora alto y fuerte, como Francisco en su juventud.
Ayer llamó por la noche, la voz temblorosa:
—Abuela, ¿os importa si paso mañana? Pero no vendré solo. ¡Sorpresa! Mañana os cuento todo.
—Viene con novia, lo presiento —susurró Isabel a Francisco al colgar.
—Pues, Anita, ponte ese vestido azul que te hace parecer una niña. Yo me pondré la camisa buena. Hay que estar presentables, ¡que aún damos la talla! —guiñó Francisco.
Al día siguiente, el timbre sonó cerca del mediodía. Isabel corrió a abrir.
—¡Adrián! —exclamó.
—Abuela, abuelo, os presento a Lucía —dijo Adrián, ruborizado pero radiante. A su lado, una chica alta y delicada sonreía cálidamente.
—Es más alta que él —notó Isabel para sí.
—Esto es para vosotros —dijo Lucía, entregando una cajita—. Adrián me dijo que habíais celebrado vuestro aniversario hace poco.
Isabel abrió el regalo: su perfume favorito, el mismo que Francisco le regaló cuando empezaban a salir. Sintió un nudo en la garganta.
—Aquí traigo pastas de almendra, ¿te acuerdas, abuela? —Adrián le tendió una bolsa con el dulce aún caliente.
—Pasad, que comemos y luego merendamos. ¡Gracias por el perfume, es precioso! —Isabel miró a Francisco—. ¿Lo has visto, Paco?
El abuelo sonrió con complicidad, intercambiando una mirada con Adrián. Estaba claro: lo habían planeado juntos, y Francisco le había dado la pista del perfume.
En la mesa, Adrián contaba anécdotas entre risas, mientras Lucía lo miraba con cariño. Isabel recordó cuando Francisco la conquistó. Él era más bajo, y al principio le daba vergüenza. Pero un día, en la estación, alguien gritó: «¡Un niño en las vías!» La gente se agolpó, pero Francisco saltó al hueco entre el andén y el tren, rescatando a un niño asustado. Desde entonces, Isabel dejó de fijarse en su estatura. Su hombre era un héroe.
Pronto Marta volvería de vacaciones, quizá tampoco sola. Habría que reunirlos a todos en la mesa—hija, yerno, nietos. Se acercaba el aniversario de boda de Isabel y Francisco. Sí, los años volaban, y a veces el corazón se apretaba al sentirlo. Pero bajo ese mismo cielo caminaban sus hijos y nietos—tan parecidos, con sus mismas sonrisas y miradas. Cantaban sus canciones, leían sus libros, sorprendidos de que a los abuelos también les gustaran.
En ellos vivía un trozo de su alma. Y eso no era solo un premio, sino una alegría inmensa, un regalo del cielo.