—Mi hijo lleva cinco años casado, y en todo este tiempo no he puesto un pie en su casa. Ni siquiera he pasado el umbral. Mi nuera lo dejó claro desde el principio: no le gustan las visitas —cuenta con tristeza Susana, una mujer de 60 años de Málaga.
Su hijo vive con su esposa en el piso de ella, un modesto estudio en el centro de la ciudad. Para los dos, basta. Están ahorrando para algo más grande, trabajando duro. Todo parece lógico, normal.
—Mientras no tuvieron hijos, no me metí. Ellos trabajaban de sol a sol, y yo en mi huerto en el pueblo, cada uno a lo suyo. Nos veíamos en las fiestas y hablábamos por teléfono. A mí me iba bien —reconoce.
Pero hace poco todo cambió. Laura, su nuera, tuvo un embarazo difícil, el parto fue complicado, y por poco no lo cuenta. Su suegra estuvo allí, llevándole lo que necesitaba, preocupándose, ayudando como podía. Después de todo eso, jamás imaginó que, con el nacimiento de su nieta, la apartarían así.
—Laura ya había dicho que querían criar a la niña solos, sin ayuda. Pero pensé que era cosa de palabras. «Ya verás cuando no duerma en tres días», me decía. Al fin y al cabo, yo sé lo que es ser madre primeriza —comenta Susana.
Ella recuerda cómo su propia madre la ayudó cuando criaba a Javier. Cocía, limpiaba, paseaba al niño mientras ella descansaba. Un apoyo que no tenía precio.
—Fui al hospital el día del alta, como es debido: con flores, regalos y un nudo en la garganta. Abracé a mi hijo, felicité a Laura… y ellos me llevaron a casa en el coche diciendo: «Es que queremos descansar, ya hablamos». Ni un «pasa a tomar café», ni un «quédate un rato». Como si me hubiesen puesto en pausa.
El primer mes no dejaron acercarse a nadie. Laura hablaba de «adaptación», «burbuja familiar», «tiempo para nosotros». Bueno, un mes se espera. Pero pasó el segundo… el tercero… Ya van seis, y la puerta sigue cerrada.
—Solo salimos a pasear. Laura me da el carrito y dice: «Llévala un rato, que yo tengo colada». Y yo voy, paseo, canto canciones… hasta que devuelvo la sillita y, zas, la puerta se cierra otra vez. Ni un paso dentro. En todo este tiempo —dice con amargura.
Al principio, Susana se enfadaba. Lloraba. Luego lo asumió.
—Al menos me deja pasearla. Al menos la veo. No me la esconde del todo. Paseamos por el parque, le canto, y después… hasta la próxima.
A veces se pregunta: ¿habrá hecho algo mal? ¿Tendrá Laura sus razones? Pero no hay explicaciones. Solo distancia, como si fuesen vecinas que se cruzan en el ascensor.
¿Qué opinas? ¿Tiene motivos la madre para actuar así? ¿O es pura desconexión? ¿Cómo actuarías en su lugar?