Él simplemente se fue… Y ella vivía por él.
Llevaban siete años juntos. Siete largos años llenos de esfuerzo, en los que Verita intentó ser perfecta. Todo como en los libros: limpieza, cuidados, atención, compromisos. Estudió cada faceta del papel de «esposa perfecta» para ser indispensable, necesaria, amada. Tenía tanto miedo de quedarse sola otra vez que empezó a perderse a sí misma.
Y aun así, él se fue.
No fue en un arrebato. Ni en medio de una pelea. Simplemente, un día, con voz serena y fría, recogió sus cosas y dijo:
—Virginia, estoy enamorado de otra. Me voy.
Ella asintió. Se levantó. Sacó tranquilamente la maleta. Metió sus camisas, la ropa interior, dobló cuidadosamente las corbatas. Se aseguró de que no olvidara el cargador del móvil. Le dijo:
—Llévate también la maquinilla de afeitar, la vas a necesitar.
Solo cuando la puerta se cerró tras él, un dolor insoportable la dobló. Se deslizó contra la pared del recibidor y lloró desconsoladamente. No por la pérdida, sino porque, una vez más, no había funcionado. Porque su «perfección» no la había salvado.
Su amiga Lola fue la primera en llegar. Virginia estaba sentada como un fantasma, mirando al vacío. Lola intentó sacudirla—inútil. Pronto llegaron las demás chicas. Un verdadero ejército de apoyo femenino. Unas con empanadas, otras con vino, otras solo con abrazos.
—¡Lo hacías todo por él! —gritaba Marta.
—¡No se merecía ni una migaja de ti! —insistió Nuria.
Virginia seguía callada. Las palabras se hundían en su vacío interior.
Entonces habló Rocío. La misma Rocío que siempre decía las cosas tal cual, sin rodeos.
—No te lamentes —dijo con calma—. Volverá. El primero siempre vuelve. No hay mujeres tan cómodas, tan dóciles, tan pacientes por ahí. Cuando se canse de jugar, volverá arrastrándose. La pregunta es: ¿tú quieres eso?
Las demás refunfuñaron, criticando a Rocío por su franqueza. Pero Virginia susurró de repente:
—Que le den…
Y en ese susurro no había rabia. Había la primera chispa de algo nuevo. Las mujeres son sabias. Saben perdonar, aguantar, esperar. Pero cuando las traicionan, saben levantarse de golpe. Sonreír entre lágrimas. Y empezar de cero.
Porque ya no viven para nadie. Viven para sí mismas.