Suegra impone condiciones: “Solo ven tú y la nieta

Oye, te cuento esta historia que me dejó pensando… Toda mujer sueña con encontrar un buen hombre, formar una familia y ser feliz. Pero ya sabes, la vida no es un cuento de hadas para todos. Y cuando más quieres, más duele cuando todo se rompe.

Elena estaba segura de haber encontrado a su media naranja. En el instituto conoció a Adrián, un chico alto, guapo, con una sonrisa de actor. Le robó el corazón al instante. Citas, paseos bajo la luna, promesas… Años después, se hicieron novios.

Su madre, Carmen López, nunca lo vio con buenos ojos. Le parecía un vago, sin ambición. Pero Elena estaba ciega de amor: para ella, Adrián lo era todo. Ella entró en la universidad con buenas notas, mientras él apenas aprobó para un ciclo formativo. Los estudios no eran lo suyo, y al final los dejó.

“Mamá, ¡no lo entiendes! Esto es amor de verdad!”, decía Elena, sin querer escuchar críticas.

Cuando Adrián encontró trabajo como dependiente en una tienda de electrónica, pensó que había triunfado. Aunque el sueldo apenas le daba para cervezas y patatas fritas, a él le bastaba. A Carmen, no. Intentó hacer entrar en razón a su hija, pero fue inútil.

Se casaron con una boda sencilla y se mudaron a un piso compartido en Zaragoza, en una habitación prestada por amigos de Adrián. Las paredes eran finas, los vecinos cotillas… Pero a Elena no le importaba, con tal de estar con él. Adrián trabajaba sin ganas, y ante cualquier petición de ayuda, se encogía de hombros. Elena empezó a pedirle dinero a su madre. Carmen no se negaba: le ayudaba con comida, ropa, incluso sus ahorros.

Cada visita de su yerno le revolvía el estómago. Lo veía como un extraño, un inepto. Para ella, no era un hombre de verdad.

Cuando las cosas se pusieron peor, Elena pidió quedarse en casa de su madre unos meses, para ahorrar y alquilar algo mejor. Carmen aceptó a regañadientes, pero pronto se arrepintió: Adrián pasaba el día en el sofá, mientras su hija trabajaba a distancia y estudiaba, agotada pero defendiéndolo.

“Es que está cansado…”, justificaba ella.

A los tres meses, Adrián no soportó las indirectas y convenció a Elena de volver al piso compartido. Allí, aunque apretados, no había reproches. Carmen respiró aliviada, aunque con un miedo: que su hija quedara embarazada.

Pero la vida tiene mala leche. Adrián perdió el trabajo. Elena, en cambio, ascendió y empezó a ganar bien. Y entonces… se enteró de que esperaba un bebé.

Carmen se emocionó al saber que sería abuela, pero la alegría duró poco. Seguía sin poder tragar a su yerno. Cuando Elena, harta del piso, pidió volver a casa, su madre puso una condición:

“Tú y la niña. Adrián no. Ni poner un pie aquí.”

“¡Mamá, es el padre de mi hija!”, protestó Elena.
“¿Y tú pensaste en eso cuando te casaste con él?”, contestó Carmen, fría. “Que se haga hombre primero.”

Elena se debatió entre el cansancio, su recién nacida y la falta de espacio… y el orgullo. Volvió con Adrián a esa habitación minúscula, esperando que su madre cambiara de opinión. Pero Carmen no cedió.

Para ella, Adrián era un intruso, no el hombre que quería para su hija y su nieta. Pero ¿qué hacer? Los hijos escogen con el corazón, no con la cabeza. El corazón de madre sufría, pero su decisión seguía en pie.

El tiempo dirá quién tenía razón. Por ahora, madre e hija aprenden a quererse a distancia, aceptando elecciones que no coinciden con sus sueños.

Tú, ¿qué opinas? ¿Hizo bien Carmen? ¿O debería haber aceptado a su yerno por el bien de su hija y su nieta?

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