La madre se negó a aceptar a su yerno: «Que vengas solo tú y la nieta»
Toda mujer sueña con encontrar un hombre digno, formar una familia fuerte, tener hijos y ser verdaderamente feliz. Pero, como dice el refrán, los cuentos de hadas no son para todos. Y cuanto más amas, más duele la caída.
Elena estaba segura de haber encontrado su destino. En el instituto conoció a Hugo, un chico alto, atractivo, con una sonrisa de estrella de cine. Le robó el corazón desde el primer momento. Amistad, paseos bajo la luna, confesiones… Con el tiempo, se convirtieron en pareja.
Su madre, Carmen Fernández, nunca simpatizó con Hugo. Veía en él pereza y falta de ambición. Pero Elena estaba ciega de amor: para ella, él lo era todo. Ella entró en la universidad con buenas notas, mientras que Hugo apenas logró matricularse en un módulo. Los estudios no eran lo suyo, y pronto los dejó.
—Mamá, no lo entiendes. ¡Es amor verdadero! —insistía Elena, sin querer escuchar ninguna crítica.
Cuando Hugo consiguió trabajo como dependiente en una tienda de electrónica, creyó haber alcanzado el éxito. Aunque el dinero apenas le daba para cervezas y patatas fritas, a él le bastaba. A Carmen, no. Intentó hacer entrar en razón a su hija, pero fue en vano.
Los enamorados celebraron una boda modesta. Vivieron en una habitación de la casa de unos amigos de Hugo, en un viejo piso de Vallecas, donde las paredes eran finas y los vecinos, cotillas. A Elena no le importaba: lo único que quería era estar con su amor. Hugo trabajaba sin ganas, y ante cualquier petición de ayuda, se encogía de hombros. Elena empezó a pedir dinero a su madre. Carmen no se negaba: la ayudaba con comida, ropa e incluso sus ahorros.
Cada encuentro con su yerno le provocaba un malestar profundo. Le parecía ajeno, inútil, débil. Para ella, no era un hombre de verdad.
Cuando la situación se hizo insostenible, Elena pidió quedarse en casa de su madre unos meses, para ahorrar y alquilar algo mejor. Carmen accedió a regañadientes, pero pronto se arrepintió: Hugo pasaba el día entero en el sofá, mientras su hija cargaba con todo. Ella intentaba estudiar y trabajaba desde casa, agotada pero defendiendo a su marido.
—Es que está cansado… —justificaba.
A los tres meses, Hugo no soportó la presión y convenció a Elena de volver al piso compartido. Allí, aunque pequeño, no había sermones. Carmen respiró aliviada, aunque temía una cosa: que su hija se quedara embarazada.
Pero el destino, como suele pasar, jugó su mala pasada. Hugo perdió el trabajo. En cambio, Elena ascendió y empezó a ganar bien. Y pronto se supo: esperaba un bebé.
Carmen se alegró al saber que sería abuela, pero su felicidad duró poco. Seguía sin aceptar a su yerno y no quería verlo. Cuando Elena, harta de la incomodidad, pidió volver a casa, su madre puso una condición:
—Solo tú y la niña. Hugo no. Ni siquiera en la puerta.
—¡Mamá, es el padre de mi hija! —protestó Elena.
—¿Pensaste en eso cuando te casaste con él? —replicó Carmen, fría—. Que primero se haga hombre.
Elena se debatía. Por un lado, el cansancio, un recién nacido y la falta de comodidad. Por otro, el orgullo y el resentimiento. Volvió con su marido a aquel pequeño cuarto, esperando que su madre cambiara de opinión. Pero Carmen no cedió.
Para ella, Hugo era un extraño, alguien que nunca había querido para su hija y su nieta. Pero, ¿qué se puede hacer? Los hijos eligen con el corazón, no con la cabeza. El corazón de una madre sufre, pero su decisión no cambió.
El tiempo dirá quién tenía razón. Mientras, dos mujeres, madre e hija, aprenden a amarse a distancia, aceptando elecciones que tal vez no coincidan con sus sueños.
¿Tú qué opinas? ¿Hizo bien Carmen al negarse? ¿O debería haber aceptado a su yerno por el bien de su hija y su nieta?