**Una Mañana Inesperada**
Me llamo Lucía, y aquel día desperté a las siete de la mañana, como siempre, con la esperanza de un nuevo comienzo. Fuera, el mundo aún dormía, así que decidí prepararme un café. Al pasar junto al contenedor de basura en elportal, algo llamó mi atención. Entre los desechos, había una caja vacía de turrones “El Almendro” —mis favoritos—, una botella de vino vacía, de esas caras, y el envoltorio de un queso manchego de buena calidad. Me quedé helada. Aquello no era simple basura, eran los restos de un banquete al que no me habían invitado.
Vivo sola, pero en el edificio nos llevamos bien con los vecinos, especialmente con la familia del piso de arriba, Javier y Ana. Siempre compartimos un café o algún dulce. Pero esta vez, no habían dicho nada sobre una reunión. Y, sin saber por qué, un nudo se formó en mi garganta. No eran solo desperdicios, eran llamadas de atención: “¡Aquí estuvimos sin ti!”.
**El Peso de la Tristeza**
De vuelta en mi casa, intenté racionalizar por qué aquello me afectaba tanto. Solo era basura, ¿no? Pero cada detalle —los turrones, el vino, el queso— parecía burlarse: “No contaron contigo”. Imaginé a Javier y Ana riendo, disfrutando de una velada íntima mientras yo ni siquiera lo sospechaba. ¿Acaso no querían que estuviera allí? ¿O se les olvidó? Cada pensamiento envenenaba mi ánimo un poco más.
Siempre he sido buena vecina: les llevo magdalenas caseras, les recomiendo recetas, ayudo cuando puedo. Y esto… dolía. No soy de las que arman escándalos, pero en ese momento tuve ganas de subir y preguntarles: “¿Ni siquiera pensaron en mí?” Por suerte, no lo hice. Pero la rabia crecía como la espuma.
**La Llamada a mi Amiga**
Para desahogarme, llamé a mi amiga Sofía, quien siempre sabe escuchar. Le conté lo de la caja, el vino, el queso, y lo herida que me sentí. Al principio se rio: “Lucía, ¿enfadada por un poco de basura?” Pero luego, seria, me dijo que quizá me sentía excluida. “Tal vez fue una cena familiar, nada más”, sugirió.
Sus palabras me hicieron reflexionar. ¿Estaba exagerando? Aun así, el malestar persistía. Sofía me aconsejó que hablara con Ana: “Pregúntale sin más. Así saldrás de dudas”. Dudé, pero prometí pensarlo.
**La Explicación que lo Cambió Todo**
Al día siguiente, me crucé con Ana en el portal. Con su sonrisa habitual, me preguntó cómo estaba. Sin poder evitarlo, mencioné casualmente la caja de turrones en la basura. “¿Celebraron algo ayer?”, dije, tratando de sonar tranquila.
Ana parpadeó, sorprendida, y luego soltó una carcajada. ¡No hubo ninguna fiesta! Su hermana pequeña había venido de visita, trayendo turrones, queso y vino. Cenaron las tres y, por la mañana, tiraron los restos. “Lucía, si hubiéramos organizado algo, ¡tú hubieras sido la primera en saberlo!”, exclamó. El alivio fue instantáneo, aunque me avergonzó mi torpeza. Ana me invitó a tomar un té esa tarde, para probar una tarta nueva que iba a hacer.
**Una Lección Aprendida**
Aquella mañana me enseñó a no juzgar tan rápido. Una simple caja vacía desató una tormenta en mi cabeza, pero la realidad fue mucho más simple. A veces, inventamos ofensas donde no las hay, en lugar de preguntar. Javier y Ana siguieron siendo los mismos buenos vecinos de siempre, y yo me había preocupado en vano.
Ahora, evito sacar conclusiones apresuradas y confío más en los demás. Y si vuelvo a ver algo sospechoso en la basura… me reiré y seguiré. La vida es demasiado corta para amargarse por un envoltorio vacío. Por cierto, aquel té con Ana fue maravilloso: reímos, compartimos historias e incluso planeamos una excursión al campo. Quizá esa caja de “El Almendro” estaba ahí para recordarme lo importante que es comunicarse y ser buena vecina.







