Encuentro Inesperado: Reveladora Verdad

El encuentro inesperado: la verdad que abrió los ojos

María partió rumbo a Sevilla por trabajo. Se instaló en el hotel y se sumergió en reuniones, negocios y proyectos. Cansada, casi sin fuerzas, le escribió a su esposo al caer la noche:

—Estoy bien. Agotada. Voy a descansar.

Francisco respondió al instante:

—Yo también. Los arreglos en casa de mis padres son agotadores.

Tras un baño relajante, María se acostó y se durmió. Pero a la mañana siguiente, al salir de su habitación, se topó con la última persona que esperaba ver.

—¡Fran! —exclamó, desconcertada—. ¿Qué haces aquí?

—¡Sorpresa! —sonrió él, titubeante—. Pensé en visitarte…

No terminó la frase. La puerta de la habitación de María se abrió y apareció Javier, su compañero de trabajo, con quien compartía algo más que proyectos.

María no daba crédito. Nunca creyó que caería en una aventura, pero la atención y la ternura de Javier, siempre amable, la conquistaron. Francisco, eternamente ocupado, frío y distante. Su hijo adolescente, Pablo, cada vez más lejano. María se sentía sola, invisible.

Y entonces llegó él: juventud, pasión, miradas que la hacían sentirse viva. Javier, más joven y soltero, la llenaba de halagos sinceros. En este viaje, habían llegado juntos, aunque Francisco ni siquiera preguntó adónde iba. Él solo mencionó: «Voy a ayudar a mis padres con la reforma».

Esa noche cenaron, pasearon, se sintieron libres. María se quedó en la habitación de Javier. A su esposo le escribió que estaba agotada y se iba a dormir. Pero a la mañana siguiente…

…en el pasillo chocaron con Francisco, saliendo de la habitación contigua, acompañado de una rubia espectacular de unos veintisiete años.

—¡¿Qué está pasando?! —clamaron ambos al unísono.

—¡Tú decías que estabas con tus padres! —replicó María, indignada.

—¡¿Y tú con tu compañero?! —gritó Francisco—. ¿Por qué te llama *cariño*? ¿Pasaste la noche con él?

—¿Y tú? ¿Quién es Raquel?

—Ella vive aquí. Vine a verla. Ahora, haz las maletas. Nos vamos.

En ese momento, un mensaje de Javier iluminó su teléfono:
*«Me voy. Los dramas no son lo mío. Suerte»*.

Con manos temblorosas, María recogió sus cosas. El viaje de regreso fue un suplicio. Francisco no paraba de sermonearla:

—No pensé que fueras capaz de esto. Eres madre, esposa… Es una traición.

—¿Traición? ¿Y tú? Los dos tenemos la culpa, Francisco. Y, sinceramente, ya no sé si merece la pena seguir juntos.

—No quiero divorciarnos. Solo… quería algo nuevo. Pero estoy dispuesto a olvidarlo. Por la familia. Por Pablo.

María guardó silencio. Sabía que el amor se había esfumado. Si aún existiera, ella no habría buscado a Javier ni él a Raquel.

—Ya no nos queremos —dijo al fin—. Esto no es una familia. Dos engaños son el final. Nos separaremos en paz. El piso lo dividiremos. Pablo lo entenderá.

Francisco respiró hondo:

—No imaginé que lo aceptarías así… Pensé que te aferrarías, llorarías, rogarías…

—Se acabó, Fran. No te guardo rencor. Simplemente… ya no somos los mismos.

—Bien. Que el piso sea para ti y Pablo. Yo me buscaré un alquiler, luego compraré. No es problema.

María se sorprendió. La generosidad de Francisco era inusual. No era tacaño, pero un gesto así… era raro.

—Gracias, Francisco.

Pasó un año.

María volvía del trabajo. Otoño, hojas secas, una brisa fresca. Amaba esa estación.

—¡María! ¡Hola! —una voz familiar la llamó.

—¿Francisco? Hola… ¿Qué haces por aquí?

—Estaba cerca, me apetecía pasear. ¿Cómo estás? ¿Y Pablo?

—Bien. Tiene una novia con el pelo morado… Modas, supongo. A veces vienen a casa. ¿Y tú?

—Solo. Trabajando, ahorrando para una hipoteca. Te he echado de menos… ¿Recuerdas cuando nos perdimos en la playa y bebimos cava en la arena?

—Lo recuerdo… Lo recuerdo todo, Fran.

Caminaron largo rato por el parque. De pronto, los rencores se desvanecieron. Solo quedaban ellos. Sin reproches. Sin dolor.

—María, te he extrañado… Pero no me atrevía a decírtelo. Temía que me rechazaras.

—Yo también te he echado de menos. Creí que la libertad sería distinta… Pero solo hay vacío.

—¿Volvemos a casa? —preguntó él en un susurro.

—Vamos, mi vida. Empecemos de nuevo. Quizá hasta cuidemos juntos a los nietos… aunque lleven el pelo morado.

María rio y le tendió la mano.

Comenzar otra vez… A veces, es justo lo que hace falta.

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