Justicia para ella: una historia que comenzó con una traición

Justicia para Lucía: una historia que comenzó con traición

—¿Por qué lo dejas que te trate así, Lucía? No eres su propiedad. Eres fuerte, podrías escapar— susurró Marta, acurrucada en el sofá.

Lucía respiró hondo y respondió en voz baja:

—Es mi padre. Y tiene un papel con firma y sello donde pone claro: «inestable». Por eso estoy aquí. No es solo un hombre con dinero, es un hombre con poder. Da igual cuántas veces huya, siempre me encontrará. Este círculo no se rompe…

—Entonces, mientras estés aquí, al menos ayúdame. Te pagaré, todo limpio. Con justicia— guiñó un ojo Lucía, conspirativa.

—Lo haría igual— sonrió Marta—. Pero no me quejo. El dinero me vendrá bien cuando vuelva a ser libre. No necesito magia para saber qué pasa. Pero para confirmar el sueño… necesito un mechón de tu pelo.

Marta sacó rápidamente una navajita y cortó unos cabellos con destreza.

—Esta noche lo sabremos. Qué pócima te dieron, por qué en vez de protección recibiste esa melancolía verde… lo descubriremos.

A la mañana siguiente, Lucía no encontraba a Marta. La esquivaba, se escondía en rincones, desaparecía en las terapias.

—¿Por qué huyes de mí?— la atrapó Lucía en el jardín—. ¡Tenemos un trato!

—No me creerías— murmuró Marta, sombría—. Pensarás que invento cuentos por dinero.

—Basta. Dime qué viste.

Marta la llevó a la arboleda más apartada y se sentó a su lado.

—Escucha con atención. Soñé…

Alejandro se desperezó en la cama, adormilado.

—¡Despierta, dormilón! Tengo una nueva víctima.

—Déjame dormir…— gimió él.

—Tendrás tiempo. Mira este periódico. ¿Ves a esta mujer? Es nuestra próxima presa. Se llama Lucía. Cofundadora de una empresa, sin familia, excepto… su futuro marido. Si todo sale bien, serás tú.

—¿Casarme?— se le secó la garganta.

—Sí. Pero primero, haz que se enamore. Sé cariñoso, humilde, finge ser pobre pero trabajador. Ella se acercará, te ayudará, invertirá en tu «negocio».

—¿Y luego lo pierdo todo? ¿Y apareces tú?

—Exacto, mi amor— acarició Yolanda su cabeza—. Cuando acepte el ritual, creyendo que te ayuda… le meteré una maldición. Un demonio devorará su mente. Después… un «accidente». La herencia será tuya.

—Si funciona…

—Lo hará. Tenemos magia. Tú y yo.

Cuando Marta terminó, Lucía calló, apretando los labios.

—¿Y bien?— estalló la joven.

—Que actuaré. Primero, deshacernos del demonio. Luego… justicia.

—Te advierto: si esperas, huirán. Esa gente no se queda.

—Estoy lista. Ayúdame a expulsarlo.

Marta cortó otro mechón.

—Prepárate. Cuando se vaya, Yolanda lo sentirá. Tendrás poco tiempo.

Esa noche, Lucía casi no durmió. Temblores, susurros en la oscuridad… Pero al amanecer, todo desapareció. El mundo brillaba de nuevo. La gente era normal.

—¡Marta! ¡Se fue!— irrumpió en la habitación de su amiga. Pero a Marta la habían trasladado. Algo había ocurrido.

—Volverá en cuanto mejore— le aseguró la enfermera.

Lucía no pudo localizar a Yolanda ni a Alejandro. Sus teléfonos muertos. Habían huido. Pero ahora lo urgente era salir de allí. Y agradecer a Marta.

—¡Estás viva!— gritó Lucía cuando Marta regresó.

—A tiempo. Devolví el demonio, pero casi me quedo con él— sonrió con voz áspera—. ¿Y tú?

—Se marcharon. Desaparecieron. Me recupero. El médico dice que pronto me darán el alta.

—Yo me quedo. Mi padre lo extendió. Pero vendrás a verme, ¿no?

—Claro. ¿Y cómo te contacto?

—Así— Marta sacó de nuevo la navaja, cortó una trenza y se la tendió—. Ponla bajo la almohada… yo oiré.

—¿Y la venganza?

—No quiero mancharme. Solo quiero justicia.

—Déjamelo a mí. Pediré ayuda a los de arriba. Que decidan lo que merecen.

Seis meses después

Lucía estaba en el sofá, con una copa de vino. En sus manos, un informe del detective privado.

Yolanda y Alejandro habían huido. Lucía regresó a un piso vacío. Las cuentas, esquilmadas. Todo su dinero, esfumado.

Yolanda dejó el trabajo y se desvaneció. Alejandro y ella volaron lejos. Pero el paraíso duró poco. El dinero no les salvó. Pelearon. Dividieron el botín… y se separaron.

Yolanda se cruzó con el tipo equivocado. El detective dijo que la encontraron… o no. Quizás en el fondo del mar.

—La magia no te salvó, Yolanda— susurró Lucía.

¿Y Alejandro? Reincidió en estafas. Perdió. Acabó endeudado. Sin nada que ofrecer. Lo último valioso que le quedaba… sus órganos.

—Al menos salvará a alguien— inclinó Lucía la cabeza—. Todo en su justa medida.

¿Y Marta? Ahora vivía en un bosque apartado, donde el padre de Lucía quería construir chalés. Lucía le regaló el terreno. Refugio. Hogar.

Lucía sacó de un cofre la trenza y sonrió:

—Bueno, amiga… ¿Hablamos? Pronto iré a verte. Serán unas vacaciones mágicas.

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