¿A dónde vais? ¡Si hemos venido a visitaros!

– ¿Dónde pensáis ir? Nosotros hemos venido a visitaros – replicó la cuñada con las manos en las caderas.

– ¡No soporto a tu hermana! – murmuró Galina, frunciendo el ceño con desagrado. – ¡Me saca de quicio!

– ¡Y no solo a ti! – apoyó Maxim a su esposa.

– Se mete en todo y se cree la más lista. Deberías ver esa expresión de triunfo que pone cuando consigue molestarme – espetó entre dientes Galina. – Que si mi educación es mala, que si mi maquillaje es viejo…

– Siempre ha sido así – se encogió de hombros el hombre. – Por desgracia, fue culpa de mi madre, que siempre le permitió todo y la consentía.

– Menos mal que vivimos a cien kilómetros de tu familia – rodó los ojos la mujer.

La suegra Inga Vladímirovna y la cuñada Arina vivían en la ciudad, mientras que la pareja lo hacía en un pequeño pueblo cercano.

Ambas mujeres eran viudas y residían en el mismo apartamento, por lo tanto, cuando Maxim y Galina visitaban a su madre, automáticamente también eran visitas para Arina.

La hermana del hombre no soportaba a su cuñada y las disputas eran inevitables.

Durante las primeras visitas, Galina apretaba los dientes en silencio, pero luego decidió hacerle frente a Arina, porque al ver su debilidad, Inga Vladímirovna también empezaba a criticarla.

Después de eso, cada visita a la madre terminaba en escándalo, y la pareja decidió dejar de visitar a la familia de Maxim.

Inga Vladímirovna enseguida se dio cuenta y comenzó a llamar a su hijo para pedir explicaciones.

– ¿Por qué no venís? Hace dos semanas que no os vemos. ¿No pensaste que mamá y tu hermana os extrañan? – reprochó la mujer.

– Tenemos mucho trabajo, no hay tiempo – respondió Maxim secamente, sin querer entrar en detalles.

– ¿Y qué tanto hacéis? – preguntó con desconfianza Inga Vladímirovna. – ¿Tu esposa te lo prohíbe? La última vez se fue con una cara como si hubiera comido cien limones.

– Te digo que tenemos cosas que hacer – respondió Maxim y se despidió rápidamente de su madre.

Sin embargo, una hora después, la mujer volvió a llamar para informar que ella y Arina iban a visitarles al pueblo.

– ¿Por qué motivo? – se sorprendió el hombre.

– Quería pasar por casa de una amiga de la infancia y de paso verte, ya que tú no vienes – explicó Inga Vladímirovna con determinación.

Maxim inmediatamente cambió de semblante. No había evitado ir a ver a su familia para que ahora ellas vinieran.

– Es probable que no estemos en casa – avisó el hombre, intentando disuadir a su madre y hermana de visitarlos.

– ¿A dónde vais? – preguntó con fastidio Inga Vladímirovna. – Me da la impresión de que no queréis vernos. Si es así, simplemente decidlo directamente.

– Nos iremos al cumpleaños de unos amigos – improvisó Maxim.

– Bueno, id, pero la madre y la hermana no suelen venir de visita todos los días – dijo la mujer ofendida antes de colgar.

Maxim se sintió culpable ante su madre y hermana, pero recordando cómo se comportaban cuando veían a Galina, dejó de preocuparse.

Decidió no contarle a su esposa que su madre y su hermana pensaban visitarlos, para no inquietarla sin necesidad.

Sin embargo, tres horas después comprendió que se había equivocado. Cuando sonó el timbre, fue Galina quien se apresuró a abrir la puerta.

Al ver la cara burlona de su suegra y su cuñada, la mujer quedó desconcertada. No esperaba recibir visitas de la familia.

Maxim, quien recordó a su madre y hermana solo en el momento en que su esposa corría a abrir la puerta, salió al vestíbulo.

– ¡Galia, estás lista? ¿Todavía no te has vestido? – dijo el hombre condenatoriamente, pretendiendo no ver a las visitas no deseadas.

– ¿Adónde? – Galina miró desconcertada a Maxim.

– Al cumpleaños, ¿lo olvidaste? – sonrió forzadamente el hombre. – Oh, mamá, Arina, ¿qué hacéis aquí?

– Venimos de visita, te lo dije por teléfono – respondió tranquilamente Inga Vladímirovna. – ¿Por qué no nos invitáis a pasar en vez de mantenernos en la puerta?

– No podemos, nos vamos. Galia, apresúrate a vestirte ya – ordenó Maxim, tomando a su esposa de la mano.

Galina miró a su marido interrogativamente y, cuando él le guiñó el ojo, comprendió que solo quería deshacerse de las visitas no deseadas.

– ¿Adónde vais? Hemos venido a veros – replicó la cuñada, con las manos en la cintura. – ¿Ya es tarde para ir a un cumpleaños?

– No, tenemos que estar allí a las ocho – insistió Maxim. – En media hora deberíamos estar llegando.

– ¿Vas a ir con esos pantalones de casa? – se burló Inga Vladímirovna, al notar la ropa de su hijo.

– Vaya, olvidé cambiarme – se sonrojó el hombre y corrió a la habitación.

Arina e Inga Vladímirovna los miraron, llenas de incredulidad y luego intercambiaron miradas.

Las mujeres apenas podían creer que Maxim y Galina realmente fueran a salir.

Estaban convencidas de que la pareja había inventado lo del cumpleaños para librarse de ellas.

– ¿No podéis cancelar el viaje por nosotros? – preguntó Inga Vladímirovna cuando su hijo regresó al vestíbulo vestido con ropa nueva.

– No, no podemos – contestó Maxim, ajustando el cuello de su camisa. – Nos invitaron hace mucho tiempo. Además, ya hemos pagado por nuestra estancia. No podemos faltar. Venid la próxima semana – añadió, sabiendo que su madre se enfadaría y no querría volver.

– ¿Podríamos quedarnos en el apartamento mientras os vais? – preguntó Arina, echando un vistazo alrededor. – Para esperaros, digamos.

– No, no podéis – respondió firmemente el hombre. – No queréis ir a otro sitio, ¿verdad?

– Bueno, mejor en casa de un hijo que con una amiga de siempre – rió Inga Vladímirovna. – Además, ya fuimos a verla y no se mostró muy contenta de vernos.

– ¿Os llevo hasta la estación de autobuses? – sugirió Maxim, insinuando que no las dejaría solas en el apartamento.

– Ya no hay autobuses a la ciudad, y no puedes llevarnos – sonrió astutamente Arina.

– Puedo reservaros un hotel para esta noche – propuso el hombre. – Pero no puedo hacer más.

Inga Vladímirovna frunció el ceño con desagrado. La respuesta de su hijo la desilusionó. Pensaba que Maxim las dejaría quedarse.

– ¿Entonces al hotel? – habló Arina. – ¿Tenéis miedo de dejarnos en el apartamento? ¿Creéis que os robaremos?

– No, simplemente no queremos. ¿Qué haríais aquí solas, sin nosotros? – intervino Galina. – No nos gusta que haya gente en el apartamento en nuestra ausencia.

– Déjame llevaros al hotel – sugirió Maxim, queriendo relajar la tensión.

– ¡No es necesario! – respondió Inga Vladímirovna, saliendo del apartamento.

Arina salió detrás de ella, lanzando reproches y protestas contra su hermano y su cuñada.

Cuando los vieron desaparecer del edificio, Maxim y Galina respiraron aliviados.

El supuesto cumpleaños se pospuso. Ahora ya no había necesidad de inventarlo.

Inga Vladímirovna y Arina llamaron un taxi y se fueron a la ciudad, jurando no volver a tratar con sus ingratos familiares.

Maxim solo recordó a su familia cuando enfrentó problemas y necesitaba un médico o un lugar para comer.

La puerta la abrió su hermana Arina. Al ver a su hermano, comentó fríamente que pronto se irían y no querían dejar a un extraño en su casa.

Maxim se dio cuenta con descontento de que su madre y hermana estaban profundamente ofendidas con él.

Después de ese encuentro, la relación entre Maxim y sus familiares empeoró aún más.

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¿A dónde vais? ¡Si hemos venido a visitaros!