Déjame ir

Déjame ir

A veces, Carmen se detenía. Se quedaba quieta en un lugar, luego se giraba bruscamente y miraba hacia la oscuridad con sus ojos hinchados de tanto llorar. Pero no veía nada. No veía ni oía, pero sentía.

*****

Carmen pensaba en su gata en todas partes: en el piso vacío, en la calle, en el abarrotado autobús, sentada frente al ordenador en la oficina o haciendo cola junto a la máquina de café.

No dejaba de pensar en ella ni cuando entraba en el supermercado a comprar alimentos ni al salir de él con las bolsas pesadas en las manos.

A veces incluso le parecía…

…que la veía. ¡Sí, la veía!

La cola blanca y esponjosa de Nieve aparecía ante sus ojos y rápidamente se ocultaba tras la esquina de un edificio o le saludaba con un movimiento desde detrás del banco más cercano.

Ah, qué felicidad: ver. Ver a aquella sin la que no podía vivir. A aquella que siempre estuvo a su lado.

En esos momentos, un destello de esperanza aparecía en los ojos apagados de la mujer.

Pequeña, casi fantasmal, pero esperanza. ¿Y si todo lo que PASÓ no es real?

Ah, cuánto deseaba creerlo.

Pero eso era solo un instante.

Un instante entre el pasado y el futuro. Un pasado que no se puede recuperar, y un futuro…

…que nunca llegará.

Por mucho que intentara encontrar a su querida “rubia” en sus interminables días grises, no lo lograba, y las lágrimas asomaban en sus ojos.

Grandes, calientes gotas rodaban por sus mejillas, llevándose con ellas la tristeza, el dolor y la última esperanza.

– ¡Carmen, no puedes seguir así! – le decían sus amigas. – ¡Déjala ir!

Pero ella no podía soltarla.

¿Cómo se puede dejar ir a quien amas? ¿Cómo? ¿Soltarla significa olvidar? ¿Olvidar? ¿Estáis en vuestro juicio?

Ella probaba, se esforzaba, pero no servía de nada. Porque no podía olvidar.

¿Cómo olvidar si piensa en ella todos los días?

Lo único que quería olvidar y borrar para siempre de su memoria era…

…el día en que Nieve desapareció.

Sí, su gata era muy mayor y había estado enferma últimamente, pero no pensó que ocurriría tan pronto. No estaba preparada. ¿Es que se puede estar preparado para algo así?

Aquellos que se preparan, están listos para soltar. Pero ella no quería soltar. No podía.

Y le daba igual lo que pensaran sus amigas, lo que sus colegas comentaran a sus espaldas, haciendo girar sus dedos en la sien.

Todo se sabe en comparación. Y ellos, amigos y colegas, no tenían con qué comparar.

Quizás con el tiempo, algo cambiaría. Pero ahora… el dolor aún era demasiado fuerte y…

…su imaginación atormentada seguía dibujando imágenes vívidas y coloridas.

Se despertaba por las mañanas y veía a Nieve acostada junto a sus pies: su corazón comenzaba a latir más fuerte, más rápido, a punto de salirse de su pecho. Pero cuando Carmen intentaba tocar a la gata con la mano, la realidad llegaba y la sonrisa desaparecía de su rostro.

De una realidad así una puede volverse loca.

Y Carmen se volvería, si no fuera por la imaginación, que rápidamente comenzaba a dibujar otras imágenes en su cabeza.

Ahí estaba Nieve, caminando grácilmente por el estante de libros, saltando al suelo y corriendo a la habitación contigua…

Ahí estaba, acostada en el alféizar de la ventana, lamiendo su blanco pelaje y sonriendo al sol, que se asomaba descaradamente por la ventana para admirar a Nieve junto a Carmen.

Qué hermosa era: una auténtica rubia. Ni una mancha oscura.

Sólo unas pequeñas “pecas” adornaban su adorable carita, pero no empañaban esa imagen perfecta. Al contrario, la hacían aún más encantadora.

Carmen había vivido con su gata durante 15 largos años.

Mucho. Muchísimo. Toda una vida, solo en escala reducida.

En ese tiempo sucedieron tantas cosas en su vida: buenas y malas.

A veces le parecía que todo…

Ya no tenía fuerzas para levantarse.

Y no había nadie para ofrecerle una mano. Pero de repente, Nieve corría hacia ella y la ayudaba a levantarse. Se introducía en las profundidades de su alma y removía algo allí con su calmante ronroneo.

Ayudaba.

Carmen se levantaba y seguía viviendo. Porque había un porqué y un para quién. ¿Y ahora? ¿Por qué vivir ahora?

Se sentaba en el banco y lloraba. Lloraba en silencio, mirando hacia otro lado cada vez que pasaban personas. Para que no le hicieran preguntas innecesarias.

Y junto a ella estaba Nieve. Se acurrucaba contra ella con todo su cuerpo y ronroneaba, tratando de consolar a su dueña.

A su antigua dueña, porque…

…ella, la gata, ya no está en este mundo.

Pero no ha podido llegar al arco iris. Por eso Carmen no la suelta. No puede dejarla ir.

“Déjame ir,” maullaba ella.

“¡No puedo!” – lloraba Carmen, dirigiéndose no a alguien en concreto, sino a lo que la rodeaba en ese momento:

A los árboles, inmóviles, a las nubes, deslizándose lentamente por el cielo azul, al sol, ocultándose en el horizonte.

Así se quedaban ellas dos en el banco hasta altas horas de la noche. Solo que si Nieve veía y escuchaba a su dueña, Carmen solo sentía su presencia. Pero incluso eso valía mucho.

Envueltas en el fresco de la noche, Carmen sentía que sus pies en los ligeros zapatos estaban helados, pero sus rodillas, por alguna razón, estaban calientes. Precisamente en ellas estaba ahora Nieve, atrapada entre dos mundos.

Entre aquel mundo al que ya no puede regresar, y el mundo al que no puede entrar.

No, Nieve no culpaba a su dueña por esto. ¿Cómo podría culparla de algo?

¿Cómo se puede culpar a la persona que la amó más que a la vida misma, que le dio una vida cuando otras personas la dejaron, una gatita indefensa, para morir en la calle?

Ah, si se pudiera vivir otra vida, Nieve estaría dispuesta a pasar nuevamente por dolor y sufrimiento para que Carmen la salvara. Para estar de nuevo con ella.

Pero, ¿acaso eso es posible?

La mujer se levantó y se fue a casa. Y la gata la seguía a cierta distancia.

A veces, Carmen se detenía. Se quedaba quieta en un lugar, luego giraba bruscamente y miraba en la oscuridad con sus ojos hinchados y llorosos. Pero no veía nada. No veía ni oía, pero sentía.

Entró al piso, se dirigió al dormitorio y se tumbó en la cama, mientras su amada gata en ese momento se acomodaba junto a ella, a sus pies. Y Carmen sabe que está cerca… Sabe y no quiere dejarla ir.

Quizás esto podría continuar durante mucho tiempo. Mucho tiempo. Pero el tiempo cura.

No, no sana completamente, pero se vuelve más fácil. Es normal. Así debe ser.

Incluso perdiendo a seres queridos, hay que seguir adelante. Es el destino de quienes siguen vivos.

Recordar…

Recordar y conservar cuidadosamente aquellos recuerdos impregnados de amor y felicidad.

Poco a poco el dolor de la pérdida se fue amortiguando, Carmen ya no pensaba en la gata cada minuto. Incluso cada día ya no lo hacía. Solo la recordaba a veces. Generalmente cuando paseaba por las tardes por el patio de su casa.

Y Nieve… Ella sentía menos y menos “atracción terrestre”.

Apenas un poco más, y ella llegaría al arco iris. Desde allí podría seguir observando a su dueña, alegrándose por cada uno de sus éxitos y entristeciéndose con ella por los fracasos.

Siempre estaría cerca. Solo necesita dejarla ir. Estas reglas no fueron creadas por nosotros y no nos corresponde romperlas. Solo hay que creer y…

…recordar.

Todo lo demás queda en manos del cielo. Ellos saben mejor cómo debe ser.

Carmen dejó ir a Nieve, y ella se fue sin siquiera poder despedirse. Pero este evento puso en marcha un enorme engranaje invisible llamado “el ciclo de las cosas en la naturaleza”.

Un día, Carmen estaba sentada en el banco, admirando la primera estrella en el cielo, y escuchó un maullido exigente a sus pies. Al inclinar la cabeza, vio a un gatito.

Blanco. Con ojos azules como cuentas y manchitas anaranjadas en el hocico.

Ella miró y no podía creer lo que veía. No, claro, entendía que no era su Nieve.

Pero ese gatito se parecía tanto a ella cuando era pequeña.

¿A caso es posible que los mismos gatos renazcan?

“¿O es solo una coincidencia?” – pensó Carmen, tomando al gatito en sus manos, y se sorprendió una vez más al darse cuenta de que era una hembra.

¿Acaso importa tanto?

Si aquel gatito blanco no hubiera tenido “pecas”, ¿Carmen no se habría fijado en él? Claro que lo habría hecho.

En la vida tarde o temprano todo se repite, y quien RECUERDA, nunca pasa por alto…

…lo que está destinado a uno por el destino.

Y Carmen no pasó por alto.

Se llevó al gatito a casa y le dio tanto amor como alguna vez le dio a su gata.

Y a esta preciosa pequeñita la llamó Blancanieves.

De nuevo, el piso de Carmen se llenó de sonidos. Sonidos de alegría y felicidad.

A Nieve no le importaba cómo la llamaran: en la vida pasada fue Nieve, en esta – Blancanieves. ¿Qué más da? Lo importante es que su deseo se hizo realidad.

Ahora su amada dueña le volvería a proporcionar calidez y amor, como antes, y ella de nuevo compartiría con ella una parte de sí misma. Qué hermoso es este mundo, y la vida también lo es. Lo importante es recordar…

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