Mira, te voy a contar algo que me pasó hace poco y aún le doy vueltas. La semana pasada fui con mi hijo a casa de mi suegra en Madrid. Allí estaba una amiga de toda la vida de mi suegra, que justo había ido a visitarla ese día. La mujer, encantadora, se pasó la tarde entera jugando con mi hijo, como si fuera su propio nieto.
En un momento, casi con lágrima en los ojos, me dice: Qué pena que yo no tenga nietos…, y se le notaba en la voz una nostalgia tremenda.
Te cuento un poco de su historia: esta amiga de mi suegra se llama Pilar y fue madre bastante mayor, pasados ya los treinta. Pilar estaba loquita con su hijo, que había llegado después de muchos intentos, y claro, lo consentía en todo. Por desgracia, su marido falleció cuando el niño apenas era un crío, así que Pilar sacó a su hijo adelante ella sola, haciendo malabares con dos trabajos.
Ahora resulta que su hijo, que se llama Álvaro, ya tiene 35 años. Hace nada, Pilar se armó de valor para preguntarle, así, sin rodeos, cuándo podría esperar ver nietos correteando por la casa.
Y la respuesta de Álvaro fue tremenda, tan tranquilo le contestó: Nunca, mamá.
Le explicó que, en su opinión, la forma en la que ella lo había criado era la razón por la que, a día de hoy, no quería formar una familia. Dijo, literalmente: Estoy acostumbrado a una vida sencilla, ninguna chica querrá ser mi segunda madre. Y lo decía sin ningún drama, es que él lo tiene clarísimo y no piensa cambiar su forma de vivir por nadie.
Remató diciéndole a Pilar: No necesito a nadie más que a ti.
Y ahí fue cuando Pilar, con una mezcla de tristeza y culpa, me confesó: Lo que más lamento es no haberle enseñado lo importante: ser un hombre de verdad.
¿Tú qué opinas, de verdad? ¿Crees que el amor de madre puede llegar a sobreproteger tanto que al final no dejas que tu hijo sea independiente?
Estoy deseando saber qué opinas tú, cuéntame en los comentarios, anda.







