**Diario Personal**
¿Ya es otro? Al menos que piense Galina lo que dirá la gente susurraban los vecinos al ver a un hombre en el patio de la viuda.
En el pueblo, donde todos se conocen: quién es el padrino de quién, quién cultiva patatas o cuántas veces se ha divorciado alguien, es imposible ocultar nada. Por eso, cuando la viuda Galina llevó a su casa a un nuevo hombre, todos cuchicheaban: “No pudo resistir”. Pero nadie dijo nada en voz alta, porque Galina era una mujer trabajadora, honorable, y además había criado sola a sus dos hijos.
Andrés apareció en su casa en otoño. Callado, con manos fuertes que conocían el azadón y el martillo, y ojos serenos que miraban a los niños sin superioridad, como si pensara que todo se arreglaría. Aunque a Marisol le faltaba poco para cumplir diez años y a Nicolás ya tenía doce, apenas recordaban a su padre: él murió cuando apenas empezaban el colegio.
Las primeras semanas, Marisol observaba a su padrastro con recelo.
Mamá, ¿él se quedará mucho tiempo? preguntó una vez.
Lo que Dios quiera, hija. Es un buen hombre respondió Galina, añadiendo en voz baja: Estoy cansada de hacerlo todo sola.
¡Nosotros te ayudábamos! protestó Nicolás.
Sí, me ayudabais. Pero sois niños. Y una quiere vivir no solo entre problemas, sino también con algo de calor.
Andrés no forzaba las cosas. Esperaba a que se acostumbraran a él. Cada mañana cortaba leña, arreglaba la valla, y una tarde llegó con pollitos en una cesta:
Hay que levantar de nuevo la casa. Y los niños merecen huevos frescos.
¿Y por qué haces todo esto? preguntó Marisol, desconfiada, aunque los pollitos le gustaban.
Porque ahora vivo con vosotros. Y aunque no sea vuestro padre, vivir juntos significa compartir el trabajo y lo bueno.
¿Mi papá también tenía gallinas?
Andrés dudó un momento antes de responder:
Tu padre era un buen hombre. Yo lo conocía. Trabajamos juntos en el molino. Hablaba mucho de ti. Eres igual que él.
Marisol se sentó en los escalones y miró cómo Andrés daba agua a los pollitos. Por primera vez pensó: *”No quiere reemplazar a papá. Solo quiere estar aquí.”*
En invierno, Andrés empezó a enseñar a Nicolás carpintería.
Esto es un cepillo. No es como jugar con el móvil: aquí las manos tienen que saber lo que hacen.
¡Yo no juego todo el día! refunfuñó Nicolás.
No me quejo. Solo digo que un hombre se hace con las manos y la cabeza.
¿Y por qué nunca te enfadas?
Andrés sonrió.
Porque no sirve de nada. Prefiero explicarlo una vez que gritar cien.
En primavera, el pueblo organizó una *tarea* para limpiar el manantial cerca del bosque. Nicolás y Marisol no querían ir.
¡Que vayan los jóvenes! gruñó el chico.
¿Acaso somos viejos? se rió Andrés. Id, porque si esperáis a que otros lo hagan, nunca avanzaréis. La fuerza de una persona está en tomar la pala, aunque nadie le obligue.
Allí, los niños escucharon por primera vez a los vecinos preguntar: *”¿Son esos los tuyos, el chico y la niña?”* Y Andrés respondió simplemente: *”Sí. Los míos ya.”*
Marisol dio un codazo a Nicolás:
¿Lo has oído?
Sí.
¿Y qué?
Pues se siente bien. Como si fuera lo normal.
Una tarde, Nicolás llegó del colegio muy alterado. Cuando su madre le preguntó qué pasaba, confesó que había discutido con unos chicos.
¿Por qué? preguntó Galina, conteniendo las lágrimas.
Porque dije que Andrés es como un padre para mí. Y ellos: *”Entonces eres un adoptado, te cría un extraño.”* Yo les dije: *”Prefiero un extraño bueno que un padre ausente.”*
Andrés calló. Se acercó a Nicolás y se sentó frente a él.
No te pido que me llames padre. Pero recuerda, hijo: no te abandonaré. Da igual lo que digan.
No es eso Es que cuesta decir *”papá”* sin costumbre.
No hay prisa. La palabra *”padre”* es como el pan: no se come a la ligera. Hay que madurarla.
Pasaron dos años. Nicolás terminaba la ESO. En el pueblo se decía que iría a un ciclo de mecánica. Una noche, estaban en el patio: estrellas, ranas croando, olor a tomillo.
Andrés dijo Nicolás de pronto. Tengo que dar un discurso en la graduación. Sobre alguien que es un ejemplo para mí. Quiero hablar de ti. ¿Puedo?
Andrés tosió y asintió.
Solo no exageres murmuró.
No sé exagerar cuando hablo de corazón.
En la ceremonia, Nicolás habló del *”hombre que no estuvo en mis primeros pasos, pero se convirtió en un padre de verdad”*. Galina lloró. Entre las mujeres del pueblo, alguien susurró:
Y luego dicen que un padrastro es un extraño. Si el alma es cercana, es familia.
Para el 50 cumpleaños de Andrés, Marisol le regaló una camisa bordada y una carta:
*”Papá, gracias por la leña, los pollos, la paciencia y por enseñarnos a no esperar el bien, sino a crearlo.
Eres nuestro padre no por obligación, sino porque quisiste serlo. Y por eso te queremos más.”*
Andrés se quedó mucho tiempo con la carta en las manos. En silencio.
Luego le dijo a Galina:
Ya han crecido. No son ajenos.
Galina sonrió.
Porque tú nunca los trataste como ajenos.
Para ser padre, no siempre hace falta el lazo de sangre. A veces, el amor, la bondad y los actos cotidianos pesan más. Porque la familia es lo que construimos nosotros mismos.







