**Miércoles, 15 de junio**
El rocío aún no se había evaporado de la hierba, la niebla se retiraba lentamente hacia la otra orilla del río, y el sol ya asomaba por el borde dentado del bosque.
Félix estaba en el porche, admirando la belleza del amanecer mientras respiraba hondo el aire fresco. Detrás de él, se escucharon pasos descalzos. Una mujer, envuelta en una camisa de dormir y un chal sobre sus hombros, se acercó y se detuvo a su lado.
—¡Qué hermoso está todo! —dijo Félix llenando los pulmones—. ¿Por qué no entras? Vas a coger frío —añadió con ternura, ajustando el chal que se había resbalado de su hombro redondo y pálido.
Ella se aferró a su brazo de inmediato.
—No quiero que te vayas —murmuró Félix con la voz ronca de emoción.
—Pues quédate —susurró ella, con una voz seductora como el canto de una sirena. «Quedarme… ¿y luego qué?» El pensamiento lo sacó de su ensueño.
Si fuera tan sencillo, hace tiempo que lo habría hecho. Pero no podía borrar veintitrés años de matrimonio, ni a los niños… Lucía ya estaba casi independiente, pasaba más noches en casa de su novio que en la suya. Y Adrián, con solo catorce años, estaba en la peor fase de la adolescencia.
Un camionero siempre encuentra trabajo, pero aquí no ganaría lo mismo que en la carretera. Ahora mismo podía comprar regalos caros a Inés, pero si sus ingresos se redujeran a la mitad, ¿le querría igual? Era una pregunta sin respuesta.
—No empieces, Inés —replicó Félix, apartándola con un gesto.
—¿Por qué no? Los niños ya son mayores, es hora de pensar en nosotros. Tú mismo dijiste que con tu mujer solo era costumbre. —Inés se apartó, ofendida.
—Ay, si hubiera sabido antes que te encontraría… —Félix suspiró ruidosamente—. No te enfades. Tengo que irme, ya me han llamado para un encargo. —Intentó besarla, pero ella apartó la cara—. Inés, debo marcharme si quiero llegar a casa antes del anochecer.
—Siempre prometes lo mismo. Vienes, me haces ilusiones, y luego corres con tu mujer. Estoy harta de esperar. Miguel lleva tiempo queriendo casarse conmigo.
—Pues vete con él. —Félix encogió los hombros.
Quiso decir algo más, pero prefirió callarse. Bajó los escalones del porche, rodeó la casa y caminó por el huerto hasta la carretera comarcal, donde su camión esperaba aparcado en el arcén. Lo dejaba allí a propósito para no molestar al vecindario al arrancar tan temprano.
Subió a la cabina. Normalmente, Inés lo acompañaba hasta el vehículo y se despedían conPero esta vez Inés no lo siguió, y Félix arrancó el motor con un suspiro, sabiendo que su vida seguiría dividida entre el deber y el deseo.