**Diario de un Hombre**
¿Y qué hacemos aquí? ¿Por qué entramos en una casa que no es nuestra?
Se acabó, Ana, entre nosotros todo ha terminado. Quiero una familia de verdad, hijos. Tú no puedes darme eso. He esperado mucho, he tenido paciencia. Necesito un hijo. Ya he presentado los papeles del divorcio. Tienes tres días para recoger tus cosas. Cuando te marches, avísame. Mientras tanto, me quedaré en casa de mi madre. Date prisa, necesito preparar el piso para el niño y su madre. ¡Ah, sí! No te sorprendas, mi futura esposa está embarazada. ¡Tres días!
Ana guardó silencio. ¿Qué podía responder?
No había conseguido quedarse embarazada. Miguel ya había esperado demasiado: cinco años. En ese tiempo, tres intentos fallidos.
Los médicos, a los que Ana había visitado sin descanso, le decían que estaba sana. ¿Por qué nunca funcionaba?
Ella siempre había llevado una vida ordenada.
Pero esta vez se sintió mal en el trabajo, llamaron a urgencias, pero todo sucedió demasiado rápido
La puerta se cerró de golpe tras Miguel, y Ana, exhausta, se dejó caer en el sofá.
No tenía ganas, ni fuerzas, para recoger sus cosas. Y, además, ¿adónde iría con ellas?
Mientras estudiaba y antes de casarse, vivía con su tía. Pero su tía ya no estaba, y su primo había vendido el piso. ¿Volver al pueblo, a la casa de la abuela? ¿Buscar un alquiler? ¿Qué hacer con el trabajo?
Demasiadas preguntas, y las respuestas debían llegar pronto
A la mañana siguiente, la suegra entró sin llamar.
¿No duermes? Bien hecho. He venido a asegurarme de que no te lleves nada que no sea tuyo.
Los calzoncillos viejos de tu hijo no me interesan. ¿Quieres que hagamos inventario de los míos?
¡Vaya modales! Antes eras tan amable, educada, calladita. Mira cómo han terminado las cosas. Ya le dije a Miguel después del primer intento que tú no podrías darle un hijo.
¿Ha venido solo para decirme eso? Mejor cállese y vigile en silencio.
¡¿Qué haces con la vajilla?!
Es mía. Era de mi tía, un recuerdo de ella.
¡Ahora aquí quedará vacía sin ella!
Eso no es problema mío. Al menos tú tendrás un nieto.
¡Solo llévate lo tuyo!
El portátil es mío. La cafetera y el microondas también, me los regalaron mis compañeros. El coche lo compré antes de la boda. Tu hijo tiene el suyo.
Lo tienes todo, menos la capacidad de ser madre.
Eso ya no es asunto suyo. Yo estoy bien, quizá Dios lo quiso así.
Parece que ni siquiera lo lamentas. ¿O acaso lo hiciste adrede?
Está diciendo tonterías. Ni siquiera quiero pensarlo.
Ana revisó el piso. Sus cosas ya no estaban allí. El cepillo, los cosméticos, las zapatillas
Algo importante faltaba. La suegra no la dejaba concentrarse.
Entonces lo recordó: la figurita del gato. Tenía un pequeño secreto que nadie conocía, ni siquiera su marido. Dentro guardaba un estuche: unos pendientes y un anillo. No tenían gran valor, pero eran un recuerdo de su abuela. Miguel siempre los consideró basura. ¿Los habría tirado? Lo que no quería lo guardaba en el balcón. Ana abrió la puerta
¿Qué buscas ahí? ¡Recoge tus cosas y vete! la voz de la suegra volvió a sonar. ¿Te despides del piso? Pues despídete. A ti no te espera nada igual.
Por fin encontró el gato. Todo estaba en su lugar. Ya podía marcharse.
Aquí tiene las llaves. Adiós. Espero no volver a verla.
Ana pasó por la oficina. Aún estaba de baja, pero pidió vacaciones.
Lo sentimos mucho, pero ¿cómo haremos sin ti? ¿Tres semanas serán suficientes? Por favor, mantente disponible. Sin tus consultas, la mitad de los proyectos se paralizarán.
Bien. Necesito distraerme. Gracias.
¿Necesitas ayuda?
No.
Gestionaré lo de la paga y el bonus.
Gracias, viene bien.
Ni siquiera buscó piso. Se dirigió al pueblo. Claro, nadie la esperaba allí. Su abuela había muerto hacía tres años, y a su madre nunca la conoció. Murió en el parto.
Y ahora, por alguna razón, Ana no podía ser madre
Una hora de viaje, y llegó a la casa. El manzano. Los tulipanes.
La última vez que estuvo allí con Miguel fue en otoño, asando carne, descansando.
Aparcó en el patio. La llave del garaje estaba dentro. Abrió la puerta y entró. Silencio. En la mesa, tazas y platos sucios. ¿Por qué no los lavó la última vez?
¡No, sí lo hizo! ¡Alguien había estado aquí!
Dos tazas, platos, bolsas de zumo, botellas del vino espumoso favorito de Miguel. Eso no era del otoño.
Significaba que Miguel había estado en la casa, pero ¿con quién?
No importaba, ya nada importaba
Solo Ana tenía llave. Quizá su marido había hecho una copia. Era hora de cambiar la cerradura.
Nueva vida, limpieza, luego un baño caliente.
Ana decidió lavarse, borrar el pasado.
Cuando iba a salir, alguien llamó a la puerta, luego a la ventana.
¿Quién es?
¿Está todo bien?
Sí Ana se sorprendió.
Disculpe.
Salió. Un hombre desconocido estaba frente a la casa.
Perdone, quizá la asusté. Solo soy su vecino. La he estado observando todo el día. Vi que desapareció y salía humo de la chimenea. Pensé que algo malo había pasado
Gracias, todo está bien.
¿Es usted familia de Miguel? Él estuvo aquí hace poco con su esposa ¿Es usted su hermana?
No, soy su exmujer. Casi ex, el divorcio está en proceso.
¿La casa es suya?
Sí.
Yo soy su vecino temporal. Por circunstancias familiares. Un amigo me dejó quedarme. También estoy en proceso de divorcio. Mañana seré libre. Perdone, si todo está bien, me retiro. Si necesita ayuda, aquí estoy. Soy Íñigo.
Yo soy Ana. Espere, ¿podría cambiarme la cerradura?
Sí. Dígame cuándo y lo haré.
Cuanto antes. Mañana compraré una.
Déjeme que la revise y la compre yo, por si elige una equivocada. Yo debo ir a la ciudad.
Vale.
Pasaron dos semanas. Quedaba una de vacaciones, y pronto volvería a la ciudad. Pero Ana ya se había acostumbrado y no quería buscar otro lugar. Miguel no llamó ni escribió. Solo un mensaje con la fecha del divorcio. Era lo mejor. No quería verlo.
Un sábado. Ana siempre madrugaba, pero ese día Íñigo la invitó a pasear al lago.
No estaba en sus planes comenzar algo nuevo, pero un simple paseo no comprometía a nada. Lo pasaron bien y volvieron a comer. Junto a la casa de Ana estaba el coche de Miguel. Acababa de llegar. La puerta se abrió, salió Miguel y luego ayudó a bajar a una mujer embarazada.
Ana e Íñigo se acercaron a la verja. Miguel intentó abrir la puerta, pero no pudo.
¿Qué pasa aquí?
¿Y qué hacemos nosotros aquí? ¿Por qué entran en una casa ajena?
Miguel se quedó hel







