Encontrarás donde no buscas
Tras celebrar su cincuenta cumpleaños, Inés decidió tomarse unas vacaciones a principios de mayo para ocuparse de la casa rural sin prisas, algo imposible los fines de semana. Antonio también insistió.
—Claro, nos vamos juntos a la casa. Tú te entretendrás arreglando cosas, y yo vendré después del trabajo y los fines de semana.
—Tienes razón. Al fin y al cabo, este año no iremos a la playa, gastamos mucho en el cumpleaños. Pero ¡qué bien estuvo, Antoñito! Gracias a ti… —murmuró Inés.
Llegaron las vacaciones. Ella reunió sus cosas, las plantas para el huerto y esperó a su marido. Por fin apareció:
—Estoy lista. Llévalo todo al coche. Cenaremos allí, llevo comida en táperes.
Durante el trayecto, Antonio soltó de pronto:
—Buena idea lo de la casa, pero no podré ayudarte mucho. Me mandan de viaje de trabajo.
—¿Mucho tiempo, Antoñito?
—Dos semanas. Pero en cuanto pueda, vendré. El jefe me envía a una ciudad cercana.
A sus cincuenta años, Inés lo tenía todo: un buen marido, una relación estable, hijos adultos e independientes. Una vida cómoda, como cualquiera desearía. Un piso amplio, un buen coche, la casa rural, un trabajo bien pagado.
Y siempre, su amiga del alma, Rocío, con quien compartía hasta los secretos más íntimos. Juntas desde la infancia, estudiaron en el mismo instituto y luego en la universidad. Ahora trabajaban en la misma oficina. Rocío era vivaz y coqueta, cambiaba de hombre con frecuencia, pero la suerte en el amor le era esquiva. Cada vez, la decepción llegaba pronto.
La desgracia la alcanzó justo después del instituto, cuando descubrió que estaba embarazada de un compañero de clase.
—Rocío, vamos al hospital —ordenó su madre al ver el estado de su hija, conteniendo el disgusto—. Hay que solucionar esto… Tienes que estudiar, no atarte las manos.
Su madre lo arregló discretamente, para que nadie lo supiera. Rocío entró en la universidad, pero las consecuencias de aquella decisión la persiguieron: no volvió a tener hijos.
Se casó dos veces. Con el primero, la vida era tranquila, pero ese remanso de paz la ahogaba. No soportaba la rutina. Hermosa y vivaracha, no resistió la tentación y le fue infiel. Se lo confesó, y él pidió el divorcio.
—Rocío, ¿qué te pasa? Iker era culto, inteligente… Trabajaba mucho, pero por ti —se extrañaba Inés.
—¡Qué aburrido era! No te preocupes, ya llegará mi momento.
Luego se casó con un guaperas. Conoció a Adrián en un concierto; él cantaba, ella se acercó. Él le llenó la cabeza con su voz.
—Rocío, eres mi musa. Canto solo para ti.
Le gustaba su vida de fiestas, alcohol, gente… Hasta que Adrián empezó a salir sin ella. Volvía borracho. Ella aguantó, hasta que un día la golpeó. Entonces lo dejó. Se sumió en la melancolía.
Inés la consolaba:
—Rocío, buscas en el lugar equivocado. Necesitas a alguien serio.
Inés casi se sentía culpable por su felicidad. Intentó presentarle a hombres, pero Rocío se aburría pronto. Así, a los cincuenta, vivía sola, pero alegre. Tenía romances, pero nunca duraban.
Antonio e Inés descargaron las cosas y ordenaron la casa. Por la mañana, él se marchó a preparar el viaje. Ella empezó a limpiar a fondo; pasaría allí un mes, disfrutando de la naturaleza. Al mediodía terminó. Miró por la ventana, pero no vio a su vecina María, aunque sabía que ya estaría allí, como cada primavera.
Al ir a limpiar la casita de aperos, vio a un hombre en el huerto de María. Ancho de espaldas, complexión atlética, trabajaba sin distraerse. Decidió acercarse.
—Buenos días. ¿María está bien? Soy Inés, la vecina.
—En cama, resfriada. Yo vine de vacaciones a ayudar. Soy Jorge, su hermano pequeño. Así que seremos vecinos —dijo con una sonrisa.
El trabajo avanzó rápido. A Inés le cayó bien Jorge. No era un Adonis, pero tenía una voz agradable. Alrededor de cincuenta años, calculó.
—Iré a ver a María. Hace tiempo que no nos vemos —dijo Inés, y se acercó a su casa.
—Hola, vecina. ¿Qué te pasa? —dejó una caja de bombones y galletas sobre la mesa.
—¡Inés! Pensé que vendrías el fin de semana.
—Me quedo todo el mes. Antonio está de viaje, pero vendrá a ayudarme. Ah, conocí a tu hermano.
—Menos mal que apareció. Me duele la espalda, justo cuando hay tanto que hacer. Él es militar, pero trabaja como un labriego —rió María.
Jorge ayudaba a ambas. Antonio vino el sábado, pero no hizo gran cosa. Solo estuvieron con los vecinos en la glorieta, tomando vino.
—Inés, después del viaje, tendré vacaciones —anunció él.
Cuando Antonio regresó, todo estaba impecable: árboles podados, tierra labrada, plantas sembradas. Gracias a Jorge.
—María, ¿y si presentamos a Rocío con Jorge? Él vive solo… —propuso Inés.
—¿Con Rocío? —vaciló María, que no la soportaba—. Bueno, como quieras. Pero Jorge está destinado en Canarias. ¿Iría Rocío con él? ¿Crees que le gustará?
—Habría que preguntarle. A mí me parece un hombre serio, formal. Viudo. Con él no hay peligro.
Dos semanas después, apareció Rocío. Al día siguiente, llegó Antonio.
—Inés, me quedaré un par de semanas, si no te importa. Estoy de vacaciones.
—Claro que no, me alegro. Quiero presentarte al vecino, es encantador —rió Inés. Antonio frunció el ceño.
—¿Qué vecino? ¿Con quién te has juntado?
—Con Jorge. Un buen hombre.
—Ah, ya. Nada especial.
—Es especial —replicó ella.
Rocío, arreglada y radiante, iba de una casa a otra. Todos estaban contentos, excepto María, que movía la cabeza en silencio. Demasiado educada para decir algo.
La vida en el campo bullía. Inés, María y Jorge trabajaban en el jardín. Antonio y Rocío, como turistas, jugaban al bádminton, paseaban por el bosque, traían setas. No tocaban la tierra, pero nadie les obligaba. Jorge a veces se unía, pero poco; había ido a ayudar a su hermana.
Por las noches, se reunían en la glorieta. Carne a la brasa, vino, alguna vez té. Inés notó que Rocío coqueteaba con Jorge. Hasta cantaban juntos con la guitarra. Rocío hacía lo imposible por llamar su atención.
Las vacaciones de Inés terminaban. Le entristecía dejar a Jorge, aunque él se quedaba dos semanas más. Hablaban de todo, incluso de Rocío, pero él evitaba el tema. Inés comprendió: Rocío iría con él, pero él no se lo pediría. No le gustaba.
La víspera de la partida, Inés habló largamente con Jorge en casa de María. Rocío y Antonio salieron a pasear; al día siguiente se irían los tres. De pronto, Inés se sorprendió deseando quedarse. No quería ceder a Jorge… Pero…
Antonio los llevó el sábado. A Inés le quedaban tres días para volver al trabajo. Al día siguiente, él anunció que iba de pesca con amigos y se marchó