Y así sucede…

En el mundo nadie aguardaba a Teo. Mas apareció. Anunció su llegada con un quejido agudo, exigiendo alimento, miradas, mimos. Y mamá… Mamá huyó, vacilante por la debilidad, apenas dos días tras el parto. Se esfumó sin rastro, sin sentir apego alguno por aquel bultito diminuto ni querer cargar con su vida. Tan solo tenía diecinueve años, su única familia era la abuela, muerta el año pasado. Luego vino un chico que juró montañas, pero la abandonó. ¡Todos la habían abandonado! Sus padres en la infancia, al volcar el coche, y la abuela, tan cariñosa, también se fue recientemente… El padre fue criado en un orfanato, y mamá tenía hermanas, pero desde hace tiempo habitan en Italia con su abuelo, aunque el vínculo se rompió.

Un relato absurdo, lleno de rencores, ira, disputas absurdas… Primero le traía sin cuidado, luego, cuando la abuela empeoró y entró al hospital, ya no hubo espacio para historias.

Este año debía terminar su grado medio. Sus compañeros redactan proyectos finales, mientras ella… Bueno, nada. Saliendo adelante sola, mas completita. ¡Pero un niño! Era tremendo. Casi insuperable. Ya de por sí le pesaba el mundo, ¿es que no lo entendían? Así que dejó a su criatura. Quizá alguien lo acogería. Como hicieron con papá. Y ellas aparecen, parlotean, mas ¿quiénes son? Da igual… Recuperará fuerzas y seguirá viviendo… solita.

Mas Teo no aguarda a su madre para luego. La requiere ya, ¡en este preciso instante! Apoyar la mejilla en su regazo, mamar su leche, sentir el tamborileo de corazón materno…

Falta ese calor. Por eso el pánico y la soledad. Llora, llama a mamá. Pero solo manos desconocidas lo alzan. Le dan leche, mas no es la de mamá, así que la tripita siempre duele y retuerce. Duerme intranquilo, acechando… Hasta en su sueño inquieto, el peque reconocería su voz. Pero todas las voces son extrañas.

El pequeño Teo supo aguardar. Esperó las manos maternas, su tibieza, el sabor de su leche. Sin duda rezó a sus dioses infantiles con todo su ser, con cada sensación, con cada susurro de su diminuta nariz.

Y los dioses atendieron. La jefa de maternidad, Lucía, mujer de corazón blando, sin juzgar a la madre adolescente, mas incapaz de resignarse viendo a aquel angelito sin mamá.

Usó sus contactos, investigó y supo todo sobre la madre de Teo, encontró la dirección del abuelo materno y bisabuelo de Teo en la lejana Italia. Videocharlaron largo rato. Le contó sobre la nieta desventurada y sola, sin apoyo en este mundo, y del niño minúsculo, aún sin empezar a vivir y ya rechazado.

El abuelo ya no podía viajar tan lejos, pero llegaron las tías, las hermanas de la madre. La madre de Teo, Ainara, enferma, yacía en casa. El pecho le ardía sin tregua, la leche casi no fluía, la fiebre subía. Largo rato no entendió nada, ¿quiénes eran esas personas? ¿Qué querían? Una médico de urgencias la devolvió al hospital, donde enfermeras, delicadas mas firmes, ignorando llantos y protestas, extrajeron los restos de leche. Bajaron la fiebre. Y la cruzaron con Teo. Él la observó con ojitos atentos, arrugó la naricilla e hizo muecas. ¿Lo reconoció? ¡Por supuesto! Lo alzó. Significaba que ya no lo soltaría.

Luego le dieron el alta y dos tías, charlatinas y bulliciosas, la llevaron con su hijo a casa. Allí apareció una cuna, el cajón se llenó de pañales y ropita minúscula. Las tías charlaban con ella, le daban macarrones con queso, llamándolos *fideuà*. Qué importan los nombres; lo esencial es que ya no estaba sola. Lo importante es alguien preguntando:
– ¿Cómo estás? ¿Has comido? Bebe más té con leche, así tendrás más tú también. ¿Recostarte un rato? Anoche velaste a Teo, estás quebrada.

¿Creen que es la historia del niño Teo, o de Ainara, joven y perdida? No, nada de eso. Es el relato de la jefa Lucía y bondadosas personas que no se limitan a su deber, sino que hacen una pizca más. Y esa “pizca más” salva vidas, une destinos y regala felicidad. Para ese pequeño universo humano y su madre fue dicha. Si todos aportáramos esa “pizca más”, si no pasáramos de largo ante el ajeno dolor… ¡Imaginad qué distinto sería el mundo!

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MagistrUm
Y así sucede…