– ¡Y aquí está el vestido! ¿Vas a decir que yo lo tiré ahí? – exclamó Carmen al abrir el cubo de basura y cambiar de expresión.
Carmen se hacía la misma pregunta casi todos los días, una para la que no encontraba respuesta: ¿qué había encontrado en Raúl?
Aparentemente, él no resultaba llamativo; un “príncipe” así ni siquiera quería presentarlo a sus amigas, así que para ellas Carmen todavía vivía sola.
La única que sabía de su convivencia con un hombre era su hermana, quien guardaba el secreto.
Tampoco es que Raúl aspirara a mucho: trabajaba como mecánico en una fábrica metalúrgica.
A veces Carmen, sentada frente al televisor, pensaba que era hora de terminar la relación con Raúl.
Pero cada vez que lo decidía, él llegaba con un ramo de flores o algún otro regalo, y entonces Carmen postergaba la ruptura indefinidamente.
Antes de conocer a Carmen, Raúl ya había estado casado. Su matrimonio duró solo dos meses, pero resultó en un embarazo y el nacimiento de una hija.
Al conocer a Carmen, la niña tenía doce años. Hasta hace poco, Carmen nunca había visto a la hija de Raúl ni tenía interés en conocerla.
La oportunidad se presentó justo antes de su cumpleaños, que planeaba celebrar con sus amigas.
– Carmen, – dijo Raúl con tono culpable, – mi exesposa tiene que irse, me pide que cuide a nuestra hija…
– ¿Por cuánto tiempo? – Carmen se molestó, pues no quería semejante regalo de cumpleaños.
– Un mes…
– ¿Un mes? – frunció el ceño Carmen. – Espero que entienda que hay que alimentar a su hija.
– Si es por dinero, no ha enviado nada, – se encogió de hombros Raúl.
– Hasta donde recuerdo, le pagas la pensión. Así que, la niña estará aquí un mes, pero la madre vivirá con tus pensiones.
– No hay tanto de dónde sacar para eso, ya conoces mi sueldo, – comentó Raúl con una sonrisa irónica.
– ¿Cómo planeas que viva aquí? – Carmen se alteró, dándose cuenta de que no quería que alguien ajeno estuviera tanto tiempo con ellos. – Hay que llevarla al colegio, cuidarla. ¿Por qué tomas esas responsabilidades?
– Soy su padre, Lucía, – respondió Raúl desconcertado. – ¿Sugieres que debía negarme?
– Primero, no vives solo; segundo, este es mi piso, y antes debiste preguntarme. Tercero, es mi cumpleaños y no quiero que nada lo arruine, – expresó Carmen con autoridad.
– No creo que mi hija sea un estorbo, – replicó Raúl, sintiéndose culpable.
– Está claro que todo saldrá mal, – cruzó los brazos Carmen.
Pero Raúl insistió en que no debería ser tan pesimista.
Al día siguiente, llegó a la casa una chica mofletuda, con tanto maquillaje que parecía de dieciséis.
Miró a Carmen de reojo y, sin saludar, se dirigió a su padre.
– ¿Dónde dormiré?
– Tendrás que dormir en la cocina, – dijo Raúl forzando una sonrisa.
La niña rodó los ojos y corrió al baño a llorar.
– ¿Qué ha sido eso? – preguntó Carmen enfadada a Raúl. – Qué niña tan impertinente e insolente. Menos mal que celebraré mi cumpleaños en un bar. Por cierto, tú no vendrás.
– ¿Por qué no? – preguntó Raúl sorprendido. – Pensé que me presentarías a tus amigas. Llevamos más de seis meses viviendo juntos…
– Tendrás que quedarte con tu hija, – justificó Carmen, alegrándose de no tener que presentar a Raúl a sus amigas cuyos novios eran siempre atléticos y elegantes.
– Entiendo, – murmuró Raúl, herido, y no dijo más.
El siguiente día, Carmen se dedicó a preparar su cumpleaños.
A primera hora planchó su vestido de cóctel y lo colgó a la espera de la noche.
Raúl permanecía en silencio, y ni siquiera la felicitó.
Decidida a no amargarse, Carmen actuó como si no notara su resentimiento.
Después del trabajo, pasó por casa para cambiarse y encontró con horror que su vestido había desaparecido.
– ¿Dónde está mi vestido? – preguntó airada Carmen a Lucía, que estaba tumbada despreocupada en la cocina.
Ignorándola, la niña tomó su teléfono y empezó a trastear sin propósito.
– ¿Me oyes? – Carmen le arrebató el móvil de las manos.
– ¡Devuélvemelo! – gritó Lucía, justo cuando Raúl entraba en la cocina.
– ¿Qué ocurre? – inquirió Raúl sorprendido. – ¡Devuélvele el teléfono!
– ¿Dónde está mi vestido? – susurró con ira Carmen.
– Yo no he cogido nada, – replicó la niña con desprecio.
– Devuélvele el móvil, le has oído, – dijo Raúl firmemente.
– Claro, seguro que lo admitirá, – exclamó Carmen dejando caer el móvil, que se rompió.
Lucía rompió a llorar, mientras Carmen se retiraba con dignidad a su habitación.
Tenía que encontrar otro traje rápidamente para celebrar en el bar.
Cogiendo lo primero que le pareció adecuado, se cambió y se fue a la fiesta.
Allí, logró distraerse y decidió romper con Raúl.
Regresó al apartamento al amanecer. Raúl, al oírla llegar, se levantó.
– ¿Has visto qué hora es?
– ¿Intentas ser el esposo estricto ahora? Llegas tarde. He decidido terminar la relación, – sentenció Carmen. – Deben irse por la mañana.
– ¿Y ahora me haces ver como el culpable? – rió Carmen.
– ¡Rompiste el teléfono de Lucía!
– ¡Ella robó mi vestido! – murmuró Carmen entre dientes.
– ¡Mi hija no lo cogió! – sus ojos fulguraban de rabia. – ¡Me fío de ella!
Carmen hizo un gesto despectivo y se fue, sin escuchar más.
Para tranquilizarse, buscó una botella de vino en el armario.
Al probarlo, lo escupió de inmediato.
– ¿Qué es esto? ¿Champú? ¿También dirás que yo lo llené de eso? – bromeó mientras abría el cubo de basura y se quedaba pasmada. – ¡Pues aquí está el vestido! ¿Dirás que lo tiré yo?
– Solo buscabas excusa para dejarme. Sé que hace tiempo querías hacerlo, – exclamó Raúl. – Sin mí, lo habrías hecho hace mucho.
Carmen arqueó una ceja. Recordaba esos momentos.
– Puse un dispositivo para escucharte. Oí todas tus charlas con tu hermana. Lo sé todo, – aseguró Raúl.
– ¡Vaya noticia! Me preguntaba cómo sabías siempre que quería dejarte, – se agarró la cabeza Carmen, recordando sus charlas con su hermana, amiga y padres. – Vámonos despidiendo.
Esta vez, Raúl no trató de convencerla para salvar la relación. Comprendió que había llegado el final lógico de su romance.