– ¡Aquí está el vestido! ¿Vas a decir que lo tiré allí? – dijo Clara al abrir el cubo de basura, con el rostro desencajado.
Clara se hacía la misma pregunta casi todos los días sin encontrar respuesta: ¿qué fue lo que vio en Tomás?
A primera vista, él no era atractivo, un “príncipe” al que hasta daba vergüenza presentar a las amigas, por lo que para ellas Clara seguía viviendo sola.
La única que sabía que vivía con un hombre era su hermana, quien guardaba el secreto.
Tomás no era alguien destacado: trabajaba como mecánico en una fábrica de acero.
A veces, Clara, sentada frente al televisor, pensaba que era hora de terminar su relación con Tomás.
Sin embargo, cada vez que iba a hacerlo, él llegaba con un ramo de flores o algún otro regalo, y entonces el adiós se posponía indefinidamente.
Antes de conocer a Clara, Tomás ya había estado casado. Su matrimonio duró solo dos meses, pero de él nació una hija.
Cuando Clara y Tomás se conocieron, la niña tenía doce años. Hasta hace poco, Clara no había visto nunca a la hija de Tomás ni tenía intenciones de conocerla.
Esa oportunidad se presentó a la víspera de su cumpleaños, que planeaba celebrar con sus amigas.
– Clara, – dijo Tomás con un tono apenado, – mi ex esposa se va de viaje por trabajo y me pide que me quede con nuestra hija…
– ¿Por cuánto tiempo? – frunció el ceño Clara, que menos que nada deseaba ese tipo de “regalo” en su cumpleaños.
– Por un mes…
– ¿Por qué tanto tiempo? – se quejó la joven. – Espero que sepa que su hija necesitará ser alimentada, ¿y de dónde saldrá el dinero?
– Si hablas de dinero, ella no ha enviado nada, – respondió Tomás encogiéndose de hombros.
– Que yo recuerde, tú le pagas pensión alimenticia. Entonces, su hija estará un mes con nosotros, ¿y la madre disfrutando del dinero?
– No es mucho lo que se puede disfrutar, sabes cuánto gano, – esbozó una sonrisa irónica el hombre.
– ¿Cómo piensas manejar su estancia aquí? – se exaltó Clara, entendiendo cada vez más que no quería que una hija ajena viviera con ellos tanto tiempo. – Habrá que llevarla al colegio, cuidarla. ¿Por qué asumir tal responsabilidad?
– Es que soy el padre de Paula, – contestó Tomás perplejo. – ¿Según tú, debería haberme negado a verla?
– Debes recordar que no vives solo, eso para empezar. Segundo, esto es mi piso, y deberías haberme preguntado antes de aceptar. Tercero, es mi cumpleaños, y no quiero que nada lo arruine, – declaró la joven con autoridad.
– No creo que mi hija sea un obstáculo, – dijo Tomás incómodo, sintiéndose culpable.
– Estoy segura de que las cosas no saldrán bien, – dijo Clara cruzando los brazos.
No obstante, Tomás trató de convencerla de que no debería ser tan pesimista.
Al día siguiente, llegó al apartamento una niña con mejillas regordetas y un maquillaje llamativo, que aparentaba al menos dieciséis años.
Miró a Clara de reojo y, sin saludarla, se dirigió a su padre.
– ¿Dónde voy a dormir?
– Tendrás que dormir en la cocina, – le sonrió forzadamente Tomás.
La niña rodó los ojos y salió corriendo al baño para llorar.
– ¿Qué ha sido eso? – preguntó irritada Clara a Tomás. – ¡Qué niña más maleducada! Qué bien que decidí celebrar mi cumpleaños en un café. Por cierto, tú no vendrás conmigo.
– ¿Por qué? – preguntó Tomás sorprendido. – Pensaba que al fin me presentarías a tus amigas. Después de todo, llevamos más de medio año viviendo juntos…
– Te quedarás cuidando de tu hija, – se justificó Clara, aliviada de no tener que presentar a su pareja a sus amigas, cuyos novios y esposos eran atléticos y elegantes.
– Ya veo, – respondió Tomás con un tono dolido y no pronunció más palabras.
El día siguiente transcurrió lleno de preparativos para Clara, ansiosa por su cumpleaños.
Desde temprano planchó su vestido de cóctel, dejándolo listo para la noche.
Tomás seguía sin hablarle y ni la felicitó.
Decidida a no dejar que esto le afectara, Clara fingió no notar que él estaba molesto.
Al volver del trabajo a casa para cambiarse, se horrorizó al descubrir que su vestido había desaparecido.
– ¿Dónde está mi vestido? – irrumpió en la cocina Clara, donde Paula yacía despreocupada en el sofá cama.
La niña la ignoró y comenzó a juguetear con su móvil.
– ¿Me estás escuchando? – Clara se acercó y le quitó el móvil de las manos.
– ¡Devuélvelo! – gritó Paula, y Tomás entró corriendo a la cocina.
– ¿Qué pasa? – preguntó él con los ojos bien abiertos. – ¡Devuélvele el teléfono!
– ¿Dónde está mi vestido? – exigió Clara apretando los dientes.
– Yo no tomé nada, – Paula entrecerró los ojos con desdén. – Está loca. Solo le caigo mal.
– Devuélvele el teléfono, escuchaste lo que dijo, ¿no? – ordenó Tomás con firmeza.
– ¡Claro, ahora dirá la verdad! – exclamó Clara arrojando el teléfono al suelo.
El móvil se estrelló y se hizo añicos, mientras Paula lloraba a gritos. Clara se retiró con aire altivo a su habitación.
Debía encontrar un atuendo adecuado para celebrar en el café rápidamente.
Tomando lo primero que vio adecuado, se vistió y salió a celebrar su cumpleaños.
Fue allí donde se distrajo y decidió terminar con Tomás.
Clara regresó al apartamento al amanecer. Al oírla llegar, Tomás se levantó.
– ¿Hora vista?
– ¿Ahora pretendes ser un esposo estricto? Demasiado tarde. He decidido terminar, – declaró Clara. – Por la mañana deben irse.
– ¿Así que me haces responsable después de todo? – se rió Clara.
– Rompiste el móvil de Paula…
– ¡Ella robó mi vestido! – replicó Clara entre dientes.
– ¡Mi hija no lo tomó! – Tomás respondió con la cara enrojecida. – ¡Pondría la mano en el fuego por eso!
Clara hizo una mueca y agitó la mano, rehusando escuchar sus explicaciones.
Para calmarse, abrió el armario y sacó una botella de vino.
Al probar el contenido, escupió sorpresa y disgustada.
– ¿Qué es esto? ¿Champú? ¿Dirás que yo también lo puse ahí? – rió sarcásticamente Clara mientras, al abrir el cubo de basura, se sorprendió. – ¡Aquí está el vestido! ¿Dirás que yo lo tiré ahí?
– ¡Solo buscabas una excusa para dejarme! ¡Sé que llevas mucho tiempo queriendo hacerlo! – exclamó Tomás. – ¡Si no fuera por mí, ya lo habrías hecho!
Clara levantó una ceja, recordando cada momento.
– ¡Puse un dispositivo para escuchar en la habitación! Oí todas tus conversaciones con tu hermana sobre mí, ¡y lo sé todo! – aseguró Tomás con importancia.
– ¡Vaya sorpresa! ¡Siempre me pregunté cómo sabías que quería dejarte! – dijo Clara, impactada al recordar las veces que habló de diferentes temas con su hermana, amigas y padres. – ¡Es hora de despedirnos!
Esta vez Tomás no intentó persuadirla para no romper su relación. Sabía que habían llegado al final lógico de su historia.