¿Why Was Pronia Thrown Out?

Querido diario,

Hoy la rutina del barrio volvió a sorprenderme. Al llegar al contenedor de residuos con mi furgoneta, una enorme trapo gris salió disparada hacia la zona de cemento. El conserje, Don José, gruñó mientras se acercaba a recogerla, pero la tela resultó ser algo vivo y se escabulló entre los contenedores. Al asomar la vista entre la valla de hierro y los cubos, descubrió a un gato grande y gris, tembloroso de miedo.

El verano, tan esperado y adorado por todos, ya se despedía. Su corona, el mes de agosto, había sido inusualmente fresco y lluvioso este año, marcando los últimos días de calor.

Una mañana temprana, un coche extranjero reluciente se introdujo en uno de los patios del barrio. Don José, mientras barría la hoja húmeda que caía más pronto que de costumbre por la lluvia nocturna, se fijó de inmediato en el vehículo. Ninguno de los vecinos había visto antes un coche tan lujoso; parecía sacado de una película.

Los cristales tintados impedían ver el interior. Quizá vienen a visitar a alguno de los residentes, pensó, pero se equivocó. El coche se quedó parado un minuto, avanzó hasta los contenedores y se detuvo. La puerta del pasajero se entreabrió y, como si fuera un chorro, una gran trapo gris voló sobre el cemento.

¡Qué gente más tonta! Ni siquiera la tiran al contenedor refunfuó Don José, irritado, y corrió a recoger la basura que había quedado tirada sin remedio. Mientras tanto, el coche arrancó y se alejó, pasando de largo al conserje que seguía refunfuñando.

Don José se apresuró en vano. La trapo resultó ser un gato vivo que se escabulló detrás de los contenedores. Al mirar entre la valla y los cubos, el hombre encontró al felino grande y gris, acurrucado y tembloroso.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué nuestro patio se ha convertido en refugio de gente tan mezquina? Primero apareció un cachorrito, luego dos gatitos. Al menos los dueños los rescataron. Ahora este gato adulto ha sido tirado. ¿Quién querría a un gato así? Seguro que se quedará sin hogar. Sal, no tengas miedo.

El gato no alzó la cabeza; la escondió más bajo.
Sal ya, que pronto vendrá el camión de la basura y te aplastarán los contenedores

Seguía inmóvil, como una estatua, adoptando una postura incómoda pero segura para él, semejante a una avestruz.

Desalentado, Don José se marchó. Su trabajo es visible y exigente; debe terminar de limpiar y pasar al patio vecino.

¡Qué gente más! gruñó mientras se alejaba.

Así, el gran gato gris, casi de raza británica, quedó atrapado en un patio ajeno, sin techo ni la seguridad que los animales domésticos suelen tener.

Cuando llegó el camión de la basura, el gato, presa del pánico, salió de su escondite y se precipitó hacia el patio. Sin otro refugio, el animalito se arrastró bajo una gran banca y se quedó allí, sumido en pensamientos amargos.

En su mente todo se revuélvía. No comprendía cómo había acabado allí ni qué debía hacer ahora. En lo más profundo de su ser conservaba la esperanza de que alguien volvería a buscarlo. Mejor vivir en una casa que vagar por la calle, pensó. Así que decidió esperar en el patio, temiendo que si se marchaba, nunca lo encontrarían.

Doña Carmen García, que había entregado en matrimonio a su hija Lucía, se quedó sola en el segundo piso de un edificio de cinco plantas. Lucía vivía con su marido en la misma ciudad y la visitaba a menudo. No solo eran madre e hija, sino también las mejores amigas; no había secretos ni resentimientos entre ellas.

Los vecinos, al ver al gato tranquilo y limpio, pensaron que era de la casa y que simplemente salía a pasear. Así lo creyó también Doña Carmen. La mujer admiraba al gato gris, observándolo con devoción. Cuando no había nadie alrededor, el felino subió a la banca para observar mejor y, por precaución, acurrucarse bajo el otoño que ya había dejado de usarla.

La gente pasaba deprisa, sin prestar atención al morado habitante del banco. Allí pasó la noche, porque no tenía a dónde ir. Alejarse en busca de refugio era peligroso; siempre podrían regresar sus dueños, pensó el gato.

La comida escaseaba. Gracias al conserje, el patio estaba limpio, pero el gato sólo podía subsistir con lo que encontraba en la basura, enfrentándose a cuervos bien alimentados y seguros de sí mismos que siempre llegaban primero. Los cuervos, con sus picos fuertes, vigilaban el entorno y no dejaban que el gato se acercara; incluso los perros que rondaban los contenedores los temían.

Tras semanas en la calle, el gato, que antes lucía digno, quedó evidentemente empobrecido. Los padres, temerosos de que un gato callejero estuviese enfermo o mordiera, prohibían a sus hijos acercarse. A pesar de la oposición, algunos vecinos, entre ellos Doña Carmen, le soltaron comida en secreto.

Así, el gato pasó los días en la banca del patio. El otoño se impuso con lluvias persistentes que cubrían todo de gris. El ánimo del felino coincidía con el clima; se sentía abatido, convencido de que nadie volvería por él.

Una joven llamada Sofía, que trabajaba como enfermera, escuchó la historia del conserje y sintió compasión por el animal. Intentó encontrarle un hogar, pero los vecinos temían adoptar a un animal abandonado y sus ruegos no bastaron. Sofía, después de consultar a su familia, decidió no arriesgarse a cuidar de un gato adulto sin ayuda.

Sin saberlo, por la noche el gato subía a la escalera de incendios junto al balcón de Doña Carmen y se escabullía a la maceta colgante. Desde allí miraba la ventana de la cocina, inhalando los olores de la comida y sintiendo el calor que le había sido negado. Cuando se cansaba, volvía a su banco.

Dos meses pasaron. En las noches hacía frío y el gato, resignado, se sentaba en la banca. En las fiestas de noviembre, Lucía y su marido Eugenio llegaron a casa de su madre. Ella había preparado un asado, ensaladas y tartas, y la mesa quedó cubierta de manjares hasta bien entrada la noche.

Otra vez llueve y mañana incluso promete nieve comentó Eugenio mientras servía el té.

Doña Carmen, con la taza en la mano, apartó la cortina y, al girar la cabeza, vio al gato gris tembloroso. En un instante, el felino se lanzó hacia atrás, casi cayendo del borde mojado del balcón.

¡Mamá, qué te ha pasado! exclamó Lucía. El gato de la banca se ha asustado.

Al asomar la vista al balcón, vieron al gato encogido, la pelaje húmedo, intentando conservar el poco calor que le ofrecía la brisa proveniente de la ventana abierta.

¡Ya sé! Subió por la escalera de incendios dijo Eugenio. Qué valiente. Tenemos que darle algo de comer.

Mientras el aire frío los envolvía, pusieron la tetera a hervir. Doña Carmen, pensativa, tomó el té. Lucía sirvió una rebanada de pastel con una rosita, como a su madre le gustaba.

Mamá, aquí tienes un trozo de pastel, con esa rosita que tanto te gusta. Bebe el té mientras está caliente le dijo Lucía.

Doña Carmen, con lágrimas en los ojos, apartó la cortina y miró al gato. Con determinación, tomó una porción de carne asada y se dirigió al pasillo.

Voy a buscarlo anunció, abrazando su viejo abrigo.

El gato, tembloroso, se dejó agarrar. Al sentir el calor de sus manos, volvió a convertirse en aquella trapo gris, con sus patitas colgando sin fuerza. Doña Carmen, abrazándolo, lo llevó a su casa.

Nadie le preguntó jamás a Doña Carmen por qué lo hizo. No lo hicieron porque ella fue la única que actuó con humanidad entre los vecinos.

El gato pasó una semana bajo la calefacción, disfrutando del calor. La comida ya no era lo más importante; lo esencial era el calor del hogar. La nueva dueña le puso el nombre de Prona Procopio, como si fuera un caballero. Prona resultó ser un felino educado y cortés; si existiera el gato perfecto, sería él.

A veces, Doña Carmen le pregunta en tono de broma:

Prona Procopio, ¿qué crímenes cometiste para ser expulsado de tu casa y terminar en la banca?

El gato, que había vagado varios meses, no responde; no le habla el lenguaje humano, y aunque pudiera, tampoco sabría contestar porque él mismo ignora la razón.

Prona lleva casi dos años en la casa de la amable Doña Carmen. Está bien alimentado, acariciado y satisfecho. Sin embargo, cuando oye voces alzadas, todavía siente el terror de su vida anterior y, como un gran felino fuerte, se esconde bajo la mesa.

Todos los que conocen al gato gris grande se quedan con la duda. ¿Por qué lo expulsaron?

Hasta aquí mi día, lleno de pequeñas heroícas y reflexiones sobre la compasión que a veces surge donde menos se espera.

Hasta mañana.

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MagistrUm
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