*Diario de Valentina y Vasilio*
¡No sabéis distinguir el perejil del cilantro sin mirar la etiqueta del supermercado! ¡Y solo habéis visto frutos del bosque en mermelada! refunfuñaba la vecina ofendida.
Valentina y Vasilio llegaron a su casa de campo en Segovia. La habían comprado en otoño, y ahora era momento de ponerlo todo en orden. La casa era bonita, habitable incluso en invierno, pero el jardín y el resto de la finca daban bastante trabajo.
El viejo huerto necesitaba una buena poda. Ya habían encargado un baño nuevo; lo instalarían en una semana, solo faltaba elegir el sitio. También planeaban un porche junto al baño para tender la ropa, una leñera y una glorieta. Los hijos prometieron venir a ayudar.
Aquí se está bien, en paz. Podríamos vivir todo el año. Ya somos jubilados, al fin y al cabo.
He revisado el sótano. Solo hay que cambiar la puerta.
Yo miré la terraza de atrás. ¿Te acuerdas de lo de la glorieta? No hace falta. Aquí hay una mesa redonda y sillas antiguas. Con un poco de restauración, durarán otros cien años. Y la vista al jardín es preciosa. Podemos tomar el té aquí. También habría que cambiar esa puerta… Da la sensación de que alguien entró en invierno.
Sí, puertas primero. Arreglaremos todo el patio trasero. Desde la calle no se ve mucho, pero quedará bonito. Y delante, un césped con flores.
Las flores ya están brotando, son perennes. Habrá que ver dónde replantar algunas. Pero este verano lo dejaremos así.
En una semana llegó el baño y vinieron los hijos. Comenzó el ajetreo. La vecina se presentó con preguntas, y sus nietos no paraban de corretear por la finca.
¿Tenéis nietos?
Sí, vendrán de visita.
¿Y para qué ponéis una valla tan alta? Nosotros con los demás vecinos nunca la hemos necesitado.
¿Sin valla? Pero si acabamos de quitar la que estaba caída. A vosotros no os importaba, pero a nosotros el orden sí. No os preocupéis, no os hemos quitado ni un centímetro. La valla está justo en el linde.
¿Y no pondréis un portillo? Aquí siempre se ha podido pasar.
¿Por aquí, entre nosotros? No, no está previsto. Solo se entra por la calle.
¿Y cómo van a jugar los niños, los vuestros y los nuestros? Veo que habéis cortado los manzanos. A los míos les encantaba trepar por ellos.
No los hemos talado, solo podado. Y hemos plantado nuevos. Que los vuestros trepen por los vuestros.
Todo lo cambiáis. ¿Y esos arbustos junto a la valla?
¡Son para que quede bonito!
La vecina se iba, pero volvía con más preguntas. Sus nietos siguieron entrando hasta que pusimos la nueva verja.
Os habéis instalado a conciencia comentó ella. ¿Viviréis aquí en invierno?
El tiempo lo dirá.
¿Por qué cerráis la verja? Aquí delante los niños siempre jugaban al fútbol. En la calle pasan coches, y esto era seguro.
Todo lo tengo ocupado con huerto, no como vosotros. No sabéis distinguir el cilantro del perejil sin la etiqueta. Y solo habéis visto moras en mermelada. Hay que ser amigos primero.
Cerramos la verja para privacidad, y para que vuestros nietos no campen a sus anchas. Hace dos días soltaron a nuestras gallinas y aún no las hemos encontrado.
¿Tenéis gallinas? ¿Así que os quedáis?
Ya vivimos aquí.
A finales de agosto celebramos el cumpleaños de Vasilio. Vinieron los hijos y los nietos. Los hombres asaban carne, las mujeres preparaban ensaladas en la terraza.
¡Aquí estamos! Hemos venido a felicitar, como buenos vecinos. Antes siempre era así, sin invitación. Los niños ya sabían desde esta mañana.
Si preparáis fiesta, pues vamos. Y los niños se divertirán juntos. Además, ya era hora de ser amigos.
No os hemos invitado. Esto es un encuentro familiar, no una verbena.
Bueno, con el tiempo quizá seamos casi familia dijo la vecina con una sonrisa.
Da igual lo que le dijéramos, todo lo torcía. Sus nietos trepaban a los árboles, se subieron al techo del baño (menos mal que no se cayeron) y luego empezaron a tirar piedras a la piscina hinchable. Cuando el agua salió a chorros, salieron corriendo gritando.
Bah, ya casi es otoño, tocaba vaciarla dijo la vecina. Los niños se han divertido.
Es hora de iros.
Pero si ni siquiera nos hemos sentado. Los niños tienen hambre. ¡Todos a la mesa!
La fiesta se estropeó, pero pronto hubo otra. Una semana después celebramos nuestro aniversario: 35 años juntos.
Alguien, el nieto pequeño de siete años, tuvo la brillante idea de cerrar la verja con llave. Se oyeron golpes, pero todos fingimos no escuchar. Olía a carne asada y aire fresco.
¿Cuándo volvéis a la ciudad?
Veremos. Ahora toca disfrutar del otoño. Hay que recoger las manzanas; este año hay buena cosecha. Nos gusta todo aquí… menos la vecina, pero no nos va a estorbar. Hemos aprendido a lidiar con ella.
Todos reímos.
Los invitados se fueron, pero nosotros nos quedamos. Por delante, otoño, invierno… Lo intentaremos. Y si no sale bien, siempre queda el piso en Madrid.
La vecina también se marchó. Resulta que su hija no podía con los niños y la abuela tenía que ayudar en época de colegio.
Vasilio y yo nos miramos aliviados. ¡Menos mal que Dios no nos mandó vecinos peores!





