Al llegar a casa, ni rastro de su marido ni de sus cosas.
¿Qué me miras así? soltó una risa burlona Zulema. Esteban solo quería demostrarme que es un hombre deseable. Nada más.
¿Qué está diciendo?
La pura verdad, cariño respondió la exmujer de Esteban.
No entiendo nada Alba estaba desconcertada.
¡Ah! Mira, ahí viene Esteban Zulema señaló hacia un lado. Él te lo explicará.
Su madre, Ana María, había criado a Alba como una flor delicada y preciosa. Ana María era una mujer fuerte, dirigía su propio aserradero con mano de hierro. Pero con su hija única se transformaba: su voz se suavizaba, sus ojos brillaban de ternura.
Así creció Alba: dulce, frágil, confiada. No conoció el sufrimiento, fue a una escuela normal y al conservatorio, donde aprendió a tocar el piano con entusiasmo. No se convirtió en una gran concertista, pero sí en una excelente profesora. Solo faltaba un buen matrimonio, y pronto apareció el apuesto Javier.
Él la cortejaba con esmero, gastando su modesto sueldo de conductor en detalles. Le decía palabras hermosas, la miraba con ternura Pero a su madre no le cayó bien.
¡Un vago y un inútil! sentenció Ana María.
Mamá, pero yo lo quiero los ojos azules de Alba se llenaron de lágrimas.
Bueno, bueno cedió su madre. ¡Pero viviréis conmigo!
En su amplio piso de tres habitaciones había espacio para todos, y el recién casado Javier no se opuso a vivir con su suegra, que pasaba la mayor parte del día trabajando. Él no tenía nada propio.
Pero tras la boda, el cariñoso Javier mostró su verdadero rostro: bebía, desaparecía, le gritaba. Ante Ana María aún se contenía, pero no del todo. Alba se negaba a ver los defectos de su esposo.
Nueve meses después, nació su hijo Leo. Alba estaba feliz, creyendo tener una familia perfecta. Pero el niño era enfermizo, requería mucha atención, y Javier se volvió más irritable. Ella aguantó, esperando que las cosas mejoraran.
Todo terminó cuando Ana María murió repentinamente, habiendo disfrutado solo un año de su nieto.
El funeral lo organizó un viejo amigo de Ana María, Jorge Sánchez. Javier ni siquiera apareció. Cuando al fin llegó, encontró sus maletas en la entrada. Amenazó con demandas y reparto de bienes, pero Alba no reaccionó. Gracias a Jorge, lo echaron de casa. Y como abogado experimentado, evitó que tocara su herencia.
Nunca más volvieron a verlo.
Alba no podía dirigir el aserradero, así que Jorge contrató a profesionales. La familia, ahora más pequeña, no pasó necesidades.
Superar la pérdida de su madre y el divorcio fue duro. No tenía amigas ni familiares, solo a Leo, que necesitaba su amor.
No quería saber nada de hombres (Jorge no contaba).
Ese día, salían de la clínica pediátrica bajo la lluvia, resguardándose bajo un paraguas. Esperar era inútil; el taxi no llegaba.
¡Suban rápido! un coche se detuvo bruscamente. El conductor abrió la puerta trasera. ¡Vamos, que aquí no se puede parar!
Alba lo reconoció: era el padre de un niño de la edad de Leo.
¡Gracias! le dijo a Esteban tras el trayecto.
De nada él sonrió. ¿Me das tu número?
Ella se tensó.
Perdona, pero no salgo con hombres casados dijo, y se alejó con Leo.
No imaginó que se volverían a ver tan pronto. Al día siguiente, Esteban los esperaba en el parque.
No estoy casado le tendió el certificado de divorcio.
¿Estaba cansada de la soledad? ¿Esteban era demasiado encantador? ¿A Leo le cayó bien al instante?
No supo por qué aceptó que los acompañara a pasear y luego a cenar.
Desde entonces, se veían casi a diario. Alba se enamoró más cada día. Tanto, que no se sorprendió cuando él le propuso matrimonio al mes.
Leo lo adoraba, lo llamaba “papá”.
Tras la boda, Esteban propuso adoptarlo.
Siempre quise dos hijos dijo, y su rostro se ensombreció.
Alba sabía que su exmujer, ahora con un hombre adinerado, no le permitía ver a su hijo.
En tres meses, eran una familia.
Lo único que Alba ocultó fue su situación económica. El aserradero, aunque pequeño, generaba buenos ingresos. Ella los guardaba para la educación de Leo. Jorge, antes de mudarse a la costa, le advirtió: “No digas nada”.
Esteban jamás dio señales de saberlo.
Pero esa felicidad duró menos de un año. Poco a poco, Esteban se volvió distante, irritable.
Son problemas del trabajo decía al principio.
Luego dejó de excusarse. Gritaba, ignoraba a Leo.
Un día, en el parque, una mujer de pelo castaño y abrigo naranja se sentó junto a Alba.
No deberías haber permitido la adopción dijo con sarcasmo. El niño sufrirá.
¿Te conozco? preguntó Alba.
Soy Zulema, la exmujer de Esteban. Temporalmente ex rió. Solo quería demostrarme que es un buen partido.
Alba estaba paralizada.
¡Ahí viene! Zulema se levantó. Él te lo explicará.
Esteban se acercó, nervioso.
¿Qué le has dicho? le espetó a Zulema.
Ella se alejó, lanzando: “Te esperamos”.
Me casé contigo para darle celos confesó Esteban. Estaba harta de menospreciarme.
¿Y por qué adoptaste a Leo?
Para que fuera real. Nueva esposa, nuevo hijo, todo perfecto admitió. Te vi en la clínica y supuse que servirías.
¿Como señuelo? Alba forcejeó una sonrisa.
Esteban calló.
¿Y ahora qué? preguntó, aunque ya lo sabía.
No lo sé murmuró él.
Pero al día siguiente, sus cosas habían desaparecido.
Alba suspiró y marcó el número de Jorge Sánchez. Necesitaba un abogado.







