Regresó a casa y no encontró ni a su marido ni a sus pertenencias.
“¿Por qué me miras así?” sonrió con ironía Zoraida. Esteban solo quería demostrarme que es un hombre deseable. Nada más.
“¿Qué está diciendo?”
“La pura verdad, cariño” respondió la exmujer de Esteban con calma.
“No entiendo nada” murmuró Alba, desconcertada.
“¡Ah! Mira, ahí viene Esteban. Él te lo explicará” Zoraida señaló hacia un lado con un gesto indiferente.
La madre de Alba la había criado como una flor delicada y preciosa.
Doña Ana María era una mujer de carácter fuerte, dirigía su propio aserradero con mano de hierro.
Pero con su única hija se transformaba: su voz se volvía suave y arrulladora, y sus ojos irradiaban ternura.
Así creció Alba: frágil, dulce y confiada.
Nunca conoció la desgracia, asistió a una escuela normal y al conservatorio, donde aprendió a tocar el piano con entusiasmo.
No se convirtió en una gran concertista, pero sí en una excelente maestra.
Solo faltaba que encontrara un buen marido, y pronto apareció Adrián, un joven apuesto.
La cortejó con palabras dulces, gastando su modesto salario de conductor en pequeños detalles.
La miraba con devoción, le prometía el mundo
Pero a su madre no le cayó bien.
“¡Un holgazán y un inepto!” sentenció Doña Ana María.
“Mamá, pero yo lo amo” los ojos azules de Alba se llenaron de lágrimas.
“Está bien, está bien” cedió su madre al instante. ¡Pero vivirán conmigo!
En su amplio piso de tres habitaciones había espacio para todos, y el recién casado no puso objeciones a compartir techo con su suegra, que pasaba la mayor parte del día trabajando.
Él no tenía nada propio.
El cariñoso y atento Adrián pronto reveló su verdadero carácter: bebía, desaparecía por días y empezó a alzar la voz.
Delante de Doña Ana María aún intentaba contenerse, pero cada vez menos.
Alba se negaba a ver los defectos de su marido.
Nueve meses después de la boda, nació su hijo, Leo, y ella se aferró a la ilusión de tener una familia perfecta.
El niño era enfermizo, requería mucha atención, y Adrián se volvió aún más irritable.
Ella aguantó, esperando que las cosas mejoraran.
Su paciencia se agotó cuando su madre murió repentinamente, habiendo disfrutado de su nieto solo un año.
Los arreglos del funeral los llevó a cabo Don Julián, un viejo amigo de Doña Ana María.
Adrián no apareció por casa en días, y cuando regresó, encontró sus maletas en la entrada.
Intentó amenazar con demandas y repartos de bienes.
Alba ni siquiera reaccionó.
Gracias a Don Julián, quien lo echó sin contemplaciones.
Como abogado con décadas de experiencia, evitó que Adrián obtuviera un solo céntimo.
Nunca más volvieron a verlo.
Alba no podía hacerse cargo del aserradero, así que Don Julián contrató a administradores competentes.
Aunque su vida cambió, no le faltó nada.
Superar la pérdida de su madre y el divorcio fue duro. No tenía amigas ni familiares cercanos.
Pero tenía a Leo, quien necesitaba todo su amor, y en él centró sus fuerzas.
No quería saber nada de hombres (Don Julián no contaba).
Aquel día, salieron de la consulta del pediatra bajo una lluvia torrencial, refugiándose como podían bajo un paraguas grande.
Esperar adentro era inútil: la tormenta no amainaría pronto. Alba no conducía, y no lograba encontrar un taxi.
Decidieron arriesgarse.
“¡Suban rápido!” antes de recorrer veinte metros, un coche frenó junto a ellos. El conductor abrió la puerta trasera. ¡Vamos, que aquí no se puede parar!
A Alba no le pareció peligroso; reconoció al hombre lo había visto en la clínica, donde llevaba a su hijo de la edad de Leo.
“¡Gracias!” le dijo con sinceridad tras el viaje, durante el cual se presentaron.
“¡De nada!” respondió Esteban con una sonrisa. ¿Me das tu número?
Ella se tensó.
“Lo siento, pero no salgo con hombres casados” sin escuchar más, entró en su edificio con Leo.
No imaginó que se volverían a ver tan pronto, pero al día siguiente, Esteban los esperaba en el parque.
“No estoy casado” dijo, entregándole el acta de divorcio.
¿Estaba cansada de la soledad? ¿Le gustó su carácter alegre? ¿O que Leo se encariñara con él al instante?
Después, Alba no supo por qué aceptó que los acompañara a pasear y luego a cenar.
A partir de entonces, se vieron casi a diario, y ella se enamoró más cada vez.
Tanto, que ni siquiera se sorprendió cuando, un mes después, le pidió matrimonio.
Era lógico: él también la amaba y adoraba a Leo.
La aceptación de su hijo fue decisiva. El niño lo llamaba “papá” incluso antes de la boda.
“Papá” no protestó, y ella solo se llenó de alegría.
Tras casarse, Esteban propuso adoptar legalmente a Leo.
“Siempre quise dos hijos” dijo, y su expresión se ensombreció.
Alba le acarició el hombro con empatía. Sabía que su exmujer, ahora con un hombre adinerado, no lo dejaba ver a su otro hijo, y eso lo torturaba.
Así, en solo tres meses, formaron una familia.
Lo único que ocultó Alba fue su situación económica real.
El aserradero, aunque modesto, generaba ingresos suficientes, que ella guardaba para la educación y futuro de Leo.
Don Julián le había enseñado a ser discreta.
Si Esteban sospechaba algo, no lo demostraba.
Pero aquella felicidad duró menos de un año.
Poco a poco, su marido se volvió distante y hosco. Regresaba del trabajo malhumorado.
“No es nada, solo problemas con el jefe” decía al principio.
“¿No podrías cambiarte de obra?” preguntaba ella. Eres un buen electricista.
“Ya lo resolveré”.
Pronto dejó de justificarse se limitaba a gruñir o le gritaba.
A Leo no lo maltrataba, pero era evidente que el niño lo exasperaba.
Todo se aclaró el día que paseaban en el parque, esperando a Esteban para ir a tomar helados.
“Mal hiciste en dejar que lo adoptara” una voz burlona sonó junto a Alba. El niño sufrirá.
Una mujer con un abrigo naranja se sentó a su lado.
“¿Nos conocemos?”
“No. Pero eso tiene remedio” respondió Zoraida. Soy la exmujer de Esteban. Temporalmente ex
Alba la miró atónita. Por suerte, Leo jugaba lejos.
“¿Por qué esa cara?” se rio Zoraida. Esteban solo quería probarme que es un buen partido.
“¿Qué dice?”
“La verdad, nena”.
Alba, confundida, vio acercarse a Esteban, quien parecía nervioso.
“Esteban, explícaselo” Zoraida se levantó, le pasó la mano por el pelo con desdén y se alejó. Te esperamos.
“¿Qué te ha contado?” preguntó él, incómodo. Sí, me casé para fastidiarla.
Calló un momento.
“¡Siempre me menospreciaba! Decía que nadie más me aguantaría. Luego empezó a fardar de su nuevo r






