Al llegar a casa, ni rastro de su marido ni de sus cosas.
¿Por qué me miras así? sonrió con ironía Zulema. Esteban solo quería demostrarme que es un hombre de provecho. Nada más.
¿Qué estás diciendo?
La pura verdad, cariño respondió la exmujer de Esteban.
No entiendo nada Adelaida estaba desconcertada.
¡Ah! Mira, ahí viene Esteban, él te lo explicará Zulema señaló hacia algún lugar.
Su madre, doña Ana Eugenia, había criado a Adelaida como una flor delicada y preciosa.
Ella misma era una mujer de carácter fuerte, dirigida su aserradero con mano de hierro.
Pero con su única hija se transformaba en otra persona: su voz se volvía suave y acogedora, y sus ojos brillaban de ternura.
Así creció Adelaida: frágil, dulce, confiada.
No conocía el sufrimiento, fue a una escuela normal y al conservatorio, donde aprendió a tocar el piano con entusiasmo.
No se convirtió en una gran concertista, pero sí en una excelente profesora.
Solo faltaba que se casara bien, y apareció un pretendiente: el apuesto Víctor.
La cortejó con esmero, gastando su modesto sueldo de conductor en detalles para ella.
Le decía palabras bonitas, la miraba con dulzura
Pero a su madre no le cayó bien.
¡Un vago y un inútil! sentenció doña Ana Eugenia.
Mamá, pero yo lo quiero los ojos azules de Adelaida se llenaron de lágrimas.
Está bien, está bien cedió su madre. ¡Pero viviréis conmigo!
En su amplio piso de tres habitaciones había espacio para todos, y el recién estrenado marido no puso objeciones a vivir con su suegra, que pasaba la mayor parte del día trabajando.
Él no tenía nada propio.
El cariñoso y atento Víctor empezó a mostrar su verdadero rostro poco después de la boda: bebía, desaparecía, le levantaba la voz a su joven esposa.
Delante de su suegra aún intentaba comportarse, pero cada vez menos.
Adelaida se negaba a ver los defectos de su marido.
Justo nueve meses después de la boda, nació su hijo, Leo, y ella se alegraba de tener una familia de verdad.
El niño era enfermizo, requería mucha atención, y Víctor se volvió aún más irritable.
Ella lo soportaba y esperaba que las cosas mejoraran.
Su paciencia se agotó cuando su madre murió repentinamente, habiendo disfrutado de su nieto solo un año.
Los arreglos de los funerales los llevó un viejo amigo de doña Ana Eugenia, don Julián.
Víctor no apareció por casa en esos días, y cuando al fin volvió, encontró sus maletas en la entrada.
Intentó protestar, amenazar con juicios y repartos de bienes.
Adelaida ni siquiera lo miró.
Gracias a don Julián, que literalmente lo echó a la calle.
Él, como abogado experimentado, evitó cualquier reparto de la herencia.
Nunca más volvieron a ver a Víctor.
Claro, Adelaida no podía hacerse cargo del aserraderoeso lo gestionaban empleados contratados por don Julián.
Así que la ahora reducida familia no pasaba necesidades.
Afrontar la pérdida de su madre y el divorcio fue durono tenía amigas ni parientes cercanos.
Pero tenía a Leo, que necesitaba todo su cariño, y en él se centró.
No quería saber nada de hombres (don Julián no contaba).
Ese día, salieron de la consulta del pediatra bajo una lluvia torrencial, refugiándose como podían bajo un paraguas grande.
Esperar a que escampara no tenía sentidoparecía que iba a durar horasAdelaida no conducía, y los taxis no llegaban (demasiada demanda).
Así que decidieron arriesgarse.
¡Subid rápido! apenas habían caminado veinte metros cuando un coche frenó junto a ellos y el conductor abrió la puerta trasera. ¡Vamos, que aquí no se puede parar!
A Adelaida no se le ocurrió que pudiera ser peligrosoreconoció al hombre, lo había visto en los pasillos de la clínica con un niño de la edad de Leo.
¡Gracias! agradeció con calidez tras el viaje (en el coche, lógicamente, se presentaron).
¡De nada! sonrió él con alegría. ¿Me das tu número?
Ella se tensó al instante.
Lo siento, pero no salgo con hombres casados y sin esperar respuesta, entró en el portal con su hijo.
No imaginaba que se volverían a ver tan pronto, pero al día siguiente, Esteban los esperaba en el parque.
No estoy casado dijo, tendiéndole el certificado de divorcio. Había sido un mes atrás.
¿Estaba cansada de la soledad? ¿Esteban era demasiado atento y alegre? ¿A Leo le cayó bien al instante?
Después, Adelaida no entendía por qué aceptó que el nuevo conocido los acompañara a pasear y luego a cenar.
A partir de ese día, se veían casi a diario, y ella se enamoraba más y más.
Tanto, que ni siquiera se sorprendió cuando, un mes después, él le pidió matrimonio.
Era lógico. Él también la amaba, y adoraba a Leo.
La actitud del niño fue decisivaLeo lo idolatraba y, incluso antes de la boda, ya lo llamaba «papá».
Su nuevo «papá» no protestaba, y ella solo se alegraba.
Por supuesto, tras casarse, Esteban propuso adoptar a Leo.
Siempre quise tener dos hijos dijo, y su rostro se ensombreció.
Adelaida le acarició el hombro con compasión. Sabía que su exmujer, al encontrar a un hombre adinerado, le había prohibido ver a su hijo, y él lo sufría mucho.
Así, tres meses después de conocerse, ya eran una familia.
Lo único que Adelaida ocultó a su marido fue su situación económica real.
El aserradero, aunque pequeño, generaba beneficios suficientes, que ella reservaba para la educación y futuro de Leo.
No había necesidad de que Esteban lo supiera.
Don Julián se lo había aconsejado antes de marcharse «a disfrutar de la vejez» junto al mar.
Si Esteban sospechaba algo, no lo dejaba ver.
Pero esa idilio duró menos de un año.
Poco a poco, su marido se volvió menos cariñoso. Llegaba a casa taciturno, irritable.
No es nada, solo problemas en el trabajo decía al principio.
¿No podrías pedir un traslado? preguntaba ella con preocupación. Eres un buen electricista.
Ya lo arreglaré.
Con el tiempo, ni siquiera se molestaba en justificarsese limitaba a gruñir o, peor, le gritaba.
A Leo no le hacía nada, pero era evidente que el niño lo exasperaba.
Adelaida no sabía qué pensar, hasta que todo se aclaró solo.
Ese día, paseaba con Leo por el parqueEsteban llegaría tarde del trabajo, pero prometió reunirse con ellos para tomar helados.
Mal hiciste en aceptar la adopción una voz femenina, burlona, sonó junto a ella.
Se giró. Una mujer morena, con un abrigo naranja brillante, se sentaba a su lado.
¿Nos conocemos?
No. Pero podemos arreglarlo respondió con sarcasmo. Soy Zulema. La exmujer de Esteban. Ex temporalmente.
Adelaida la miraba fijamente. Por suerte, Leo jugaba lejos, en los columpios.
¿Por qué me miras así? se rio Zulema. Esteban solo quería demost







